Sor Esther (i) junto a otra de las religiosas que ayudan con la comida
Sor Esther (i) junto a otra de las religiosas que ayudan con la comida - FERRÍN
LAS MIL GALICIAS | LA TIERRA SOLIDARIA (IV)

Algo más que un plato de comida

La cocina económica de Santiago cumple 125 años de vida. Solo el año pasado, las seis religiosas que se ocupan de ella sirvieron más de 95.000 menús. En sus fogones se cuecen cada día historias de vida, empatía y solidaridad

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En la cocina económica de Santiago —que el próximo septiembre estrenará instalaciones— se sirven alrededor de 160 menús al día. Hoy [por el pasado viernes] hay ensalada de pasta de primero y merluza a la cazuela de segundo. De postre, fruta variada. Al filo de las 12 de la mañana, el trajín entre fogones es máximo. En la cocina trabajan seis religiosas y un grupo de voluntarios que de forma rotativa ayudan a servir las comidas y recoger las mesas. En total son medio centenar las personas que colaboran desinteresadamente. Muchos —explica la responsable, sor Esther— son estudiantes, amas de casas o jubilados que han decidido dedicar su tiempo libre a echar una mano. «Quienes compaginan esta actividad con su trabajo, que también los hay, suelen ocuparse del servicio de cenas porque es el más accesible a sus horarios», aclara la responsable.

La actividad en la cocina económica de Santiago empieza temprano, porque los primeros desayunos se sirven a las 9. A esa hora, las colas de espera en la calle son frecuentes. Los usuarios pagan 0,20 céntimos de euro por un café con leche acompañado de queso, tostadas o bollería variada. El precio del menú de mediodía, que se sirve a las 13 horas, es de 0,80 céntimos, y el de la cena, de 0,50. Sor Esther afirma que esta cantidad (que representa un 10 por ciento del precio real de los productos) es simbólica pero «ayuda a que la gente valore la comida que les servimos». «Si nos dicen que no tienen para pagarla los animamos a que nos ayuden a recoger o a limpiar las mesas, porque es importante que cada uno contribuya con lo que pueda», incide.

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Entre bandejas y cacerolas, el olor a cocina casera se apodera de comedor en el que en apenas una hora se sentarán más de un centenar de personas. Las mesas están dispuestas para acoger a los usuarios, que suelen repartirse en varios turnos. «Lo normal es que no se distraigan mucho comiendo. Comen rápido y cuando se van, otros ocupan su lugar», aclara una de las monjas que se encarga de servir el pan. Algunas de las personas que acuden a este comedor benéfico llevan años sobreviviendo en la calle y la soledad se ha convertido en su única compañera de viaje. «A menudo no quieren hablar de su situación. Nosotras no preguntamos, pero sí escuchamos», sostiene una de las religiosas. A cambio, y para hacer más llevadera su situación, quienes trabajan en esta cocina se vuelcan en cada persona a la que ponen un plato de comida delante. «Sabemos a quien le gusta más el pan blanco que el moreno o quien quiere el guiso más aguado. Como en cualquier familia, y eso es importante», reflexionan.

30 kilos de carne

La despensa de esta cocina —que puede llegar a gastar hasta 30 kilos de carne en un solo día— se llena con la solidaridad de vecinos y administraciones. Un 30 por ciento de su presupuesto (cercano al medio millón) proviene de fondos públicos y el otro 70 por ciento de la ayuda desinteresada de la gente. Las campañas de recogidas de alimentos en Navidad y lo que muchos ciudadanos les llevan contribuye a llenar unas neveras en las que nunca faltan alimentos. Y, como en todas las casas, si sobra de la comida se aprovecha para la cena o para el día siguiente. Nadie recuerda ya lo que los impulsores de esta cocina sirvieron el 24 de julio de 1891, día en el que la cocina económica abrió sus puertas para alimentar a los más necesitados, pero el espíritu solidario sigue vigente. Un siglo después y con muchos más medios, las religiosas que cada día obran el milagro defienden la necesidad de un servicio que garantiza pan, mesa «y algo más» a quienes menos tienen.

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