Gabriela Hearst
Gabriela Hearst - TOM HINES

Gabriela Hearst, la bella ganadera que viste a la alta sociedad

Con 21 años huyó de su destino como gran terrateniente en Uruguay. Ahora es la diseñadora de moda en Nueva York

MADRID Actualizado: Guardar
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«Tienes que hacer todo lo posible para triunfar, porque si no vivirás el resto de tu vida criando vacas y ovejas». Durante muchos años, Gabriela Perezutti se repitió a sí misma esta frase como si fuera un mantra. Nacida en el seno de los Souza Batista, una antigua dinastía de ganaderos uruguayos, su destino estaba marcado a fuego. Pero con 21 años decidió probar suerte como modelo y recaló en Nueva York, donde dio sus primeros pasos en la moda. «Toda la vida me rebelé contra el campo porque mi familia lleva generaciones dedicándose a ello. Cuando falleció mi padre, en 2011, me hice cargo de las tierras y entendí la importancia de esa parte de mi vida», explica en conversación telefónica con ABC desde su townhouse en el West Village neoyorquino.

Ahora, a sus 38 años, ese campo del que tanto huyó es parte de su éxito en la moda. El año pasado lanzó una marca de ropa con su nombre de casada: Gabriela Hearst. Algunas de las prendas están elaboradas con la lana merino producida en su hacienda de Paysandú (Uruguay), donde cría 10.000 cabezas de oveja. El debut coincidió con el nacimiento de su primer hijo con el magnate estadounidense Austin Hearst, nieto de William Randolph Hearst. El pequeño vino al mundo con algo más que un pan debajo del brazo: loas de «Women’s Wear Daily», órdenes de compra de los almacenes de lujo Barneys y clientas como la oscarizada Brie Larson, la modelo Lauren Hutton, la empresaria venezolana Carmen Busquets o la atleta olímpica Gwen Jorgensen.

Pareja poderosa

«Tardé en descubrir que la herencia ganadera de mi familia y mi pasión por la moda podían convivir», reconoce. Su marido fue el primero en sugerirle que introdujera la lana de su rancho en sus colecciones. «En el campo todo es orgánico y sostenible. He querido traducir eso en mi ropa». La fusión le acaba de granjear una nominación para el premio Woolmark. El galardón, uno de los más importantes en el mundo del diseño, se fallará en julio. Unas semanas después, su colección otoño-invierno 2016/2017 aterrizará en Bergdorf Goodman, los míticos grandes almacenes donde compraban Jackie Kennedy y el presidente Gerald Ford.

A Gabriela le gusta decir que dirige una empresa familiar: «Yo diseño y Austin vela por el negocio». La pareja se conoció en 2001, pero tardaron casi una década en reencontrarse. En el ínterin, ella se casó con un inversor holandés con quien tuvo dos hijas, y él con una cantante argentina. El destino les unió nuevamente en 2009, cuando Austin compró parte de las acciones de Candela, la primera marca de ropa de ella. Sigue siendo la propietaria de esa firma boho chic que ha vestido a Jennifer Lawrence, Diane Kruger y Alessandra Ambrosio, pero ahora está centrada en la que lleva su nombre, que refleja a una mujer más madura y sofisticada.

En 2011, después de dos años de noviazgo, se comprometieron, aunque la boda tardó en llegar. «Nos preocupaba el qué dirán y los prejuicios», recuerda. Ella era una madre divorciada, y él un rico heredero. Finalmente, en 2013 se presentaron en la alcaldía de Nueva York para legalizar su amor. Ahora viven como una feliz familia ensamblada en su casa del West Village, decorada por el «pope» del interiorismo Daniel Romualdez.

La señora de...

«Después de casarme entendí lo interesadas que pueden ser algunas personas. Gente que antes ni me saludaba ahora se acerca a mí interesadamente, pero eso no va conmigo», señala. Por ser una Hearst, podría reclamar un sitio de honor en la mesa de las llamadas «ladies who lunch», las damas de sociedad que tienen tiempo para almorzar un martes en Le Grenouille o en el más moderno ABC Kitchen. «Yo no tengo tiempo para eso. No me alcanzan las horas del día para atender a mis hijos, a mi marido y al trabajo», aclara.

Hearst acaba de lanzar una colaboración de zapatos con la marca italiana Tod’s («el 20 por ciento de las ganancias se destinan a la ONG Save the Children»), está enfrascada en el desembarco de su colección otoñal en Bergdorf («la mayoría ya compra online, pero Bergdorf’s es el templo») y está buscando un sitio para su primera tienda en Nueva York («en la moda, como en el negocio inmobiliario, la ubicación es todo»).

Por si fuera poco, ha creado uno de los bolsos de la temporada. «Hace unos meses, un hombre me paró en el ascensor del Claridge’s de Londres y me preguntó dónde podía comprar el bolso que yo llevaba (era el primero que diseñaba). Resultó ser Jony Ive, mandamás de diseño de Apple», revela. De ese encuentro nació el «Nina»: un bolso redondo de piel de becerro inspirado en la obra de su artista preferido, Botero. La lista de espera es de dos meses y hay más de cien clientas en cola. La versión original cuesta 1.995 dólares (1.800 euros) y la de piel de cocodrilo asciende a 12.000 (11.000 euros).

Los diseños de Hearst exudan una mezcla de sentido práctico masculino (abrigos estructurados, capas de inspiración militar) y romanticismo femenino (faldas con pliegues de georgette, vestidos de crespón de china, blusas de chifón). «Me gustan las mujeres con carácter e integridad. Mi musa es Oriana Fallaci. Detrás de su armadura se escondía algo delicado. Me interesa explorar ese lado». Cuando diseña piensa en mujeres como Hillary Clinton, Susan Wojcicki, CEO de Youtube, o la ambientalista Christiana Figueres, a la que admira «por su manera inteligente de luchar por el medio ambiente». Su pasión por la naturaleza vuelve a irrumpir en la entrevista. Se puede sacar a la chica del campo, pero no se puede sacar al campo de la chica.

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