Kamal, que prefiere omitir su apellido, tiene 28 años. Atendía un hospital de campaña como anestesista
Kamal, que prefiere omitir su apellido, tiene 28 años. Atendía un hospital de campaña como anestesista - M. MUÑIZ
LAS MIL GALICIAS | LA TIERRA SOLIDARIA (II)

Refugiado en casa del profesor

Kamal huyó de Siria en 2013 después de que mataran por error a un amigo con quien compartía nombre y apellidos. Hoy estudia Medicina en Santiago. Uno de sus primeros maestros le acoge

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Kamal había anestesiado a refugiados iraquíes, libaneses y palestinos en el hospital de campaña de Siria que atendía, pero no imaginaba que terminaría siendo uno de ellos. «De repente, comenzó lo que todos saben». Lo que todos sabemos es una guerra que, según diferentes organizaciones humanitarias, suma 470.000 muertos, 1,9 millones de heridos, 6,6 millones de desplazados dentro de sus fronteras y 4,8 millones de refugiados fuera de ellas. Kamal es uno de estos últimos. Tuvo que huir ayudado por un contrabandista después de que un compañero de colegio con su mismo nombre y apellido (que prefiere omitir) fuera asesinado en un puesto de control por error «acusado de llevar heridos, oxígeno, comida y medicamentos». En realidad le buscaban a él.

Había sido incluido en una «lista negra» porque entre sus pacientes no todos eran del agrado del gobierno. Desde hace dos años vive en Santiago, en cuya universidad estudia Medicina. Uno de sus profesores del primer curso le ha dado una familia. «Decidió acogerme en su casa con su mujer e hijos. Eso solo lo hace un padre. Ojalá algún día pueda compensar algo de todo lo que me están dando. Soy un privilegiado».

«Había ayudado a refugiados de Irak, de Líbano, de Palestina que venían de sus guerras, pero nunca imaginé que yo sería uno de ellos»

Hasta 2011, el día a día de Kamal, musulmán y voluntario en Cruz Roja, era el de cualquier persona que no sale en el periódico:«Era una vida normal. Igual que la que lleva la gente en Galicia. Estudiaba Ciencias de la Salud, pensaba en el futuro, en ayudar a mi familia... Hasta que tuvimos que escondernos en el sótano un año y tres meses. La vida cambia cuando empiezas a ver que tus familiares, amigos y vecinos caen heridos y no puedes hacer nada». Por sus manos pasaron también «manifestantes contra el gobierno, al principio, cuando eran pacíficos. El hospital no estaba del lado de nadie. Atendía a cuantos caían heridos». Ese criterio provocó que un «chivato» le señalara, lo que desencadenó su salida, con veinticinco años, en 2013. «"Ten cuidado porque te están buscando", me advirtió el padre del chico al que mataron al haberlo confundido conmigo», relata en un perfecto castellano que aprendió en tan solo seis meses tras aterrizar en Madrid: «Quería contar lo que pasaba en mí país y si no hablaba no podía hacerlo».

La llamada de su madre

Al consejo del progenitor del colega muerto le siguió una llamada de su madre:«No aguanto al pensar que un día me dirán "tu hijo ha muerto". Tienes que abandonarSiria. Sal ya de la forma que puedas». Kamal obedeció, pero antes buscó su relevo en el hospital. Después, llegó la noche y la nieve que llevó a los soldados a guarecerse y a Kamal a la huida por las montañas durante nueve horas. Fueron cuatro días hasta alcanzar su destino en el Líbano. 

Una prima polaca que vive en Madrid le abrió las puertas de España. «Llegué a Barajas sin saber decir ni "hola" ni "gracias". Viví un año en un centro de ayuda al refugiado y empecé a hablar con activistas. Había ayudado a refugiados de Irak, de Líbano, de Palestina que venían de sus guerras. Pero en realidad no sabía qué significaba serlo. Atendí a muchos, pero nunca imaginaba que sería uno», cuenta en un encuentro promovido por la ong de los jesuitas Entreculturas, que organiza la exposición «Somos migrantes» en la hospedería San Martín Pinario hasta el 31 de julio.

«Aquí también hay gente que lo pasa mal, pero Europa necesita a los sirios y ellos necesitan salir. Abran las fronteras»

Una beca le llevó a la capital gallega, acostumbrada al abrazo al final de otro tipo de Camino. Y está «muy a gusto». Aprobó la selectividad y comenzó Medicina en la USC para poder convalidar la formación que ya tenía. Tras pagar el alquiler de una habitación en Compostela durante su primer año, un profesor («un gran hombre») con el que colabora en el CHUS le ha dado también una familia con la que vivirá hasta terminar la carrera: «Teniéndolos a ellos, no puedo quejarme. Sin su ayuda no podría seguir aquí». En septiembre iniciará segundo, aunque antes visitará a su madre en Alemania —a la que ha visto «cinco días en los últimos cuatro años»— y a su hermana, que ha llegado al país germano con 15 años después de recorrer sola la ruta a través de los Balcanes. Su padre y otros cuatro hermanos continúan cerca de Damasco.

—¿Cómo ves desde aquí la postura de España con otros refugiados?

—Aquí también hay gente que lo pasa muy mal, pero los países europeos necesitan a los refugiados y ellos necesitan salir porque también el futuro de Siria los requiere. Conozco los problemas de envejecimiento y de natalidad que existen aquí, pero si Europa no quiere acoger, nadie puede obligarla. Es un favor. Abran las fronteras.

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