Nadar entre tiburones blancos

Gracias, David

«Antes contaban guerras, nosotros contamos copas de Europa», me dijo Gistau una vez

Hughes .

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Hará unos nueve años. Yo pasaba gran parte de la semana en un pueblo, solo, y por las tardes, acabado el trabajo, a veces no sabía muy bien qué hacer. Mi novia me aconsejó entonces que me abriera Twitter cuando no era el politizado frenopático que acabaría siendo. Empecé a tuitear, pasando el rato, y al poco tiempo me llegó un mensaje privado: «¿Quién eres?». Era David Gistau, que aún estaba por allí y pensaba que yo era un novelista mod emboscado. Tú tienes que escribir, me dijo. Y me puse a ello.

David es una de las personas por las que me dedico a esto. Es responsable directo. Y cuando comencé estuvo pendiente de mí. Cuando sentía que no me leía nadie, llegaba un mensaje suyo: Lo estás haciendo bien, no envidies el éxito de nadie, tú eres otra cosa. Cuando llegaron las putadas, me defendió. Y en las primeras visitas al Bernabéu me lo encontraba allí. Un día se acercó un aficionado extremeño que quería una foto con él, pero no en calidad de madridista sino de liberal. «Entre liberales nos entendemos». Él se divertía. Después dejó de acudir y yo, que no soy precisamente Sherlock Holmes, tardé en darme cuenta de que había estado yendo por mí, por acompañarme en el comienzo.

Le di las gracias por todo, pero a veces pienso con un punto de amargura que no con el énfasis que merecía. Guardábamos una cierta distancia y yo le respetaba. David era un hombre de códigos, protegía a los suyos, y pensé que el tiempo, y no las palabras, demostraría mi lealtad, que no necesitaba más aduladores.

Cuando empecé a escribir leí una pieza suya en «El Mundo» sobre un partido europeo del Madrid. No era un artículo escrito al día siguiente, sino uno en caliente, entregado en primera edición. Era un texto asombroso, lleno de imágenes perfectas, descriptivas y humorísticas. Muy poca gente es capaz de hacer algo así en tan poco tiempo. La imprimí y la leí abrumado. ¿Cómo lo hizo? David era un portento y eso le hacía generoso.

Habría que leer sus crónicas y columnas, una a una, e ir rescatando sus fulguraciones, sus hallazgos y su humor. Quizás no fueran las más importantes, los artículos que todos recordamos, pero encontraríamos cien, doscientas páginas de una brillantez que no ha alcanzado ningún prosista en la España reciente. Eso lo sabemos quienes escribimos. Gistau no necesitaba novela alguna, pero creo que estaba convencido de que el periodismo actual ya no podía deparar las condiciones para cierta escritura. Antes contaban guerras, nosotros contamos copas de Europa, me dijo una vez.

Estos meses sin él ya han sido suficientes para notar un vacío. Gistau no era nada en extremo, pero era firme; era intuitivo, pero no fue nunca un frívolo o un desahogado. Se estuviera o no de acuerdo con él, no participaba de la desfachatez ambiental. David no iba a fallar cuando llegase lo importante, y por eso hay una sensación de que algo cambia, algo ha cambiado si él no puede contarlo, y un cierto vértigo que da miedo confesar. Somos menos, estamos menos acompañados.

Perdonen el yo, el haber hablado de mí, pero era necesario para hablar de él. Me lo dijo en nuestra primera conversación: el periodismo te encadenará a un objeto, al mundo, a los demás. Mirar fuera de uno. Ojalá su mirada guarde siempre a los que deja.

La última vez que le vi fue en Rentería. El periódico me envió a seguir un mitin de Ciudadanos. Justo un poco antes, con la puntualidad de quien conoce exactamente cuándo será la noticia, le vi llegar a la plaza del pueblo como si viniera caminando del Retiro. Parecía el batería de un grupo de brit pop que se acercara a curiosear, más cerca de la gente que de la prensa. Hablamos. Llevábamos tiempo sin hacerlo, la relación se había enfriado. Después empezó la trifulca en el pueblo, intervino la policía, los batasunos se envalentonaron y metido en el fragor, antes de perderse en el tumulto, aún tuvo un instante para buscarme con la mirada. Con los ojos me señaló la acreditación. Se veía demasiado, debía tener cuidado. La metí por dentro, muy cerca del corazón.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación