La voz silenciada de la revolución siete años después de Tahrir

La represión ha aplastado los sueños de democracia de la «Primavera Árabe»

Mujeres egipcias animan a votar, este lunes en la plaza Tahrir, en El Cairo Afp
Alicia Alamillos

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En la icónica plaza de Tahrir apenas queda rastro del espíritu de la revolución que en 2011 derrocó al autócrata Hosni Mubarak . En su lugar, una pantalla gigante repite incansable consignas patrióticas y propaganda del presidente Abdelfatah Al Sisi . Siete años después de la revolución de Tahrir, su voz ha sido ahogada por la retórica nacionalista y militarista, la persecución y acoso policial, y la polarización de la sociedad en un «si no estás con Al Sisi, estás con los Hermanos Musulmanes».

«Lo que pasó hace siete u ocho años (en referencia a la revolución de 2011) no volverá a suceder en Egipto . Lo que no funcionó entonces, no funcionará ahora. No… parece que no me conocéis bien», declaró hace unas semanas el presidente Al Sisi en campaña electoral. El actual presidente llegó al poder en junio de 2013 tras una asonada militar que depuso al islamista Mohamed Morsi «en respuesta del clamor del pueblo». En 2014, con Al Sisi como presidente, se aprobó una nueva Constitución egipcia «que recogía el espíritu de la Revolución de 2011» y, sin embargo, a día de hoy la narrativa sobre esta revuelta ha cambiado totalmente: «Lo que es una revolución gloriosa para nosotros en un traumático episodio para ellos, porque sacudió el establishment de un modo radical. La ironía es que sin la revolución no estaría este régimen , se han beneficiado de la revolución política y económicamente», asevera a ABC Amro Ali , activista egipcio y profesor de Sociología en la Universidad Americana de El Cairo.

60.000 presos políticos

Desde 2013, el Gobierno de Al Sisi ha encarcelado a cerca de 60.000 prisioneros políticos, según cifras de organizaciones pro derechos humanos, muchos de ellos por su vinculación con los Hermanos Musulmanes, pero también activistas seculares o periodistas . Uno de los casos conocidos es el de Alaa Abdel Fatah , activista y bloguero clave en la revolución de 2011, cumpliendo condena por «insultar a la judicatura» y «manifestación ilegal», recordado esta semana por su hermana Mona Seif , también activista. Tras cerca de 4 años en la cárcel, Ahmed Naher , cofundador del movimiento 6 de Abril, fue liberado en 2017, pero todavía tiene que pasar al menos 12 horas cada día en una comisaría . Desde entonces, ha cesado su actividad política pública. Muchos han sufrido torturas en comisarías o centros de detención, generalizadas como método de obtención de confesiones, según han denunciado numerosos grupos proderechos humanos con cientos de testimonios.

Otros han preferido el exilio ante la persecución del régimen, y recuerdan con tristeza los días de la revolución, en los que muchos sintieron «que estábamos haciendo historia. Demostramos que podíamos cambiar un gobierno corrupto y opresor», admite a este diario un conocido activista que pide el anonimato y que sostiene que ahora quiere vivir «una vida insípida».

Cada año, el 25 de enero ha sido visto con temor por el Gobierno . En 2015 fueron dispersados violentamente manifestantes que habían ido a prestar sus respetos y colocar flores en recuerdo de las víctimas de Tahrir, entre ellos la socialista Shaima Shabbagg , que murió víctima de un tiro a quemarropa de un policía. Mientras que en 2016 desplazaban decenas de camiones militares en la plaza para disuadir a los manifestantes cuando realizaban una intensa campaña de arrestos preventivos. En 2018, apenas han sido necesarias medidas, pues la revolución ha abandonado la plaza . «Hay hasta más depresión que represión , una sensación de desesperanza común entre muchos activistas, que simplemente ahora tratan de sobrevivir, física y mentalmente, lo que no es tan fácil», apunta Ali.

Con la candidatura a las elecciones del abogado proderechos humanos Khaled Ali algunos activistas sintieron cierta esperanza a la hora de recuperar la voz política, lanzando el lema «Un camino hacia el mañana». Una voz rápidamente apagada por una condena judicial por un presunto «gesto obsceno en una protesta» , que obligó a Ali a retirarse de la carrera electoral. «La hiperseguridad está a la hora del día, y eso intimida y acaba con los activistas. (El régimen) crea un marco que los pone en una posición de elegir entre estabilidad o caos», explica Amro Ali.

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