Pimpampum Bale

Se le exige ser a la vez el campeón de 100 metros y el de maratón, y alternar ambos avatares como un relámpago

Ignacio Torrijos

No se recuerda en el fútbol español un caso semejante de ojeriza mediática. Bale. No es para menos: le gusta el golf, sonríe más que habla, se lesiona y vuelve a brillar si le dejan, agradece pulgar en alto cada pase y marca goles suficientes –y espectaculares– para irritar a sus censores. Raro que en Ciencias de la Información no tuviéramos una asignatura específica (llamada Pimpampum, por ejemplo) para prevenirnos contra sujetos como este.

Sin jugar de delantero centro, Bale ha tenido siempre un promedio goleador que para sí quisieran muchos «nueves» aclamados. Topicazo a coro: «Vinicius y Lucas le han adelantado a izquierda y derecha». Juegan en su puesto. ¿Cuántos goles lleva Vinicius en la Liga? Dos. ¿Lucas? Uno. Y van de loa en loa. La vara de medir a Bale es el zurriago, cualquier pretexto vale para atizarle.

Uno de los pretextos (falso) es que «no defiende». La aparente diferencia entre el trabajo defensivo de Bale y el de Lucas tiene una explicación simple. Cuando su lateral (Carvajal, Odriozola) sube al ataque, Lucas se mantiene en la banda, formando pareja. Bale, en cambio, suele desplazarse al área porque sabe que a él (a Lucas no) se le exige el gol. Si hay contragolpe del rival, bajar en ayuda del lateral desde el punto de penalti (Bale) cuesta mucho más que hacerlo desde la banda (Lucas). Pero Bale baja, lo hace en cada jugada; lo ha hecho siempre. Si Bale no remata, se le condena; y si en tres segundos no ha vuelto desde la otra a la propia área (no «al propio área», como dicen los que le acusan de no saber español), se le condena también. Se le exige ser a la vez el campeón mundial de 100 metros y el campeón mundial de maratón, y alternar ambos avatares como un relámpago.

La campaña 17/18 de Bale, según el vocerío imperante, fue «un desastre». Ahora bien: jugando solo media temporada, y muchas veces como suplente, hizo una veintena de goles. Y es seguramente el jugador que da más pases de gol desaprovechados (en cursi actual, asistencias frustradas). Esos datos se silencian, no vaya a ser que el pimpampum, tan socorrido para la bulimia audiovisual, se venga abajo. En el tramo final marcó en muchos partidos consecutivos, pero Zidane el Justo lo relegó de nuevo a la suplencia en la final de la Champions, sin que la justicia reclamada para otros en casos parecidos se pidiera entonces para Bale, que estaba en plena forma y resolvió el asunto con dos goles: la Decimotercera. Todo lo contrario: se siguió hablando de «números nefastos», «ni está ni se le espera», «ha quedado señalado»... La comodidad del sambenito, el placer de la inquina. Al principio también se decía: «Sí, pero quiero verlo en partidos importantes...». Eso se acalló, pues lo vieron enseguida.

En todo caso, Bale, jugador magnífico, está desaprovechado. La culpa la tiene el propio Bale, en exceso remirado para exprimir individualmente sus fenomenales cualidades. La tienen sus compañeros, que se asocian poco con él (no al revés), pese a sus continuos desmarques. Y la tienen sus entrenadores, que no le procuran las condiciones idóneas (por ejemplo: con su disparo lejano, ¿por qué apenas le dan ocasión de explotarlo?).

Personalmente, celebraría que Bale se marchase a otro equipo, en otro país donde fuera tratado justamente. Gareth, go away, please.

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