Una mujer hace una foto con su móvil con los restos del muro de Berlín, en el parque homónimo
Una mujer hace una foto con su móvil con los restos del muro de Berlín, en el parque homónimo - matías nieto
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El trozo del Muro de Berlín que casi borran los operarios de limpieza

Un parque en Concha Espina exhibe tres trozos del «telón de acero»

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Un exceso de celo profesional de los operarios municipales de limpieza estuvo a punto de acabar, a golpe de bayeta y detergente, con uno de los símbolos de la historia actual: las pintadas del Muro de Berlín. Concretamente, las que están impresas sobre tres trozos del «telón de acero», que llegaron a Madrid en el año 1990 y se instalaron, para recuerdo de todos, en el madrileño parque de Berlín.

Quien lo cuenta fue testigo de primera mano de los hechos: José María Álvarez del Manzano, que entonces era ya primer teniente de alcalde del Ayuntamiento que presidía Agustín Rodríguez Sahagún, y que participó en las gestiones para la llegada de los fragmentos del monumento.

Madrid y Berlín son ciudades hermanadas desde hace muchas décadas: ya en tiempos de Enrique Tierno Galván se estrecharon lazos con la Alemania del Este, y más adelante, durante la Alcaldía de Álvarez del Manzano, con la del oeste.

«Tras la caída del Muro –prosigue Álvarez del Manzano en su relato para ABC–, nos enteramos de que estaban disponibles algunos lienzos del muro, y a través del embajador, creo, nos interesamos por ello y dijimos que queríamos traerlos a Madrid».

Dos toneladas

Así fue como llegaron a la capital tres bloques, de dos toneladas de peso, asentados sobre una base de granito pulido. Se instalaron en medio del estanque del parque de Berlín, con una placa que explicaba su procedencia y su significado: «Como recuerdo del derribo del muro de Berlín; parte de él queda aquí».

Y así quedó todo dispuesto, el 8 de noviembre de 1990 para su inauguración el día siguiente. Pero ese día, inopinadamente, Álvarez del Manzano recibió una llamada telefónica del concejal delegado de Limpieza, Luis Molina. «José María, tenemos un problema: los servicios de limpieza están quitando las pintadas de los trozos del muro».

Álvarez del Manzano recuerda que su sobresalto fue mayúsculo. «Tuve que salir corriendo para allá», recuerda. No le sorprende el celo de los operarios: «Por aquel entonces, estábamos enfrascados en una auténtica guerra contra pintadas y grafitis, y gastábamos millones cada año en intentar quitarlas». Afortunadamente, la limpieza apenas afectó a la piedra, y todo quedó en una anécdota de la que, a 14 años vista, invitan a la sonrisa.

Protestas

El 9 de noviembre, al año justo de la caída del Muro, los tres fragmentos de aquel que ya son parte de la ciudad lucían su aspecto habitual, cubiertos de escritos, dibujos y protestas dejadas allí durante 28 años por quienes se vieron impedidos en sus desplazamientos a consecuencia de este telón.

En el acto de inauguración, además del propio Álvarez del Manzano, estuvieron presentes el alcalde Agustín Rodríguez Sahagún, y el entonces embajador de Alemania, que antes fue alcalde de Berlín, Guido Brunner. «Aquí –dijo entonces Rodríguez Sahagún– en el marco del agua circularán entre los bloques los nuevos vientos de libertad y solidaridad que soplan en el mundo, y serán testimonio para todos los madrileños y todos los visitantes de algo que nunca debe volver a existir».

José María Álvarez del Manzano guarda en su memoria las sensaciones que le dejó ver el muro en Berlín en la capital alemana: «Los que hemos tenido la oportunidad y la mala suerte de verlo dividiendo la ciudad, no lo olvidamos». Era «impresionante», señala, «ver cómo las familias quedaban en la estación del Metro para poder verse».

Él mismo realizó ese trayecto, de un Berlín a otro bajo tierra, y «recuerdo que te examinaban a través de unos cristales tintados, sólo les veías los ojos...». Cuando «le cuento a mis nietos que existía un muro que partía en dos una ciudad e impedía el paso de un lado al otro, no se lo creen».

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