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Confirmación de la vieja teoría: con no estropearlo, basta

Pikachos se sitúa entre los nuevos chiringuitos que logran ser un digno restaurante en un entorno playero asombroso

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En una escena de 'Celda 211' el crudelísimo caudillo encarnado por Luis Tosar, en mitad de motines, apuñalados, disparos y humo, encuentra un instante para rememorar. A sus compañeros de revuelta, entre cadáveres y oscuridad, les cuenta qué bien estuvo una vez «en la playa Victoria, allí en Cádiz, comiendo gambas en un chiringuito». Malamadre agarra uno de los pocos momentos felices que debió de tener un delincuente psicópata en su vida de cárcel en cárcel. Habla de luz, gente feliz y mar para reforzar la idea. Hay lugares dichosos.

Cádiz, la ciudad, la provincia, cuenta con muchos espacios de esos que transmiten gozo, se recuerdan. Cuando uno acude a un chiringuito así, a una terraza, a un restaurante con cinemascope atlántico, sólo busca un pequeño complemento, algo de beber y de comer, una excusa para sentarse a mirar o hablar quizás.

Algo con un nivel aceptable para que no joda el momento, el entorno brutal, una puesta de sol, un día cegador, la compañía feliz, un rato de mar sereno.

Hace unos años –quizás a la estela de Raúl Cueto, entre otros– varios empresarios se pusieron a la tarea de poner en pie un prodigio tan sencillo como infrecuente: instalar locales acordes al entorno, que no lo estropeen. Estética agradable, música suave (aquí estaba muy alta); que el café sea correcto; el refresco, la cerveza, bien fríos; la atención afable, colaboradora, sin excesos, algún detalle, limpieza y calidad de los ingredientes adecuada (correctamente congelados, si corresponde). Elaboración correcta, oferta y horario amplios... Nada más. Nada menos.

El chiringuito Pikachos parece ser de estos que se acerca a la eficacia, sin caer en pretensiones de excelencia. Hay en esta tierra mil ejemplos de lo contrario: ubicaciones para levitar convertidas en mal recuerdo por la chapuza crónica, por la picaresca, la guarrería, el desinterés o el clavazo. Este parece salvarse de esa plaga.

Gracias al concurso de Antonio Caramé en la cocina (exSopranis), a su perserverancia, a su apertura tanto al público lugareño como al visitante, Pikachos parece otra cantina de garantías en mitad del paraíso. Está ubicada justo frente al espigón que separa las playas de Santa María del Mar y la Victoria. Incluso en estos días en los que aparecen tan dañadas por los temporales, la atalaya es una dulzura. Las vistas a derecha e izquierda, el océano al frente, el faro de San Sebastián al fondo, reconcilian a cualquiera con todo.

La situación crea un microclima que protege del sol castigador. Parece que tuviera brisa propia incorporada. Como anécdota frívola, la mayoría de los cuerpos que se tumbaron enfrente, del género y edad que sean, resultaban hermosos, amables. Los surfistas apoyan.

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Malamadre tenía razón. Aunque estemos a un extremo de la Victoria, esto es memorable.

Pero lo llamativo es que tenga ese plus que tanto escasea en Cádiz (en la capital, más que en la provincia). De repente, lo que pides resulta entre decente, correcto y rico. Lo sirven con amabilidad, con presteza, con discreción, sin bromas ni excusas. El personal le habla a los cruceristas, a los erasmus y demás foráneos en inglés con mucha soltura, les hacen fotos si se las piden. La carta es larga y diversa, sin apenas descubrimientos, llena de tradición pero aliñada con corrección. Está traducida. No es cara. Hasta el vino es tratado de forma decente cuando la playa no es lugar en el que apetezca. Lo que debiera ser normal pero no lo es.

En las tres visitas, todo estuvo bien. Puede parecer un balance soso pero es un milagro en esta parte del mundo, tan mimada por los paisajes como lastrada por el paisanaje (o su desempeño laboral).

Llamativo que estuviera bueno, siempre, el guiso del día. Sobre todo unos judiones a la marinera._Los arroces, también, especialmente el negro. Se agradecen los toques de leve creatividad como el aove, una carrillada con toque asiático y el rissoto con huevo poché (lástima que tuviera un trozo de cáscara del tamaño de una moneda, un accidente).

Las frituras y la plancha, langostinos, sardinas, almejas, todo lo typical parece tratado con esmero en la selección y el paso por el calor. El tapeo más esencial (ensaladillas de pulpo, de gambas, salmorejo, ajoblanco, croquetas...) y el papeo más contundente (hamburguesa de buey, huevos rotos, presa, guarniciones..) también superan la prueba del agrado. La presentación, sin exceso de pamplinas, acompaña.

Luego, en la sobremesa, regreso a lo esencial, a lo que rodea, a la mar, la luz, la lujuria de la sombra fresca, el sopor, las olas, las risas de fondo... Todo lo que añoraríamos si acabáramos en mitad de un sangriento motín carcelario.

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