Fernando Conde - Al pairo

35 años de paz...

«Para ver Castilla y León convertida en una gran comunidad, primero habría que creer en la cultura como el motor vital de desarrollo que es»

Fernando Conde

Y democracia, sobre todo, democracia. Quizá el lector veterano se haya acongojado un tanto al leer el título de esta columna, pero nadie se asuste porque con él sólo se conmemoran y albrician estos treinta y cinco años que hoy cumple Castilla y León como comunidad autónoma. Un 25 de febrero de 1983 las Cortes Generales aprobaban la ley orgánica que otorgaba carta de naturaleza a este territorio. Nacía Castilla y León después de descartar una parte de la vieja Castilla la Vieja e incorporar a algún miembro vacilante de última hora. Nacía con vocación de permanencia, balbuceante como cualquier neonato, pero dispuesta a coser las telas de la historia de los dos antiguos reinos que la nombran. Y aunque los comienzos fueron dubitativos , tras este tiempo y cuatro retoques (más que reformas; ninguno de ellos sometido al arbitrio ciudadano), se puede afirmar que el balance es, en términos generales, bastante positivo. Quedan aún muchos flecos sueltos y argumentos suficientes como para que todavía haya quien se plantee una recentralización de competencias y servicios, aunque más por influjo de esas comunidades que no han sabido adaptarse a la contemporaneidad que por necesidad propia. Pero no conviene ignorar ni olvidar que esos impulsos existen.

En la última reforma, la de 2007, se buscó perfeccionar el modelo y se introdujeron algunos conceptos y órganos, como el del Consejo del Diálogo Social, que han sido un enorme acierto y han dotado de una estabilidad sociopolítica a la comunidad digna de encomio. Otros conceptos apenas son un esbozo y vendas para heridas que probablemente nunca lleguen a producirse ni a tener proyección real, caso de la policía autonómica o de las aspiraciones «indepes» del noroeste. Y otras han sido un brindis al sol cuando no un fracaso s i pensamos en la gestión integral del Duero, el desarrollo rural, donde todo está o casi todo está por hacer y, sobre todo, en ese apellido tan pomposo como vacuo que se introdujo en el preámbulo y que habla de una comunidad histórica y cultural. Qué duda cabe que Castilla y León es histórica. Sólo a los nuevos ricos de la democracia española se les ciega la pupila y el entendimiento con lo suyo a este respecto. Pero en cuanto a cultural…

Para ver Castilla y León convertida en una gran comunidad, primero habría que creer en la cultura como el motor vital de desarrollo que es. Porque si no, se vuelve estéril todo el esfuerzo y la voluntad que hayan podido poner sus sucesivos responsables -y más cuando han estado secundados por algún vitriólico personaje inmarcesible-. Así que, a ver si los próximos 35 lo son de paz, de democracia y de cultura. Pero de verdad.

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