Luz de gas o gaslighting: así es el perfil psicológico de los manipuladores sentimentales

Egocéntrico, inseguro, cómodo en la mentira y sin capacidad de empatía: así son los que practican este tipo de manipulación que suele ser más frecuente en las relaciones de pareja

Cómo reconocer a un manipulador psicológico

R. Alcolea

Son las ocho menos cuarto de la tarde de un viernes lluvioso y Carmen se dirige en autobús a la zona en la que ha quedado con Íñigo. Va con tiempo. De hecho siempre suele llegar puntual. Se baja en la parada más cercana al bar de la cita y hace tiempo en unos soportales mirando los stories de Instagram. En ese momento recibe un WhatsApp de Íñigo: «Oye, al final no voy, me quedo en casa haciendo unas cosas. Ya hablamos». Carmen relee una y otra vez el mensaje, algo contrariada e incrédula: «¿En serio? Si era él el que quería quedar hoy y aquí», piensa. Y a continuación contesta a su mensaje: «Ok, ya estaba en el sitio esperando. La verdad es que no me gustan los cambios de planes a última hora». La respuesta de Íñigo no se hace esperar: «Ya está la niña haciéndose la victimita. Menudo drama que te cambien los planes a última hora, ¿eh? Cuidadito, que a mí lo que no me gusta es que me amenacen»...

Esta secuencia o conversación aparentemente poco relevante esconde el germen de lo que se conoce gaslighting o, su equivalente en castellano, luz de gas, un tipo de manipulación frecuente en las relaciones de pareja que hace que las víctimas lleguen a silenciar sus experiencias o sentimientos para no sentirse juzgadas por el otro.

Dudar de la propia percepción y de los recuerdos, sentir inseguridad, tener baja autoestima, encerrarse en sí misma y tener dudas sobre sí misma son las fases que suele atravesar una víctima de luz de gas, según Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y directora de Cultura Emocional Pública. Y, aunque no está definido como constructo psicológico, hacer luz de gas se puede definir como la manipulación de una persona a otra para que esta dude de sus percepciones, experiencias o comprensión de los acontecimientos, según los expertos.

En la relación entre víctima y manipulador, se produce un proceso lento y sutil de confusión por parte de la víctima, que cuestiona cada una de sus experiencias y recuerdos y, en contra, da más valor y prioridad al criterio ajeno. La luz de gas, por tanto, es un sutil modo de violencia psicológica , «una agresión más intencionada y consciente que inconsciente, que atenta contra la estabilidad emocional de la víctima», aporta Cabero. La persona agredida termina por disculparse con frecuencia , se culpa por no encajar (algo que necesita) y se esfuerza por ser bien valorada.

Así es un manipulador emocional

«Se siente cómodo con el uso del poder, es egocéntrico , tiene dificultades para empatizar y se muestra inseguro ante el enfrentamiento a la adversidad», define Cabero, quien añade que también a menudo le resulta cómodo mentir, negar, cuestionar, juzgar y generar malestar en la víctima.

El ámbito familiar es uno de los más propensos a que se desarrollen estas dinámicas de violencia psicológica, pero no es el único. «Se producen, por excelencia, en relaciones de poder y de dependencia emocional. Son más frecuentes en las relaciones de pareja y en determinadas relaciones profesinales», indica la psicóloga. No obstante, estas prácticas también pueden darse en el colegio (acoso escolar) y en el trabajo (acoso laboral), o llegar a ser institucionales y sistemáticas.

La intención del abusador que hace luz de gas es que la persona a la que manipula termine por perder la confianza en su propia manera de percibir la realidad. Pero al no tratarse de una violencia física lo cierto es que es más difícil detectar las señales, tanto para la víctima como para el entorno. Eso sí, como sucede en cualquier tipo de maltrato, también deja secuelas , aunque no queden tan a la vista de todos. Algunos ejemplos serían la duda perpetua que tiene la víctima sobre el propio criterio y sobre sí misma, el hecho de que se cuestione su propia salud mental, una creciente inseguridad y desconfianza, una sensación de indefensión aprendida y un bajo nivel de autoestima, así como una dependencia emocional hacia el maltratador. Una dependencia, por cierto, que es mayor cuanta más desconfianza haya generado el maltratador en la víctima, según apunta la experta.

Cómo romper el círculo vicioso

La relación de codependencia que crea el gaslighter hace difícil romper ese vínculo. «Necesitamos confiar en alguien que nos permita ver, con distancia, el proceso vivido», aclara Cabero. La experta destaca las cinco fases por las que atraviesa la relación entre un manipulador y una víctima de luz de gas: «En primer lugar, el manipulador cuestiona la experiencia de la víctima. Después gana poder en ese cuestionamiento, y también con respecto al criterio que aquella tiene de lo que percibe. La tercera fase consiste en suscitar desconfianza e inseguridad en la víctima, y en anular el criterio que esta tiene de lo que percibe que está sucediendo. Como consecuencia, se hace más poderoso en la relación con ella y, por último, genera dependencia en dicha relación». De este modo, el maltratador psicológico termina logrando que la víctima dependa de él y pierda la capacidad de creer en sus propias opiniones.

Para salir de esa situación las víctimas deben tomar conciencia de los procesos comunicativos con las otras personas y de los efectos que les producen para distinguir, en esencia, una relación sana de otra intoxicada por la manipulación psicológica. También es aconsejable que vivan en conexión con su interior de modo que les resulte posible distinguir lo que les hace sentir bien y mal en relación con otras personas. Otro de los consejos de la psicóloga es aumentar la confianza personal y sentirse seguros de sí mismos, de su autoconcepto y de su autoestima. Para ello es importante, por otra parte, que esa persona aumente la confianza cognitiva en sí misma, en relación tanto con la propia intuición como con la fiabilidad de sus criterios, percepciones y experiencias, así como legitimarse, defender y reivindicar el criterio y la opinión propios. Deben, por tanto, darse el permiso no solo de pensar, sino también de sentir diferente, aprobarse a sí mismos sin necesidad de que otros les aprueben o validen; mantener siempre a las demás personas a cierta distancia, y, por último, contar con un amplio abanico de relaciones personales en lugar de centrarse solo en una o en unas pocas personas.

Puedes contar tu caso

En la actualidad, los expertos tratan de delimitar las características de este tipo de violencia psicológica en el ámbito profesional. Por ejemplo, la Universidad de Michigan está recopilando historias en The Gaslighting Project , en el que se invita a las víctimas de este tipo de manipulación a contar sus experiencias para descubrir las dinámicas de dicho proceso.

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