Valle de los Caídos

Cuatro historias, dos bandos y una exhumación

La Guerra Civil truncó las vidas de Pedro, Juan, Antonio y Manuel, cuyos familiares reclaman sus restos

Vista del Valle de los Caídos, en El Escorial Reuters
Enrique Delgado Sanz

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Las de Pedro Gil, Juan González y los hermanos Manuel y Antonio Ramiro Lapeña son sólo cuatro de las 33.815 historias que hay sepultadas bajo el Valle de los Caídos . Pedro y Juan combatieron en las filas nacionales, mientras que los Lapeña fueron fusilados por su cercanía ideológica con el bando republicano. Hoy sus descendientes, de sensibilidades políticas diversas y con la determinación de cerrar las heridas de la Guerra Civil, comparten «trinchera» en una batalla común: conseguir que los cuerpos de sus seres queridos sean exhumados para llevarlos de vuelta a casa.

El hogar de Pedro estaba junto a su mujer y su hijo recién nacido en Omeñaca , un pequeño pueblo de Soria, hasta donde llegó tras pasar por otras dos localidades de la geografía soriana. «El abuelo nació en Castejón, pasó toda su juventud en Tajahuerce y se casó en Omeñaca», rememora Rosa Gil, su nieta, quien también confirma que fue en esta última localidad donde se estableció para formar una familia. A medio camino entre la veintena y la treintena, su abuelo era un joven agricultor castellano «muy querido en el pueblo» que acababa de ser padre y tenía otro hijo en camino junto a su mujer. Entonces estalló la guerra y recibió la llamada a filas. Fue reclutado por los nacionales y enviado al frente de Zaragoza . «Cuando murió tenía 26 años, le faltaban unos días para cumplir 27», explica su nieta, quien detalla a ABC que este joven agricultor convertido en soldado tuvo la «fortuna» de alejarse de la vanguardia en el combate. «Era zapador. Como estaba casado y tenía un hijo le tocó hacer trincheras». Pese a ello, como indica Gil, «murió el 1 de junio de 1937 en Tardienta (Huesca) por culpa de una bala perdida». «El abuelo tuvo la suerte de llegar al hospital militar de Zaragoza, pero a la media hora murió», relata esta mujer, quien confirma que «ese mismo día se registró su entrada al cementerio de Zaragoza».

Las malas noticias llegaron entonces hasta aquel pueblecito de Soria donde aguardaba su mujer y donde Pedro estaba considerado «un hombre muy dispuesto». La madre de esos hijos que hoy ya son abuelos «pasó el resto del embarazo en la cama» y, años después, cuando se acordaba de los malos tiempos dijo, según cuenta Gil, lo siguiente: «No volvería a vivir sólo por lo que yo pasé entonces».

En primera línea por error

También agricultor e igualmente reclamado por las filas nacionales, Juan González tuvo que dejar a su mujer y a su hija de cuatro meses en Arriate (Málaga) para ir a la guerra como antes tuvieron que hacer sus hermanos mayores, quienes sin embargo acudieron al frente como soldados republicanos. «Al principio, cuando reclutaron a sus hermanos, mi abuelo se libró de ir a la guerra porque se tenía que quedar a cuidar de su padre y a hacer las tareas del campo», especifica Juan José Guerrero, su nieto, que recibió su primer nombre en su honor. «No sé si mi abuelo y sus hermanos se fueron contentos a la guerra, pero me cuesta pensar que alguien vaya voluntario a estas cosas», relata Guerrero, quien subraya que a su abuelo le « reclutaron forzosamente ».

Cuando murió allá por 1938, González era un joven andaluz de 28 años que estuvo a punto de librarse del conflicto, pero que finalmente se vió inmerso en primera línea de batalla , pese a tener, como Pedro Gil, una familia que le esperaba de vuelta. Como en el registró figuraba por error como un hombre soltero, su abuelo «estuvo en primera fila con una ametralladora», revela Guerrero, quien lamenta un fallo que después complicaría mucho su identificación:«Si él hubiera estado registrado en el alistamiento como casado y con un hijo, no le hubiera tocado vanguardia».

Y efectivamente, Juan estaba casado y tenía una hija «de cuatro meses» en el momento en el que fue llamado a filas. «Nadie se acuerda de la gente del campo salvo cuando hay que ir a buscarlos», ironiza hoy el nieto de un hombre al que hirieron en el frente de Córdoba, desde donde envió sus últimas cartas a la familia: «Sabemos que después lo llevaron a Jerez, porque allí lo enterraron ».

El caso de los hermanos Lapeña es diferente: no fueron a la guerra, tampoco fueron reclamados por ningún bando; más bien el conflicto les atrapó a ellos. Naturales de la localidad zaragozana de Villarroya de la Sierra , Manuel y Antonio Ramiro fueron asesinados por su forma de pensar y sus inclinaciones políticas.

Sin ir la frente

«La guerra prácticamente no llegó a la zona de Calatayud , en esta comarca en realidad no hubo guerra, ni frente, ni batallas ni nada. Alguna escaramuza al principio por defender la república pero no hubo grandes combates», contextualiza Miguel Ángel Capapé, marido de Purificación Lapeña, nieta de Manuel y sobrina nieta de Antonio Ramiro, dos hermanos que rondaban la cuarentena en el momento de su muerte y también «muy conocidos en su pueblo por sus profesiones».

Manuel, concretamente, era el veterinario de la zona. «Dicen que era una persona muy buena, que hacía muchos trabajos que no cobraba y que ayudaba en lo que podía», le describe Capapé, quien confiesa una anécdota relacionada con este veterinario fusilado:«En Villarroya hay un monte pequeño que le regalaron a Manuel porque una vez no pudieron pagarle lo que le debían por un trabajo. Manuel lo cogió y planto árboles que todavía están en ese monte que se conoce como el el "cerrico de Lapeña"».

Capapé confirma que Manuel fue miembro –y quizá fundador– del sindicato CNTen el pueblo. «Antonio Ramiro también era miembro del sindicato , lo dice la gente de allí aunque no haya documentación que lo pruebe», asegura este hombre, quien suscribe que «no eran miembros demasiado activos». Por ello, Capapé sostiene que los Lapeña «fueron asesinados».

«A Manuel le cogen al poco de empezar la guerra. Estuvo detenido en Calatayud, en un mercado de abastos que habilitaron como cárcel y después lo llevaron al barranco de La Bartolina a asesinar. Antonio Ramiro, por su parte, escapó al monte cuando cogieron a su hermano. La familia incercedió con el cura y con las autoridades militares por él. Todos le dijeron que bajara, que no le iba a pasar nada porque no había hecho nada. Bajó, se entregó y le asesinaron en las tapias del cementerio ». Tenían 44 y 39 años respectivamente.

Las cuatro historias, sin embargo, no terminan con la muerte de sus protagonistas. Desde bandos diferentes, Manuel, Antonio Ramiro, Pedro y Juan han conseguido difuminar la frontera entre esas «dos Españas» a las que en su día cantó Antonio Machado. Cualquier ideología pasa ahora, décadas después del conflicto, a un segundo plano. Al menos en lo que se refiere a la batalla de sus familiares por sacarles del Valle de los Caídos y, así, « cerrar heridas », tanto históricas como, especialmente, personales.

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