Artadi y Aragonés compiten por pactar con el Gobierno

Un independentismo cautivo, desarmado y dividido huye en del abismo del exilio

Pere Aragonés y Elsa Artadi, al inicio de la reunión semanal del Govern EFE
Salvador Sostres

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Los diputados más cercanos a Carles Puigdemont están indignados con Elsa Artadi por sus continuados viajes a Madrid. La acusan de traidora y de querer pactar con el Gobierno un disimulado regreso al autonomismo. Esquerra, por su parte, de la mano del vicepresidente económico Pere Aragonès , ha aceptado volver al debate de la financiación y acudirá a la reunión de la comisión sobre el futuro modelo como una autonomía más.

Un independentismo cautivo, desarmado, dividido y escarmentado huye en desbandada del abismo del exilio, la inhabilitación o la cárcel y busca su acomodo en la legalidad y en el pacto que le permita volver a hacer política, a administrar recursos y a ser útil a sus votantes, para no perderlos. Del «derecho a decidir» han pasado a suplicar que les dejen sentarse en la mesa, y de la exigencia del pacto fiscal a conformarse con cualquier propina que les permita hacer ver que hacen algo.

Y otra vez en la secuencia de los pétalos que caen se descubre la naturaleza fratricida del catalanismo político. Esquerra y Convergència llevaban desde los tripartitos (2003) compitiendo por ver quién era más independentista. A partir de 2015 mantuvieron el señuelo de la independencia pero no para conseguirla sino por ver quién gobernaba la Generalitat, y si el 27 de octubre se estrellaron contra la realidad no fue porque no supieran que tras sus proclamas no había nada, sino porque les salió mal el juego de quién salta antes del coche en marcha.

El artículo 155

Con la aplicación del artículo 155, Artadi y Aragonès empezaron su particular competición por ver quién se hacía el mejor amigo de Roberto Bermúdez de Castro y quién le facilitaba más la intervención de la Generalitat. Con el decaimiento del 155, esta rivalidad no sólo no se ha desvanecido sino que está desplegando con todo su esplendor.

Aragonès quiere como un botiguer que la caja le cuadre al final del día, y una mezcla de oportunismo, pragmatismo y cobardía le ha llevado a volverse a sentar en la mesa autonomista que tan superada dijeron tener los principales dirigentes de su partido.

De prometer Esquerra que habían ganado la república catalana, que era la última vez que acudían al Congreso o que el 1 de octubre les había otorgado un mandato insoslayable, ha pasado a la suavidad discursiva de Junqueras desde la cárcel y al regreso de Aragonès a las tesis y los procederes que de un modo tan especial –y que tanto ERC criticó en su momento, y durante mucho tiempo– caracterizaron al pujolismo, la era más fértil y creativa que ha conocido Cataluña desde la recuperación de la democracia.

Elsa Artadi, que no quiere quedarse atrás en su carrera española con Aragonès, ha ido en los últimos meses cada semana a Madrid , donde ha mantenido contactos discretos con diferentes ministros. Intenta venderse como la política catalana profesional, seria, que tiene interlocución con el «establishment» y que a la vez tiene bajo control al que ella misma llama «el loco de Waterloo» .

El pragmatismo de Artadi

Artadi garantiza pragmatismo a cambio de ser la ungida por el sistema tanto en Madrid como en Barcelona. Para no tener a Puigdemont en contra, le promete que está negociando con el Gobierno su regreso a España sin tener que ingresar en prisión, pero o tal promesa es falsa o en cualquier caso, tales negociaciones no es probable que tengan ningún efecto, porque aunque el independentismo, como el Barça de los años mediocres, viva de quejarse del árbitro, la separación de poderes funciona admirablemente en nuestra democracia y no está en la mano de este gobierno decidir el horizonte judicial de Puigdemont , tal como no estuvo en la mano del gobierno anterior amañar la sentencia del caso Gürtel, y así cayó el presidente Rajoy.

Conocedores de estas reuniones y promesas al sol de Artadi, sectores de Junts per Cataluña, afines a Puigdemont –o más bien aferrados a él porque saben que sólo bajo su protección tendrán un cargo–, liderados por Josep Costa, quieren apartarla de la cúpula porque creen –y están en lo cierto– que busca un pacto de Estado que incluya aparcar la idea de la independencia, de la república catalana o de cualquier otro concepto que quede al margen de la Ley. Costa y los suyos dicen de ella que «parece que cobre del CNI» y ponen en duda la regularidad de su máster en Harvard.

Existen dudas más que razonables de cómo se va a posicionar en esta crisis el presidente Quim Torra, que nunca ha destacado porque su capacidad de sostener el conflicto esté a la altura de la pirotecnia de su discurso.

«Aragonès corre el riesgo de que su autonomismo pequeño y provinciano le pase factura a Esquerra»

Los afines a Elsa Artadi, entre ellos el orgánico Jaume Clotet, director general de Comunicación de la Generalitat, dicen trabajar «a medio año vista», y aseguran que «Torra está quemado y que como muy tarde en marzo no tendrá más remedio que anticipar las elecciones», frustrando así los planes de Puigdemont , que pretendía hacerlas coincidir con las municipales, para aprovecharse de la épica de que la Segunda República llegó tras unos comicios locales.

En este contexto, Artadi sería la nueva candidata a la presidencia de la Generalitat y Puigdemont el candidato a las elecciones europeas. Es verdad que Clotet ha hundido a cada candidato al que ha tratado de dar consejos –los más sonados, Joan Carretero y Joan Puigcercós– pero también lo es que, a pesar de su nefasta influencia, siempre encuentra una víctima propiciatoria que le haga caso.

Aragonès corre el riesgo de que su autonomismo pequeño y provinciano le pase factura a Esquerra y que sus votantes más radicales se vayan a la CUP, y Artadi corre el riesgo de que a pesar de que sus votantes la entiendan, se la lleven por delante sus enemigos en la cúpula del Govern y del partido.

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