Madame Tussaud

De los guillotinados en la Revolución Francesa a la figura de cera de Melania Trump

El Museo Madame Tussauds de Wahington D.C. es el responsable de las estatuas de Donald Trump y su esposa

El exportavoz de la Casa Blanca Sean Spencer posa junto a las figuras de cera de Donald y Melania Trump REUTERS

ABC.ES

A pesar de las bromas que a veces suscitan en las redes sociales, las figuras de cera de personajes célebres siguen despertando interés y curiosidad. Hace unos días, se dio a conocer la del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y la de su esposa Melania; con un gesto desafiante, la efigie del mandatario sostenía sus pulgares en la cintura del pantalón; a su lado, la de la primera dama, con las piernas cruzadas, esbozaba una media sonrisa. El Museo Madame Tussauds de Wahington D.C. es el responsable de ambas. La curiosa trayectoria de esa institución es un tema aparte. Su nombre remite al siglo XVIII y a una de las historias más llamativas de la Revolución Francesa: la de Marie Grosholtz , la mujer que inmortalizó a algunos de los protagonistas de ese periodo convulso.

Grosholtz, más conocida como Madame Tussaud, terminó sus días en Londres, pero pasó la parte más singular de vida en París. Nacida en 1761, la joven aprendió el arte de la escultura de cera de la mano del anatomista Philippe Mathé-Curtz , llamado Curtius. En el periodo revolucionario, se codeó con Maximilien Robespierre , uno de los líderes de la facción jacobina de la Convención Nacional: «Era un hombre de mediana estatura —leemos en sus memorias—, picado de viruela, y llevaba gafas verdes, con el objetivo de esconder, quizá, sus ojos, que eran particularmente feos, con el blanco de un amarillo yeso». Aunque esa descripción parece un intento por imprimir la psicología del hombre en su físico y se debe tratar con prudencia, no cuestiona que Grosholtz conociera a «El Incorruptible». Así parece confirmarlo otro testimonio, el del pintor Étienne-Jean Delécluze . Delécluze, discípulo de Jacques-Louis David , el mejor pincel de su época, contaba que su maestro reconoció el rostro de su amigo Robespierre en una de las figuras de cera expuestas en el Museo Curtius, el lugar donde Grosholtz se había formado y para el que trabajaba; precisamente, según la historiadora Pamela Pilbeam, una de las labores que desempañaba era la de recrear a guillotinados célebres, como a los radicales Hébert y Fouquier-Tinville . Lo único que ha sido cuestionado es que utilizase los rostros de los ejecutados como moldes para su obra. El historiador francés Guillaume Mazeau, en el semanario «Le Nouvel Observateur», desechó esa posibilidad, recordando que Robespierre, tras ser guillotinado, fue arrojado a una fosa, donde su cadáver se destruyó con cal viva. Imposible, por tanto, hacer una máscara mortuoria a partir de su cuerpo.

Tras casarse con François Tussaud, Gorsholtz cambió su apellido por el de su marido. La mujer llegó al Reino Unido en 1802, y allí obtuvo fortuna gracias a su arte y a su colección. Más de dos siglos después, su figura sigue siendo célebre para los turistas que visitan alguno de sus museos, con su nombre, repartidos por el mundo. La atención que acapararon las esculturas de cera de los Trump solo es un nuevo ejemplo del buen ojo que tuvo cuando pergeñó su negocio. Durante la muestra de ese trabajo, Sean Spincer , el exportavoz de la Casa Blanca, compareció ante los medios para defender la buena sintonía entre los cónyuges. Ambas efigies podrán contemplarse desde finales de mayo el Madame Tussauds de Washington D.C., donde ya descansan las de los expresidentes Barack Obama , Abraham Lincoln o Thomas Jefferson . Un monte Rushmore de cera.

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