Donald Trump y el ya exdirector del FBI, James Comey
Donald Trump y el ya exdirector del FBI, James Comey - REUTERS

Trump alimenta la sospecha de la «trama rusa» al fulminar a Comey

Destituyó al director del FBI para frenar un escándalo que no hace más que crecer desde noviembre

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Ya no hay duda. La presunta conexión rusa con la campaña electoral de Donald Trump va a marcar el mandato del 45 presidente de los Estados Unidos. Y de qué manera. La fulminante destitución del director del FBI, James Comey, en el momento en que lideraba una investigación criminal para determinar los vínculos de la campaña de Trump con el Kremlin antes de la elección presidencial de noviembre, no ha hecho otra cosa que agrandar las sospechas. Si el presidente pretendía frenar el escándalo que le persigue desde entonces, el movimiento ha desatado un terremoto político imponente, aunque su alcance sea aún incierto.

Los senadores demócratas al unísono y un sector de los republicanos reaccionaron con el clamor de crear un órgano especial e independiente que profundice en la investigación y que sustituya a las actuales comisiones de ambas cámaras.

Se esperan con atención los nuevos pasos del Adjunto del Fiscal General del Estado, Rod Rosenstein, autor de los fundamentos para el relevo de Comey, en los que se apoya Trump para formalizar su determinación, que van a ser mirados con lupa: su propuesta de nuevo director del FBI y el camino por el que conduzca la investigación del Departamento de Justicia.

El común denominador apunta a un error de cálculo del presidente en la decisión en sí, en las formas y en los tiempos. Cuando, minutos antes de su anuncio, Trump se comunicó con los primeros senadores demócratas y republicanos para darles explicaciones, no recibió precisamente parabienes. De los segundos, inquietud por el momento y por la repercusión negativa que provocaría. La reacción demócrata se resume en la frase que le espetó el líder de la minoría en el Congreso, Chuck Schumer: «Presidente, vas a cometer un gran error».

Trump quedó algo contrariado, ya que contaba con que la controvertida actuación del director del FBI desde la misma campaña electoral habría suscitado el suficiente rechazo generalizado como para poder proceder a su relevo. Pero siguió adelante, y con unas formas también criticadas. Remitió una carta a Comey a la sede de la Oficina Federal, en Washington DC, en la que le comunicaba la destitución, mientras el afectado se encontraba en Los Ángeles, en una reunión interna con miembros del FBI. Allí se enteró de su suerte por la televisión, antes de coger el avión de vuelta.

Mientras Trump insistía ayer en que Comey «no estaba haciendo un buen trabajo», la cascada de reacciones críticas, también republicanas, no se detenía. Los senadores implicados en el comité investigador clamaban ayer por un Consejo Especial, más cerca de las demandas demócratas que con la cúpula de su partido. Bob Corker, Lamar Alexander, John McCain, Lindsay Graham… Hasta una decena de ellos pueden dar el empujón a una investigación muy comprometida para el presidente, dado el apretado 52-48 de mayoría republicana en la cámara alta.

En cadena

Acusado por otros de abuso de poder y comparado con el Nixon que el 20 de octubre de 1973 quiso frenar la crecida del caso Watergate con la destitución del fiscal especial, lo que provocó una cascada de dimisiones en la llamada «masacre de la noche del sábado», Trump no ha hecho sino agrandar la crecida del río. El de Nixon era el único precedente de un presidente de Estados Unidos que releva a quien le investiga. A ello hay que sumar que pocos días después de tomar posesión, destituyó también a la Fiscal General Adjunta, Sally Yates, por cuestionar la orden ejecutiva que prohibía la entrada a ciudadanos procedentes de siete países de origen musulmán.

La gravedad política de lo sucedido no resta ironía a una sucesión de hechos que amarga el arranque del mandato de Trump. El Asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, tuvo que dimitir 24 días después de ser nombrado, tras mentir al vicepresidente Pence sobre el contenido de sus conversaciones con el embajador ruso en Estados Unidos, Sergey Kislyak, durante la campaña electoral. El mismo diplomático con el que el actual Fiscal General del Estado, Jeff Sessions, mantuvo charlas durante el periodo electoral, por las cuales decidió recusarse a sí mismo para la investigación, que comanda su Adjunto Rosenstein.

Tapar vías de agua

Bien valorado entre demócratas y republicanos, al haber trabajado para ambas administraciones, Rosenstein recibió el apoyo de 94 de los 100 senadores para ejercer su cargo. Sin embargo, la sensación fundada de que Trump habría encargado una suerte de motivación ad hoc para destituir al director del FBI, le ha colocado en posición comprometida. Tampoco le ayuda que Trump, en su carta de despido a James Comey, le agradezca que hasta «en tres ocasiones» le confirmara que no está siendo «investigado». Una forma de intentar desvincular causa (investigación rusa) y efecto (destitución fulminante), con supuestas afirmaciones que la Casa Blanca no confirmó ayer. Ni que trascendiera el creciente nerviosismo de Trump para tapar la vía de agua de las acusaciones de connivencia con Putin, en especial desde que Comey anunció la investigación y reclamó dinero para llevarla a cabo.

Los argumentos del Fiscal Adjunto se basan en que Comey invadió funciones de la Fiscalía General en dos momentos: cuando el pasado 5 de julio proclamó que la investigación a Hillary Clinton por el escándalo de los e-mails debía concluir sin la presentación de cargos, y cuando en octubre, volvió a decidir el final de la investigación, al no encontrarse pruebas en correos electrónicos de nuevo hallazgo.

Pocos días antes, a sólo diez de la elección, el director del FBI había revolucionado la campaña al anunciar la aparición de e-mails remitidos por Huma Abedin, la colaboradora más estrecha de Hillary Clinton, a su entonces marido Anthony Weiner, que podían comprometer a la candidata, surgido durante su etapa de secretaria de Estado. El impacto en la campaña fue notable, razón por la que todavía hoy Clinton culpa a Comey de su derrota electoral.

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