José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XLV)

De vuelta a su Madrid

Miguel, aunque halagado por el éxito popular, regresa triste y vapuleado de ésta, su ya última salida

José Rosell Villasevil
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A finales del intenso 1605, regresa Miguel a su querido Madrid, la Villa y Corte de «su prado y fuentes/que manan néctar, llueven ambrosía»; y lo hace poco antes de que la Corona regrese también al propio corazón de las Españas, tras subrepticias e infames «negociaciones» entre el Consistorio y el incalificable duque de Lerma.

Miguel, aunque halagado por el éxito popular, regresa triste y vapuleado de ésta, su ya última salida. Trae en el lado bueno de sus alforjas, la satisfacción de nuevas «gracias y regocijados amigos»: Tomás Rodaja, «El Licenciado Vidriera»; Cipión y Berganza, protagonistas de «El Coloquio de los Perros», desde cuya ingeniosa filosofía dialognte, podemos hoy encontrar «la razón de la sinrazón» de los geniales apotegmas, o el milagro prodigioso en el don de la palabra canina, donde salta la chispa del moderno psicoanálisis.

Doña Catalina, la eterna y sublime esfinge muda, no ha estado en Valladolid o lo abandona anticipadamente. La agresión violenta sufrida a la puerta de los Cervantes por el andante en Corte y calavera don Gaspar de Ezpeleta, origina un proceso fantasma y desviado que inventa sospechas sobre todos aquellos vecinos del Rastro Nuevo, cuyas declaraciones -eso sí- son altamente valiosas. Andrea dice de su hermano que «escribe libros y tiene negocios», añadiendo ser «hombre que por su buena habilidad tiene amigos». La vieja beata, Isabel de Ayala, depone que en casa de los Cervantes «entran de noche y de día hombres que provocan escándalo». Doña Juana Gaitán, ya aparentemente «reenviudada», que convive con dos atractivas jóvenes, sobrina una, pupila la otra, recibe a nobles caballeros que han tenido cuentas con la justicia, y sigue esgrimiendo la misma cuartada que usara con Miguel en su primera visita a Esquivias, hace más de veinte años: «están interesados en la publicación del “Cancionero” de mi difunto esposo Pedro Láinez».

Solo faltan en el sumario -entre tanta gente- las declaraciones de dos testigos: Diego de Hondaro por fallecimiento, y Catalina de Salazar por ausencia evidente.

La vida es muy cruel y difícil ; juzguemos a esta pobre gente, ninguna manchada con la sangre de Ezpeleta, si bien la mayoría salpicada por el lodo del Esgueva, con piadsa reflexión cristiana.

El «más versado en desgracias que en versos», Miguel, regresa de la aventura triunfante en espíritu, humanamente humillado. ¡Oh, espejo vivo de Don Quijote, tu noble «alter ego»!

Su obra, descubridora inequívoca de la ficción, abre las puertas inmensas del campo literario a la novela moderna, siendo para Robles todo un éxito editorial que obliga iniciar de inmediato una segunda edición, sin poder evitar las fraudulentas de Valencia y Lisboa. La han celebrado con risas de corral de comedias; pero ¿es posible que nadie se haya percatado de la verdadera dimensión de la proto-novela?

Solo conocemos a un contemporáneo, también genial como poeta y como dramaturgo, no obstante furibundo celoso de su gloria, que ha visto claramente retratado en el libro el triunfo ajeno: Lope de Vega.

A Miguel le ha declarado la guerra sin cuartel el poderoso «Fénix de los Ingenios», contienda que se dilucidará a sonetazo limpio, pero donde Cervantes mantendrá las formas éticas que el enemigo pierde de inmediato.

He aquí una bomba incendiaria del llamado «Monstruo de naturaleza» :«”Yo, que no sé de lá- de lí- ni lé,/ni sé si eres, Cervantes, có- ni cú-,/solo digo que es Lope Apolo, y tú,/frisón de su carroza y puerco en píe./Para que no escribieses, orden fue/del cielo que mancases en Corfú./Hablaste, buey, pero dijiste mú;/¡oh, mala quijotada que te dé!/Honra a Lope, potrilla, o ¡guay de ti!,/que es sol , y si se enoja lloverá./Y ese tu Don Quijote valadí,/de culo en culo por el mundo vá,/vendiendo especias y azafrán romí,/y al fin, en muladares parará».

Otro armamento más nocivo y pesado, usaría el ofendido Lope contra el Cervantes sensato y moderado que, diez años después y habiendo sufrido el terrorismo infame de «Avellaneda-Lope», un plagio/insulto infame conculcador de toda norma humana, le encomia sin reparo en el Prólogo de las «Ocho comedias y ocho entremeses nuevos».

La crítica de Miguel nunca sale de los términos absolutamente literarios.

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