Muere Eduard Punset

Eduard Punset: «Cojo un tren y la gente me pregunta cosas todo el tiempo»

Esta entrevista concedida a ABC en 2011 refleja el carácter afable y trabajador del famoso divulgador científico español fallecido este miércoles

Muere Eduard Punset a los 82 años

Anna Grau

Precisa Punset que él no entiende a los «jóvenes» que trabajan con él cuando de vez en cuando le piden «más tiempo para hacer su vida, y yo les digo: pero ¿qué es hacer tu vida, ver la tele?». Se pasma de que gobernantes y sindicatos no hayan puesto aún manos a la obra para, entre otras reformas laborales pendientes, abolir las fronteras entre trabajo y entretenimiento. «Bueno, señor Punset, considere que no todo el mundo tiene una profesión vocacional como la suya; ¿se imagina ganándose la vida como sepulturero?». Se lo imagina concienzudamente. E insiste: «Hay que resolver mucho mejor el equilibrio entre trabajo y aficiones; por ejemplo, aprovechar el aumento de la esperanza de vida para retrasar la edad de jubilación a cambio de trabajar menos horas cuando eres joven y poder dedicarte más a tu familia, tu formación, etcétera».

Es una idea sugestiva, como todas las suyas, y la expresa con una claridad y un encanto que explican el éxito de sus libros. Y de él mismo, que siendo un divulgador científico recibe trato de estrella de rock. Lo paran a menudo por la calle y no puede coger un tren desde Pineda de Mar, donde vive, a Barcelona, sin que «la gente, que es tan cariñosa, me pregunte cosas todo el tiempo, y claro, ya no puedo trabajar». Su dependencia del transporte público es casi total desde que le retiraron el carné de conducir por haberlo tenido caducado ocho años. Recuperó su carné, pero lo dejó tras quedarse dormido un par de veces al volante «y estar a un paso de la catástrofe personal».

¿Es tan sabio despistado como parece? Oyéndole empalmar sus recuerdos de Richard Dawkins , el biólogo británico responsable de la teoría del gen egoísta, con los de Antoni Gutiérrez «El Guti», un antiguo secretario general de los comunistas catalanes que nunca le perdonó por «pasarse» a Adolfo Suárez, es fácil pensar que divaga. Pero no. Es que su mente no para de procesar y asociar, de buscar un dato que se le resistía y que aflora de repente cuando todos los demás ya nos habíamos olvidado: «Sí, claro, el primatólogo que trajo a Copito de Nieve a Barcelona se llamaba Sabater Pi ». Es verdad, Punset no descansa nunca.

Entonces los domingos, como todos los días, se levanta a las seis o las siete de la mañana, y de cabeza al ordenador. Si está en su casa de Pineda, va a nadar al mar diez minutos. Lo hace cada día, excepto de diciembre a febrero. Desayuna pan con tomate y jamón, «que es lo que me daban de pequeño, y ahora me lo hago yo, no me gusta que me lo haga nadie más». Luego, se prepara un café de Nespresso cortado con leche fría, «a diferencia de los homínidos que calientan la taza, calientan el café, calientan la leche… ¡y luego tienen que esperar a que se enfríe!». Y se parte de la risa.

Más cuidados, menos fármacos

Después de pasar la mañana trabajando, Punset come «lo que sea» si está solo, o con más empaque «si he quedado para almorzar con empresarios a los que pido patrocinios para mi fundación», nos guiña travieso un ojo. Decidido apóstol del cuidarse más para necesitar menos fármacos, nuestro hombre se debate entre la disciplina en la mesa y « la belleza del comer bien , que he descubierto con la edad (75 años)». Su menú ideal: pescado y helado de chocolate. Del alcohol se priva, excepto por ocasionales chupitos de whisky de malta.

Se va a dormir cuando se cae de sueño y ya no es capaz de leer o escribir más. Tras el «Viaje al Optimismo» prepara una historia con un nombre que a muchos les sonará enigmático: Kalmikia. «Cuando estuve en el Parlamento Europeo, como de joven fui comunista me adscribieron al mundo del Este», nos cuenta, «y uno de los países que me tocaron fue este que no conoce nadie, Kalmikia. Un pueblo de budistas acribillados por Stalin. Cuando después de muchos años les dejaron volver a su tierra no se reconocían, no sabían hablar ni su propio idioma y lo reaprendieron… Allí conocí a una persona a la que he querido mucho, y ahora escribo de eso».

Sin una hora de aburrimiento ni un día de descanso.

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