OPINIÓN

Otra vuelta de tuerca en Abengoa

Urquijo mantiene casi intacta a la antigua cúpula de Abengoa, que conoce todas las tretas que se han hecho en la empresa

SEVILLA Actualizado: Guardar
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AL terminar la junta de accionistas, los cordiales corrillos entre viejos y nuevos consejeros se disolvieron lentamente cuando Gonzalo Urquijo se paseó entre ellos para recordarles que había una reunión inminente. El nuevo presidente de Abengoa, con su flemático tono de voz que contrasta con una cierta viveza en sus ademanes, se marchaba acompañado por los otros «seis sabios» que componen su consejo. Y esos sabios bendijeron a continuación un organigrama repleto de viejos conocidos, con Joaquín Fernández de Píerola (director general) y Álvaro Polo (recursos humanos) a la cabeza, en un staff en el que aún flotan en la superficie otros perfiles como Brandon Kaufman (el líder de los "uruguayos") o Alfonso González Domínguez. Al ver que los nuevos jefes deben dirigir a un grupo de ejecutivos forjados en una fidelidad feudal con Felipe Benjumea, rememoré al instante «Otra vuelta de tuerca», el célebre (y perturbador) relato de Henry James. Los pasillos de Palmas Altas se asemejaron entonces a los de una vieja mansión victoriana y su flamante presidente ejecutivo me recordó a esa inocente institutriz recién contratada para cuidar a unos niños que vivían bajo el influjo de un pasado reciente que ella desconocía.

Después llega su incapacidad para gestionar la situación cuando afloran los traumas de esos niños con la antigua institutriz, que aparece y desaparece súbitamente en paseos fatasmagóricos.

¿Por qué permanece casi íntegra la vieja cúpula de una firma que ha perdido más de 7.000 millones en 21 meses? ¿Qué méritos atesoran los responsables de los mayores números rojos de la historia de una empresa no financiera? Si Gonzalo Urquijo ha suscrito con ellos una especie de «pacto de la verdad», en el que el nuevo equipo se compromete a desvelar todos y cada uno de los pormenores de cómo se han realizado los proyectos en Abengoa, entonces es una medida acertada para acelerar la limpieza de la compañía y reactivar el negocio. La hipótesis contraria sería desalentadora. Dado que la fidelidad de los antiguos accionistas y directivos estaba cimentada en una generosa política de dividendos y bonus: ¿y si en vez de desvelar la verdad se convierten en un cerco para proteger las mentiras e impiden, precisamente, atacar de forma rápida las prácticas que han convertido a Abengoa en una deficiente empresa de ingeniería? Las cuentas de los proyectos no cuadran y la confianza en la relación con proveedores y clientes está en quiebra, y eso no se debe solo a un problema de balance. Si hay un empeño en disimular tretas técnicas y contables, Urquijo no tardará en ver fantasmagóricas apariciones por los pasillos de Palmas Altas (o en su caso, por las oficinas madrileñas de Sanchinarro). Habrá que aferrarse a la primera hipótesis pues la nueva Abengoa no se puede permitir el lujo de perder tiempo.

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