Artes&Letras / Libros

Cuando el tamaño sí importa

Rubén Abella recupera la totalidad de los microrrelatos que le valieron hace diez años el Premio Mario Vargas Llosa NH

El escritor vallisoletano Rubén Abella

JOSÉ IGNACIO GARCÍA

Hay una tendencia inexorable por parte del ser humano a catalogarlo todo en la vida. Y el mundo de la Literatura no es ajeno a esa costumbre clasificatoria. Por eso se habla de géneros mayores, menores y subgéneros, atendiendo en muchos casos a la extensión y sin reparar en la calidad de la obra analizada. Uno de esos mal llamados subgéneros es el microrrelato, al que muchos miran con desdén, como si fuera el pariente pobre de la narrativa; y si con frecuencia el relato breve tiene perdida de antemano la batalla ante las novelas mastodónticas, peor lo tiene el propio microrrelato, al que muchos miran con prejuicios injustificados, como un comensal escéptico observaría los platos exóticos y minimalistas que componen la minuta de un menú degustación.

Esto sucede hasta que aparecen maestros en el arte de usar las palabras y ponen las cosas en su sitio.

Rubén Abella es uno de esos alquimistas de la palabra escrita, uno de esos elegidos que convierte los microrrelatos en los poemas de la prosa. Si la verdadera poesía es la sublimación de las palabras, algo parecido sucede con el microrrelato, que en territorios muy cortos exige la precisión de un relojero suizo para que la historia sea circular, completa y tenga tensión, sentimientos y emociones.

Y Abella demuestra que se mueve como pez en el agua en No habría sido igual sin la lluvia, que hace una década fue galardonado con el Premio Mario Vargas Llosa NH de relatos, y que ahora reedita Cuadernos del Vigía en su edición completa.

Es, por lo tanto, una excelente ocasión para que aquellos que no disfrutaron en su momento de estas grandes historias pequeñas puedan hacerlo ahora. Porque la buena literatura no tiene fecha de caducidad, y los relatos de Rubén Abella siguen rezumando la frescura y la pujanza que, sin duda, exhibieron cuando fueron escritos.

No habría sido igual sin la lluvia es un viaje por todos los rincones del planeta, pero también es un itinerario que recorre la cartografía del alma humana. Abella inicia su singladura con un relato que anticipa lo que está por venir, el retrato en un fotomatón de alguien que no es la persona que lo recoge. Esa persona con vocación de fotógrafo puede ser el propio autor, que se recorre el mundo con su cámara a cuestas, capturando secuencias que van más allá de la aparente realidad; porque Abella no solo atrapa en su retina la escena instantánea que nos cuenta, sino que se sumerge en el interior de sus personajes para extraer de ellos sus miserias y sus grandezas, sus alegrías y sus decepciones, sus afecciones más piadosas y sus instintos más crueles.

Al final, el autor regresa a su tierra con la mochila repleta de aventuras intensas y atractivas. Y el crítico se queda con la convicción de que es humano, porque sin querer ha clasificado esos fogonazos de vitalidad que son biografías escritas a la medida justa de cada personaje y cada situación. Porque en los microrrelatos de Abella el tamaño y la grandeza de las historias que cuenta sí que importan. Y el lector lo agradece.

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