Salvador Sostres - Testigo directo

Barcelona sangra de realidad

Una ciudad acostumbrada a no sufrir demasiado perdió ayer su inocencia y dejó de sentirse segura

Salvador Sostres

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Lo primero que se dijo es que el autor del atropello podía ser un taxista, pero el taxista resultó ser un ciudadano ejemplar que viendo por el retrovisor cómo una furgoneta blanca giraba por la calle Pelayo para irrumpir en el corazón de las Ramblas y arremeter contra los viandantes, aceleró hasta Vía Layetana para intentar cortar el paso a los asesinos si trataban de huir por aquella calle. «Estoy horrorizado y creo que nunca podré recuperarme del impacto de lo que he visto» contaba Alejandro Barba entre lágrimas de rabia por no haber podido ser de más utilidad.

La noticia recorrió la ciudad como un nervio que nadie puede detener y la fue helando. La consternación. El miedo. La desorientación. El caos. Y a medida de que lo ocurrido se iba instalando en todas las conversaciones presenciales y telefónicas, empezaban a sonar las sirenas de los coches de la policía y las ambulancias.

Hacía tiempo, mucho tiempo, que Barcelona languidecía en sus debates estériles y en su inconsistencia, con una alcaldesa y una Generalitat incapaces de atender a las amenazas reales, demasiado ocupados en la invención de enemigos imaginarios. Y el mal verdadero llegó crudamente ayer y se encontró las puertas abiertas y descuidadas: ahí estaba la calle más céntrica, emblemática y transitada sin ninguna protección pese a la recomendación del la Dirección General de la Policía del 20 de diciembre del año pasado, que recomendaba proteger las calles más multitudinarias con barreras arquitectónicas justo después del horror del atropello de Berlín.

Una Barcelona obsesionada en perseguir a hoteleros y turistas como si fueran su mayor amenaza vio cómo la realidad la despertaba de sus absurdas ensoñaciones haciéndola sangrar del modo más salvaje. Desde el último atentado de ETA no vivíamos una situación tan dramática y habíamos casi olvidado que estas cosas podían pasarnos.

Pronto la zona de la matanza fue acordonada y unidades de los Mossos de Esquadra se presentaban en las porterías de los edificios de las calles más importantes -algunas considerablemente alejadas del lugar del crimen- para ordenar a los conserjes que avisaran a los vecinos de que no salieran de sus casas y que luego ellos se marcharan a la suya sin demora. La ciudad iba tomando conciencia de lo ocurrido y la excitación y la curiosidad dejaban paso a la angustia en primera persona. Corría la voz de que un asesino andaba suelto, camisa blanca con rayas azules. La gente se refugiaba en las tiendas y en los restaurantes y la tarde avanzaba entre el pánico mareante y las muestras de solidaridad. Costaba diferenciar entre bulos y noticias y todo el mundo tenía una versión de los hechos y cada cinco minutos la cambiaba.

Una de las muy pocas buenas noticias de la jornada de ayer fue el respeto, la confianza y el agradecimiento con que en Barcelona se volvió a hablar de la policía, sin rastro del submundo antisistema decidido a convertir a los verdugos en víctimas.

Policías y ciudadanos

La colaboración y la comprensión ciudadana con las actuaciones de las fuerzas de seguridad no se recordaba desde que ETA asesinó a Ernest Lluch y la gente, en lugar de enfadarse por los monumentales atascos de tráfico que generaron los controles policiales y las distintas «operaciones jaula», se bajaba de los coches para felicitar y dar las gracias a los agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Ayer sólo los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana se desplegaron por la ciudad; y aunque no hubo escenas tan emotivas -ni atascos que consignar- todo el mundo seguía las instrucciones que se le daban sin quejarse ni protestar.

Las terrazas del paseo de Gracia, tan colapsadas en agosto, algunas estaban vacías y las otras directamente cerradas. Tal vez fue el signo de mayor anormalidad. Las aceras no estaban rebosantes pero tampoco desiertas; el ambiente algo enrarecido pero sin más.

En la zona alta de la ciudad, en cambio, cruzada ya la Diagonal, las sirenas de bomberos, policía y ambulancias, que hasta bien entrada la noche no dejaron de sonar, eran un remoto recordatorio de la tragedia y pese a las recomendaciones policiales, la vida en esos barrios siguió más o menos igual. El atardecer fue el de un día cualquiera de verano, con la salvedad de que la feria de atracciones de las fiestas de Gracia cerró por orden de los Mossos mucho antes de lo que suele ser habitual.

Una ciudad acostumbrada a no sufrir demasiado ya que en los últimos años todo le ha venido de cara perdió ayer su inocencia y dejó de sentirse segura surcando las aguas de su para siempre alterada bahía de la tranquilidad. Cerca de la hora del cierre de los periódicos empezaron a circular por los correos electrónicos y los mensajes de texto, no sólo de los periodistas sino de la ciudadanía en general, la doble referencia a la recomendación de la Policía de 2006 de construir barreras arquitectónicas en las vías más multitudinarias y la negativa de los Mossos a aceptarlas.

Hay una Cataluña que hace tiempo que cree que será menos catalana si deja ayudarse por los que saben más. En esta línea está o estaba el entonces portavoz del cuerpo autonómico, que usó textualmente el argumento de que «no existe ninguna amenaza concreta contra Cataluña» y ayer quedó claro lo peligroso que es hacer afirmaciones tan aventuradas en los tiempos que tenemos que vivir.

Dormidos y espectantes

Cataluña es demasiado grande para poder ser tan tajante, y más cuando tanto desde el CNI como desde el Mossad se nos ha advertido, explicado y detallado lo infestados que estamos de yihadistas dormidos y espectantes; y seguramente también es demasiado grande, y hay demasiadas vidas en juego, para que jueguen a salvarla cargos cuya suficiencia y arrogancia tienen consecuencias tan espantosas como las que ayer tuvimos que lamentar.

Los asesinos son los únicos culpables de los asesinatos y tenemos que permanecer fuertes y unidos para darles caza. Ahora y cuando vuelva la tranquilidad y tengamos que organizarnos para prevenir nuevos atentados. Por mucho afán de figurar y de significarse que tengan algunos es fundamental confiar en la inteligencia de los que llevan décadas enfrentándose al peor terrorismo (España, Estados Unidos e Israel) porque si jugamos a hacer el patriota con la vida de los demás y en lugar de defendernos con precisión nos equivocamos de verdugo no vamos a parar de sangrar.

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