Vargas Llosa saluda a Isabel Preysler en el año 1987. Al fondo, Miguel Boyer.
Vargas Llosa saluda a Isabel Preysler en el año 1987. Al fondo, Miguel Boyer. - José Sánchez Martínez

El Habsburgo peruano y la llama que arde cuando quiere

Vargas Llosa nunca ha buscado esposa fuera de la familia. Preysler ha sido mucho más abierta

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Miguel Boyerdejó el Gobierno por Isabel Preysler (y por Guerra), igual que Eduardo VIII abdicó por Wallis Simpson. El marqués de Griñón, segundo marido de Isabel, había abandonado el hogar familiar en julio de 1985, el mismo mes de la dimisión de Boyer. Ese hogar familiar de la calle Arga al que el ministro, casado a su vez con la ginecóloga Elena Arnedo, accedía a bordo del maletero. Cuando por aquella época preguntaron a Preysler en un programa de televisión quién era más fiel en un matrimonio, contestó: «Yo pondría una x».

Tras Julio Iglesias, Carlos Falcó y Miguel Boyer, ha llegado a su vida Vargas Llosa (lo de Florentino Pérez, una mata que no ha echado).

Y donde Isabel pone el ojo pone el anillo. A diferencia de Preysler, el peruano no había salido nunca del ámbito familiar a la hora de buscar esposa. A los 19 se casó con la boliviana Julia Urquidi, diez años mayor que él. No tuvieron hijos, tuvieron «La tía Julia y el escribidor» (una novela es más provechosa y duradera que un hijo). Su matrimonio duró nueve años. Julia, que murió en 2010, era hermana de Olga, que estaba casada con Luis Llosa Ureta (hermano de la madre de Vargas Llosa). Patricia, la actual esposa del escritor, era hija de estos y, por tanto, más sobrina de la tía Julia que el propio Mario. Julia contaba que cuando Patricia nació él sintió celos porque la nueva niña le quitó en algo su situación de privilegio en la familia. Pero con el tiempo, y como si fuera un Habsburgo español, el peruano acabó casándose con su prima.

A principios de los 60, el matrimonio formado por Mario y Julia recibió la visita de Patricia y Wanda (una hermana que murió). Patricia iba a estudiar a La Sorbona. Y allí, en ese trío parisino, surgió el amor platónico de Mario por Patricia, según contó él. En mayo del 64, él se fue a Perú, donde estaba Patricia, y pidió el divorcio a Julia. Entre otras cosas, le escribió: «No quiero a nadie más, no querré nunca a nadie más». Hasta que llegó el «geishato» de Isabel. Cuando Vargas Llosa publicó «La tía Julia y el escribidor», la tía Julia se molestó, pero lo hizo más por las horribles telenovelas: «En cada una me aumentaban la edad». Urquidi contestó con «Lo que Varguitas no dijo», enojando a su exmarido («Despinté a Vargas Llosa y eso le dolió mucho, tiene un ego muy profundo»). En el divorcio, Mario había cedido a Julia los derechos de «La ciudad y los perros». Tras la publicación de «Lo que Varguitas no dijo», se los quitó. Y ella no se quiso meter en líos por dinero. «Estaba por medio mi hermana. Para nosotros la cuestión familiar está antes que todo».

Para Vargas Llosa también. Hasta que se caldeó con «la llama que sólo arde cuando quiere» (Umbral). Hace unos meses, en una cena en la Casa de América el día del cumpleaños de Patricia, algunos se sorprendieron por cómo se relacionaban el Nobel y la Preysler, que compartían mesa con la legítima. «Estos están liados», se dijeron. Vargas Llosa ha recibido un doctorado en Princeton. Isabel Preysler, un ser superior, debería recibir uno de toda la Ivy League con la incorporación de Oxford y Cambridge. Pero lo suyo no se aprende en la universidad.

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