Parte de la portada del libro escrito por la periodista de ABC Cruz Morcillo
Parte de la portada del libro escrito por la periodista de ABC Cruz Morcillo - abc
caso asunta

«Que Asunta ponga en la maleta bañadores, gorras y chancletas»

La periodista de ABC Cruz Morcillo reconstruye en un libro el asesinato de la niña, crimen por el que serán juzgados sus padres

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«Ser reportero de sucesos no te inmuniza ante el dolor». Así empieza « El crimen de Asunta», una minuciosa crónica sobre el asesinato de la niña compostelana, ocurrido en septiembre de 2013, del que están acusados sus padres: Alfonso Basterra y Rosario Porto (aún pendientes de juicio). El libro, basado en el sumario del caso, en las declaraciones de imputados y testigos, en comunicaciones inéditas entre los protagonistas y en testimonios directos a la autora, traza el mapa policial de la muerte de la menor y aporta datos desconocidos sobre el posible móvil del crimen, aún sin respuesta.

El relato periodístico analiza cómo una familia modélica, con una posición social y económica consolidada, acaba hecha pedazos, remontándose no solo a los meses que antecedieron al crimen, sino también al pasado de los protagonistas.

«El crimen de Asunta» expone las pruebas halladas durante la instrucción, los argumentos de las defensas, los puntos sin aclarar del caso; detalla la vida en prisión de los padres, los vaivenes a que estuvo sometida la investigación y el interés mediático suscitado. A continuación se ofrecen varios extractos de la obra.

El testamento, en la caja fuerte de Charo

«Las vacaciones escolares de Asunta habían comenzado con su madre hospitalizada y su padre cuidándola. No era el mejor inicio ni el mejor plan. Ana Isabel Álvarez, la madre de la otra íntima de Asunta, su amiga C., lo sabía y se ofreció a llevar a la pequeña a pasar el fin de semana del 5 al 7 de julio a la playa, en Portonovo, con toda su familia.

«Hola, Charo. Mañana recogemos a Asunta a las 17.00 horas donde tú me digas. En la maleta que ponga bañadores, gorra y chancletas. El resto ya tengo yo (toallas, crema solar). Si hay algo que tenga que saber de dieta o medicinas que tomar me dices».

Cuando el coche familiar de siete plazas se detuvo en el portal de Charo, fue Alfonso quien acompañó a la niña en lugar de su madre. Es posible que Rosario no quisiera alarmar a los amigos con la marca que el supuesto forcejeo con el ladrón le había dejado en uno de sus pómulos, aunque días después lo luciría orgullosa contando el relato de lo sucedido a los desconocidos empleados de la inmobiliaria en la que iba a gestionar operaciones con algunas de sus propiedades. A esas horas del 5 de julio, que Charo no fue capaz de rememorar ante el juez, Asunta ya había enviado a su otra gran amiga, A., el alarmante mensaje de que la habían intentado matar, pero sus padres no podían ni imaginarlo.

No solo eso, la pequeña grabó dos vídeos con su móvil: uno del protagonista masculino de la serie adolescente Violeta; en el otro, la niña inmortaliza un esqueleto humano de los que usan los escolares y durante la grabación le saca la pieza del esternón y lo deja hueco.

Cuando acabó, se hizo una autofoto de la cara y el cuello. Meses después, los investigadores se preguntaron una y otra vez si pretendía que alguien viera la imagen de una supuesta marca dejada alrededor de su garganta. Los forenses no fueron capaces de concluir si esa señal existía o no, debido a la mala calidad de la fotografía.

Esa misma tarde, después de marcharse la niña, la convaleciente Rosario y Alfonso jugaban a las cartas en el piso de la calle República Argentina. Ella se recuperaba y él se aferraba al acercamiento y la dependencia. Todo era calma chicha hasta que los mensajes de whatsapp desde el móvil de Asunta desestabilizaron a los exesposos. «¿É verdade que alguien quería asesinar a Asunta?». «¿A las 4:30?». El mensaje, breve pero cortante como un canto rodado, era de C., que le había pedido el móvil a su amiga. ¿Qué había ocurrido? La respuesta la obtuvieron los investigadores antes incluso de detener a Porto. La proporcionó la madre de C., Ana Isabel, quien acudió a la policía a declarar voluntariamente dos días después de que asesinaran a la niña y repetiría su versión ante la Guardia Civil y ante el juez (...)

(...) Dos testigos con el rastro intenso del sábado noche de jarana pintado en su cara y sus palabras, frente a otros dos -el matrimonio formado por Manuel Crespo y Rosario Sánchez- alentaban una tesis y la contraria. ¿Estaba o no el cuerpo de la pequeña a las doce y media de la noche depositado en la cuneta? La hora era un pilar básico para cerrar la acusación contra los padres. La grabación que se hizo dos noches después del hallazgo perseguía reproducir las condiciones de meteorología y luminosidad del 21 de septiembre. Ocaso a las 20.30, fase de la Luna en el tránsito de luna llena (día 19 de septiembre) a cuarto menguante (día 27). Se hicieron cinco grabaciones siguiendo el trayecto (en ambos sentidos) que discurre por la pista forestal, desde la bifurcación que comunica dicha pista con la carretera, hasta pasar por el lugar exacto donde apareció la niña, unos 60 metros en total. No había ninguna luz artificial salvo una farola a 87 metros de distancia. La pista era típica del bosque gallego, densa, cubierta en ambas márgenes por un espeso manto de pinos y viejas caducifolias, que oscurecían la tierra a sus pies.

Manuel Crespo, el vecino, no fue capaz de ver la prenda de color blanco que los agentes colocaron como señuelo en el punto exacto donde fue hallada Asunta ni al caminar en un sentido ni en el otro. Aun así aseguraba que la niña no estaba allí cuando él y su mujer pasaron a las 0.30. «Lo reflejado en declaraciones por el marido y la esposa no transmite la misma sensación de certeza», sostenía el fiscal.

(...) Dinero. Era uno de los argumentos recurrentes y alimentó páginas y páginas. ¿Herencia desconocida, testamento invalidado, una póliza a nombre de la niña? Los investigadores supieron desde la primera semana que ese no era el motivo. Charo guardaba su testamento en la caja fuerte de su casa. Era la única heredera, y ese documento, que databa de 1975, era conocido de sobra por Juan Guillán, el abogado colaborador del padre de Porto; no existía ninguna póliza oculta ni donaciones a la niña y las propiedades de los Porto en Santiago de Compostela, Vilanova de Arousa y Teo, las había recibido su única hija de forma legal y habitual. Varios millones de euros. Esos eran los datos. Los rumores, en cambio, crecían para agrandar el mito de la monstruosidad de los padres (...)

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