Kouka fue la primera musa de Yves Saint Laurent y desfiló para él en su debut para Dior en 1957
Kouka fue la primera musa de Yves Saint Laurent y desfiló para él en su debut para Dior en 1957 - getty

Kouka, la modelo que dio el primer martillazo al Muro de Berlín

ABC habla con la primera maniquí occidental en desfilar en la URSS, en junio de 1959. Gracias a ella los comunistas volvieron a soñar con el capitalismo

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Para los historiadores el Muro de Berlín cayó en la noche del 9 de noviembre de 1989. Pero para los conocedores de la moda el Telón de Acero comenzó a desplomarse treinta años antes. En junio de 1959, el líder soviético Nikita Jrushchov invitó a un joven Yves Saint Laurent –por entonces diseñador de la casa Christian Dior– a Moscú para presentar su colección de alta costura primavera-verano. La modelo franco-argentina Kouka Denis (73 años) encabezó la comitiva de doce maniquíes que, a golpe de sedas y tules, sacudió los pilares del comunismo y desató la contrarrevolución rusa.

«Jrushchov tuvo la bella idea de abrir las fronteras a Occidente. Era la primera vez que una empresa occidental entraba en la Unión Soviética y evidentemente la firma más sofisticada que existía entonces era Dior», explica Kouka, que comenzó a trabajar en la casa en 1957 de la mano de Saint Laurent y se convirtió rápidamente en su «mannequin vedette».

«En aquella época nadie podía entrar o salir de Rusia. Stalin había muerto hacía seis años. Así que cuando llegamos allí nos vieron como extraterrestres», dice la exmodelo en una conversación telefónica desde su casa de Buenos Aires.

En los años 50 los desfiles se realizaban en los pequeños salones de la parisina place Vendôme. Pero las autoridades soviéticas montaron una pasarela monumental en el Palacio de Deportes moscovita para que las «chicas de Dior» enseñaran al pueblo comunista los trajes de cóctel y de noche que lucían las damas ricas de París. «Hicimos dos desfiles diarios durante diez días. Nos vinieron a ver más de 30.000 personas, llegaban de todas partes de Rusia», recuerda la «top», que fue descubierta con 15 años por Hubert de Givenchy.

Kouka era la preferida de Saint Laurent (él la llamaba «mi princesa inca») y también lo fue del público, que la bautizó como «la mujer que levantó el telón de acero». «Pesaba solo 39 kilos, me maquillaba con polvo blanco de arroz, lucía pestañas postizas y vestía de alta costura. Las rusas me tocaban porque pensaban que era una muñeca», reconoce entre risas. Sus rasgos exóticos y su peculiar manera de desfilar, con las manos extendidas y el gesto rígido, le valieron el apodo de «la soberana egipcia». Algunos medios describían su estilo de caminar como «el andar de una sonámbula que había abandonado su sarcófago en el Valle de los Reyes».

«Los rusos creían que éramos como un truco de magia. Pero para nosotras ellos eran mágicos, porque descubrimos a un pueblo humilde y generoso, agradecido de tenernos allí». La gente, que por entonces vivía a base de cartillas de racionamiento, quedó fascinada con la «silueta Bar», piedra angular del «New Look». Kouka fue portada de la prensa de la época con el vestido «Espagnola», el mismo que había lucido meses antes en Madrid para un desfile benéfico organizado por Cayetana de Alba. «Gracias a nosotras los rusos volvieron a soñar», admite. Aunque el «deshielo de Jrushchov» tardó casi tres décadas en apagar el fuego de la Guerra Fría.

«Galliano no era para Dior»

Aquella gira fue solo el comienzo de la larga carrera de Kouka sobre las pasarelas. Claude Azoulay, fotógrafo estrella de «Paris Match» y uno de los preferidos de Brigitte Bardot, Jane Seberg y Romy Schneider, se enamoró de ella. Se casaron en la «boite» Castel, templo nocturno de la alta sociedad parisina. Saint Laurent no asistió. «Teníamos una relación estrictamente profesional, pero había gran complicidad entre nosotros», reconoce. «Cuando lo conocí él tenía 23 años y era un niño muy dulce, de una fragilidad absoluta. Tenía un talento descomunal, te veía y hacía un boceto en un segundo. Salía de la normalidad, manejaba la paleta de colores como nadie y todavía no se había ganado esa fama de ángel endemoniado».

Saint Laurent abandonó Dior en 1962 atormentado por el fantasma del servicio militar. Su sucesor en la «maison», Marc Bohan, exigió que Kouka siguiera siendo imagen de la firma. «Yo era como una hija para Suzanne Luling, amiga de la infancia de Dior y directora de ventas de la marca. Así que me quedé». Gracias a Madame Luling conoció a la cazatalentos Eileen Ford y a la editora Diana Vreeland, quienes la introdujeron en el mercado estadounidense y la convirtieron en chica de portada de «Vogue» y «Harper’s Bazaar».

Su matrimonio con Azoulay, con el que tuvo dos hijas, duró una década. En los años 70 Kouka se apartó de la moda para criar a sus hijas y trabajar como diplomática en la Embajada de Argentina en París. Confiesa que sufrió durante la era de John Galliano en Dior, entre 1996 y 2011. «Su despido me partió el alma. Pero más me partía el alma ver sus colecciones porque no eran para Christian Dior. No pensaba en las mujeres, sino en el espectáculo. A veces sus diseños eran muy absurdos, casi siempre imponibles. Tenía mucho talento para el teatro, pero no para la moda».

En los años 90, Thierry Mugler la redescubrió, primero como modelo, luego como directora de alta costura. En 2011, la hija de Kouka, la periodista Jessica Azoulay, publicó en «Paris Match» un reportaje sobre la aventura de su madre en la URSS. Un ejemplar de la revista llegó a manos de Sidney Toledano, director ejecutivo de Dior. A los pocos días la «mannequin» recibió una oferta para volver a trabajar en la firma. «El reencuentro fue una fiesta. Esperaban ver a una señora gorda y con el pelo blanco, y se encontraron con la Kouka de hace 50 años, con el mismo peso, el mismo peinado y el mismo maquillaje». Ahora es embajadora de Dior e íntima de su director creativo, Raf Simons. «Raf es joven y me pregunta cosas sobre la edad dorada de la haute couture. Me hace sentir parte de la historia de la moda». La corrijo: «Usted es una leyenda».

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