Acotaciones de un oyente

Papeles arrugados

David Gistau

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Pablo Iglesias llegó ayer al Parlamento con aspecto de haber dormido en un calabozo. De la DGS, precisémoslo para azuzarle las fantasías de paladín antifranquista. La camisa estaba muy arrugada, como los papeles que iba a leer, que parecían apuntes universitarios heredados ya por dos o tres generaciones de estudiantes: cabía imaginarles penes pintados y cosas así. El prócer redentor debía de estar además algo acatarrado porque se llevaba la mano a la nariz y luego se la limpiaba en el pantalón vaquero, que todo lo resiste. Con el textil de la vieja política eso no se puede hacer, queda en el paño un rastro como si hubiera pasado un limaco.

Mientras esperaba turno para contender con Rajoy y después correr a contarlo en tuiter como luego de yacer con Ava Gardner, una compañera de bancada le enseñó el cartapacio que contenía los folios con la palabra «Llibertat» impresa que luego los podemitas levantarían, coordinados con sus socios independentistas, para elevar a los Jordis a la categoría de presos políticos encarcelados, no por una juez, sino por los crueles antojos de una dictadura.

Cabe señalar, como dato gracioso, que el papelín lo levantaría también el recién casado Garzón, cuyo detector de presos políticos pierde cobertura en Venezuela , ya que a Leopoldo López lo llama golpista y justifica su arbitrario encarcelamiento así como los malos tratos sufridos. La noción que tiene Garzón, y por añadidura todo Podemos, de cuál es un Estado sin garantías y cuál una democracia ejemplar me los define como personas a las que entregaría con gran confianza la gestión de mi porvenir y el de mi país. Más, si cabe, al verlos alineados, con una complicidad plena, con el independentismo y los infractores de la ley, con cualquiera, en realidad, que les permita traer el caos y profetizar en términos tremendistas para lograr el colapso de la época.

Insiste Iglesias con la corrupción del PP, pero en Cataluña vislumbra la verdadera oportunidad destructiva que no logró ni cuando iba a sanar con virtudes taumatúrgicas a todos los desheredados de la crisis y a castigar, para cumplir la venganza social, a los miembros de la casta. Desde su aparición en la vida pública, no ha habido un solo gran problema español que Pablo Iglesias no haya tratado de agravar y aprovechar. Ésa es su aportación. «¿Va a volver a la legalidad?», preguntó a Rajoy, a cuento de la corrupción, tratando de devolverle la pregunta hecha a Puigdemont, porque en el mundo de Pablo Iglesias, donde cabe Otegui como santurrón laico, donde se expiden eximentes ideológicos para los delincuentes correctos, sólo el PP -y Rivera- son gente perseguible y justiciable. Añádase ahora al PSOE como castigo por haberse desmarcado de este aventurero intento español de convertir lo radical en lo vertebral.

Tardá y el PEDECat, en cambio, hacen su estricto papel cuando cultivan el fatalismo de la persecución política e intentan proyectar la imagen de civilizados dialogantes a los que una maquinaria dictatorial se niega a escuchar. Tardá, por cierto, vuelve a referirse al pueblo catalán como un todo sin fisuras. Se le pasó la tontería de la semana pasada, cuando incluso entre sus vecinos admitió la existencia de catalanes distintos a él y a su noción del destino manifiesto.

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