Fútbol

Bendita terquedad de Luis Enrique

España volvió ante Italia mejorada y más madura: Oyarzabal, superlativo

Lis Enrique, durante el Italia-España
Hughes

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Después de los Xavi, Gabri, Sergi, ‘Busi’, ‘Puyi’, ‘Chapi’, Fati y Pedri... llega Gavi, batiendo el récord de precocidad de Zubieta del año 36, casi nada, algo que poco podía impresionar ‘Luis Enri’, que antes del partido daba una interesante definición de ambición: jugar igual todos sus partidos. Ese es el estilo de su España , las anteojeras, una terquedad imperturbable, el sostenella, el no enmendalla, el erre que erre, una más de las muchas formas ibéricas de la cabezonería.

Esa terquedad es su estilo, y ese estilo tan personal se complementa con una determinada pauta que exige que uno de los interiores tenga eso que ahora se llama ADN Barça. Es así. Lo de Gavi puede verse como capricho , recochineo o provocación, pero lo más sencillo es verlo como un talismán o como una rúbrica. Cuando no ha habido un Pedri (o un Gavi) su España no ha sido del todo su España. Parece responder a una superstición futbolística.

Brilla Marcos Alonso

Empezando Gavi por la derecha, lo importante ocurrió, sin embargo, por el otro lado. Para empezar, la bravura de Koke, el ardor capitán de su presión, y luego las llegadas de Marcos Alonso, lujoso, elegante e incisivo con el ojo siempre puesto en Oyarzabal , el jugador de más clase y suavidad en el campo. Su centro en el primer gol fue superlativo, fue de otra década, y volvió a repetirlo en el 0-2. Era un partido sin nueves y Oyarzabal bordó lo de abandonar su lugar, caer en la banda y centrar para la llegada, en corrimiento posicional tempestuoso, de Ferran desde la derecha.

Hubo brillantez individual pero hay que volver al estilo y lo colectivo. España, para empezar, resolvió adecuadamente el problema principal que le planteaba Italia con la presión. Ahí medió, y nunca mejor dicho, la experiencia de Busquets; luego España desarrolló un juego ambicioso , vigoroso, rápido, desacomplejado que le quitó a Italia la pelota metiéndola en su campo.

Luis Enrique no es un hombre simpático. Podríamos incluso decir que es antipático . Y no es ni siquiera un antipático con claroscuros, con lagunas; es antipático constante y sin concesiones, pero luego transmite esa cortante determinación al equipo. Si solo fuera antipático con los periodistas sería un problema. Lo bueno es que también lo es con el rival.

Construye un bloque de jugadores ‘inmolables’ y los pone a correr con una presión de nivel europeo, homologable, seria, moderna a la que añade unas ráfagas de buen juego tocado que puede arrebatarle la posesión y la iniciativa a cualquiera. Esto hizo en San Siro, nada menos, y contra Jorginho, Verratti y Barella . En el campo de tantos traumas, España se metió en la casa de Italia y le quitó la pelota, el discurso, la gestualidad, la iniciativa, la chulanganería, todo. Supo jugar con un ritmo más alto. Mancini, que parece estar siempre casando a la hija, lo miraba preocupado, luego haciendo ese gesto corrector universal del dentro y fuera y después, un poco antes del 0-2, con sabia resignación.

Italia llevaba 37 partidos imbatida , y no perdía en San Siro desde hacía casi un siglo. España jugará la final de la Nations League y jugó la semifinal de la Eurocopa, que mereció ganar. Unos meses después, volvió ante Italia engrandecida, altanera y mejorada. El mismo equipo más maduro, escarmentado tras un Erasmus de Chiellinis.

Pero dentro de la terquedad-sistema de Luis Enrique, Oyarzabal merece otra mención . Si Michel Salgado se ganó ser ‘il due’ por un partido en Italia, Oyarzabal debería ser considerado ya el talento más puro de España. Es un jugador ‘cool’ y con silenciador. Su zurda fría y su oscilante movilidad coronan el fútbol unánime de los de Luis Enrique dándole una posibilidad distante y misteriosa.

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