Mundial Rusia 2018

Salah, un dios inesperado en Oriente Medio

La sorprendente figura egipcia llega a Rusia con la esperanza de que su proeza en Liverpool encuentre réplica en su selección

Salah en un partido de la selección de Egipto
Alejandro Díaz-Agero

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Egipto apuraba sus opciones de clasificarse al Mundial en el partido que lo enfrentaba al Congo en Alejandría. Corría el minuto 87 cuando los sudafricanos anotaban el gol que significaba el 1-1 y sacaba al combinado local de Rusia. En ese mismo momento Mohamed Salah (Nagrig, 1992) caía desplomado, boca abajo y con los ojos empapados en lágrimas, sobre el césped del estadio Borg El Arab. Ahí, tendido a su lado, estaba todo un país. Ocurre entonces que la estrella del Liverpool se arrodilla, golpea sus muslos, agarra el balón para acercarlo al círculo central y encadena una serie de gritos que cavilan entre el ánimo y la desesperación. Exactamente seis minutos después, el árbitro señala un penalti a favor de Egipto. En el vídeo de la televisión nacional se ve a todo el equipo festejando la pena como un título, con un incesante «Allahu Akbar» del comentarista de fondo. A lo lejos se ve cómo Salah, aplastado por el peso de la responsabilidad, se limita a mirar al suelo, doblado sobre sus rodillas. No recordará aquel penalti como el que mejor tiró; no recordará ningún penalti más que el de aquel 8 de octubre.

En esa secuencia descansa la historia reciente de un futbolista, pero también la de un país y casi que la de una religión. Musulmán canónico (su hija se llama Makka, Meca en árabe), cauto en el escarpado y austero territorio que es hoy la política que maneja Abdelfatah Al-Sisi y, especialmente, inédito en los dos clubes que por importancia mayor rivalidad tienen en Egipto, Al-Ahly y Zamalek, Salah es un tótem para sus paisanos. Se le atribuye, incluso, haber reflotado el panarabismo, extendida como está su silueta más allá de Egipto, erigido él como el mejor embajador posible de Oriente Medio en Europa.

Sus 32 goles en la pasada Premier League, récord de la competición, le valieron el premio a mejor jugador de la liga y el Balón de Oro africano. También un reguero de textos dedicados a diseminar su figura, desconocida para el gran público hasta su explosión definitiva en la última campaña. Es de sobra conocida su implicación social con Nagrig, donde ya ha pagado un campo de fútbol sintético y una depuradora de agua, además de colaborar en la incorporación de una unidad de cuidados intensivos en el hospital más próximo al pueblo, en Bassioun. En el Basilea, su primer club en Europa, jugaba cuando deslumbró a Mourinho en la fase de grupos: le hizo gol a su Chelsea en los dos partidos. En Londres tuvo una temporada anodina que propició su marcha a Italia. A una temporada ramplona en la Fiorentina le siguieron dos notables en la Roma (34 goles y 24 asistencias), pero en las que ni de lejos se intuía que en Anfield su fútbol fuese a explotar de la manera que lo ha hecho. Su última Champions, alcanzando la final junto a Klopp y sus gregarios, lo consolida como una de las referencias mundiales. Más aún visto el desplome de los «reds» tras caer el egipcio lesionado.

«Si marca unos cuantos más, yo también seré musulmán», cantan en The Kop donde, seguramente sin pretenderlo, han resumido mejor que nadie quién es hoy Mohamed Salah.

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