Pincho de tortilla

Feijóo

Luis Herrero

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La única buena noticia que puede permitirse el PP, a corto plazo, es la victoria de Feijóo en Galicia por mayoría absoluta. PP y Feijóo no son exactamente la misma cosa. Si lo fueran podría escribirse que la única buena noticia que puede permitirse Casado, a corto plazo, es la victoria de su partido en Galicia por mayoría absoluta. Pero no se puede. No sería verdad. Casado y Feijóo no corren con la misma escudería. El PP gallego —logotipos aparte— es una marca personal tan vinculada al líder indígena que se parece más a una tribu que a una delegación territorial del mismo negocio. Uno y otro no defienden el mismo modelo de partido. La prueba está en que cuando compite la marca nacional, en las elecciones generales, los gallegos se agrupan mayoritariamente en el bloque de la izquierda (55 %) y cuando compite la marca regional, en las elecciones autonómicas, la apuesta mayoritaria cae del lado de la derecha (51 %). Casado resta —no él, sino lo que representa—, y Feijóo suma. En las urnas del 5 de abril, el PP tendrá un apoyo electoral 15 puntos superior al que tuvo en las del 10 de noviembre. No hay, en España, un caso parecido. Por eso la sombra del caudillo gallego planea como una amenaza sobre las almenas de Génova . La revalidación de la mayoría absoluta sería mucho más ventajosa para él que para el jefe de su partido. Lo único que les une ambos, en esta contienda, es el miedo a la derrota. Si no llegan a la orilla de los 38 escaños, los dos necesitarán el boca a boca.

Feijóo es un político habilidoso, lo que significa que sabe a quién debe acercarse y a quién repudiar para mayor ventura de sus intereses coyunturales. Aprovechó su amistad con José Manuel Romay para acercarse a la aznarismo en 1996. Rajoy le ayudó a aterrizar en la Xunta en 2003. Baltar apostó por él en la guerra de sucesión de Fraga en 2006. Al poco tiempo de ser elegido presidente del PP gallego apareció en un programa televisivo, el de Eva Hache, que pasaba por ser una trampa para elefantes para los líderes de la derecha que se atrevían a visitarlo. A mi me pareció que estuvo muy bien. A otros colegas de la Cope de aquella época les parecía lo contrario. Lo discutimos en antena y al rato sonó mi teléfono. Era él. No nos conocíamos de nada, pero estuvo todo lo solícito que dictaba su interés. Luego, en circunstancias distintas, tiró de mí cuando juzgó que le convenía. La política no mejora a los seres humanos. Como diría Michael Corleone «no es personal, solo es negocio». Feijóo supo alejarse de Rajoy para conseguir el voto de los descontentos de Ciudadanos y ahora se alejará de Casado para no perder predicamento en ese sector del electorado galleguista, colindante con la izquierda moderada, que le da el salvoconducto para cruzar la frontera de la mayoría absoluta.

Si se cumplen las expectativas demoscópicas, su cuarto mandato está a tiro de piedra. Su expectativa de voto se mueve en torno al 47 % y las estimaciones le asignan 41 escaños, tres más de los necesarios para gobernar en solitario. El pacto con Arrimadas no le aporta nada. Por eso no lo suscribirá. Su olfato le dice que firmar acuerdos que victimicen a Vox entraña un peligro innecesario. Los de Abascal obtuvieron, en las últimas elecciones generales, casi un 8 % de los votos. Las encuestas autonómicas le dan menos del 3. El electorado más radical parece dispuesto a plegarse al voto útil, para evitar que la izquierda se haga con el control de la Xunta, sin necesidad de apelaciones hiperventiladas a la unidad de la derecha. Pero si ese movimiento de agrupación se llevara a cabo en menoscabo de sus siglas favoritas, muchos de esos votantes se verían tentados de salir en su defensa y Feijóo se metería en un lío. ¿Se imaginan que tuviera que pactar con Vox para seguir gobernando? Casado daría botes de alegría. Por eso empuja para que ocurra. Y por eso no ocurrirá. Pincho de tortilla y caña.

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