Dos años después del 1-O, nada que celebrar

El referéndum ilegal de 2017 marcó el punto álgido del «procés», ahora en vía muerta

Operativo contra los nueve CDR detenidos acusados de terrorismo EFE

Miquel Vera

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Hoy se cumplen dos años de la celebración del referéndum ilegal del 1-O , fecha en la que el independentismo alcanzó su cota más alta de movilización, confrontación con el Estado y repercusión internacional. Tras ese momento cumbre y con las imágenes de la actuación policial dando la vuelta al mundo, el secesionismo inició una larga travesía del desierto. Muchas son las diferencias que se pueden observar en Cataluña entre dos 1-O.

El espejismo de la unidad

Los meses previos al 1-O el independentismo construyó un discurso unitario que acabó fraguando la unión de Convergència y ERC en una misma marca: Junts pel Sí. Esta coalición, ahora impensable, permitió que Puigdemont fuera investido. En los preparativos de la consulta ilegal el Govern se tambaleó, aunque el independentismo, presionado por la calle y las entidades, logró llegar unido al 1-O de 2017.

A partir de ese momento, y con la fuga de parte de la cúpula del «procés» y las detenciones, esta unidad ha quedó hecha trizas. Así, a pesar de la insistencia de Puigdemont, los neoconvergentes no lograron formar más listas unitarias con ERC y la competencia entre ambos partidos dio lugar a sonados enfrentamientos en el Parlament y, puntualmente, en el seno del propio Ejecutivo de Quim Torra. La sucesión de citas electorales (autonómicas, generales, locales y europeas) alimentó la competencia electoral entre Puigdemont y Junqueras.

Paralelamente, la CUP lleva meses asegurando que su objetivo es hacer oposición a un Govern que ven «autonomista». Con este panorama, en las manifestaciones de la ANC ya no se grita «independencia» sino «unidad» y se abuchea a diputados de JpC y ERC.

La presión de las calles

El 1-O no habría sido posible sin la enorme movilización de cientos de activistas que escondieron las urnas en las que se votó, organizaron los censos y llenaron los colegios durante los días previos a la votación . Este esquema fue el resultado de años de manifestaciones masivas en cada Diada así como de una enorme capacidad de convocatoria por parte del Govern y entidades como la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Dos años después, la última Diada se ha saldado con una caída de asistencia del 40% y los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR) lideran las acciones de protesta, mucho menos concurridas y de carácter cada vez menos pacífico.

Entidades de capa caída

Hubo un momento en el que la Assemblea y Òmnium Cultural marcaban los tempos del gobierno catalán. «President posi les urnes» (presidente ponga las urnas), ordenó Carme Forcadell a Artur Mas en 2014. En ese momento Forcadell, hoy presa por el 1-O, era presidenta de la ANC y su orden acabó con Mas montando la consulta del 9-N.

En estos momentos, la ANC y Òmnium exhiben estrategias muy distintas y su capacidad de condicionar las decisiones de la Generalitat ha caído en la misma medida que lo ha hecho su poder de convocatoria en las calles y actos públicos.

El fracaso de la última Diada fue un toque de atención que limitará su influencia en el cariz que tome la respuesta ciudadana a la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del 1-O. Ahora, la iniciativa en la calle la tienen los CDR, que son más difíciles de controlar que las organizaciones clásicas a la hora de su funcionamiento.

La respuesta

A lo largo de 2017 el constitucionalismo no ofreció desde Cataluña una respuesta al unísono. No obstante, el discurso pronunciado por el Rey Don Felipe el 3-O logró activar a algunas entidades (lideradas por Societat Civil Catalana) y los partidos. La respuesta se sustanció en una manifestación que sacó a la calle a cientos de miles de personas en Barcelona. Con ella, la «mayoría silenciosa» marcó un hito de movilización que tuvo su reflejo institucional en el Senado, donde días después se aprobó la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. En esa ocasión, PP, PSOE y Cs exhibieron una coordinación que caducó tras la intervención de la Generalitat. Hoy, partidos y entidades viven de nuevo inmersas en la batalla retórica del día a día, no obstante, la moción de censura a Torra planteada recientemente por el PP supone una oportunidad de oro para mostrar su capacidad de construir un relato alternativo al del nacionalismo.

Repercusión internacional

«El món ens mira» (el mundo nos mira), esa era una de las consignas que el independentismo repitió insistentemente durante los años más intensos del «procés». Las Diadas se concebían pensando en ofrecer imágenes impactantes que tuvieran recorrido en los medios internacionales y eso, ciertamente, surgió efecto. El 1-O fue seguido intensamente por la prensa extranjera. Pero el interés por el caso desapareció casi por completo y los corresponsales ya no acuden a las citas del nacionalismo . En el plano diplomático, ningún país se posicionó a favor de la Generalitat en sus envites al Estado ni reconoció las «proclamaciones de independencia» de 2017.

Cambios de caras

Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Carme Forcadell, los Jordis y Anna Gabriel fueron algunos de los nombres que lideraron los meses más convulsos del «procés». Todos ellos están hoy fuera de juego. En su lugar, hay en estos momentos una nueva generación de dirigentes independentistas con menos tirón y que trabajan lastrados por el fracaso cosechado por sus predecesores. Ni ERC, ni JpC ni la CUP han conseguido generar nuevos liderazgos capaces de mantener el vigor del movimiento de modo que tratan de compatibilizar el magnetismo de sus «presos y exiliados» con la necesidad de cúpulas que mantengan a flote el «procés» desde los despachos.

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