Susana Díaz, en el mitin de cierre de campaña electoral
Susana Díaz, en el mitin de cierre de campaña electoral - afp
ANÁLISIS

Susana Díaz impone un corralito

Salvo sorpresa, nacerá en Andalucía un parlamento a la italiana de pactos inestables e incertidumbres. Un corralito para una presidencia conflictiva

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Creía tenerlo tan fácil que no calibró ni las consecuencias de un adelanto electoral innecesario ni los fallos de prepotencia en una campaña basada en ridiculizar al candidato del PP por ser un desconocido, en sorprender a Podemos con el paso cambiado, en despreciar a IU en su inmolación y en no calcular el efecto simpatía de Ciudadanos. Al convocar elecciones por puro oportunismo, Susana Díaz arriesgó pensando que nunca cometería errores de bulto. Mañana las urnas lo aclararán, pero la argucia de que IU había roto la estabilidad en Andalucía era una falacia. Salvo sorpresa, nacerá un parlamento a la italiana de pactos inestables e incertidumbre legislativa. Un corralito para una presidencia conflictiva.

No es una novedad que Díaz convocó las urnas

como avanzadilla para arrebatar a Pedro Sánchez el liderazgo del PSOE en el plazo que marque el día a día de las vendettas internas. Su pretensión era aprovechar que su imagen de aparente frescura, de corte populista y cercana, «una mujer de mi barrio y de mis amigos de siempre», le permitieran arrollar en Andalucía para marcar la agenda del PSOE y debilitar a Sánchez. Hoy, el discurso «nacional» que Díaz asumió para rescatar al socialismo del confuso galimatías ideológico al que Zapatero lo condenó le granjea más simpatías fuera de Andalucía que dentro. Tener una idea clara del modelo de Estado y ofrecer contundencia contra el secesionismo le regaló la luz de una estrella emergente. Sin embargo, no resulta creíble su demagogia contra la corrupción en la tierra del nepotismo, los chóferes apodados «ministros», el dinero «para asar vacas», las facturas emborronadas con tipex, los ERE de cloaca o los cursos de fandango sin cantaor.

Susana Díaz puede sumir al PSOE en una confusión aún mayor de la que ya sufre. Ferraz ha descartado pactos con el PP. Ella, no. La lógica de las encuestas apunta a un triunfo socialista para gobernar en minoría… pero con el peor resultado de su historia. Un último sondeo otorgaba al PP 38 escaños. Otro, 29… demasiada volatilidad, demasiada indecisión y voto oculto. No son previsibles mayorías absolutas.

Especular con qué partido pactará Susana Díaz es jugar a ciegas porque depende de dos variables: primero, que Podemos o Ciudadanos obtengan los escaños «bisagra» necesarios, lo que parece probable. Segundo, que esos partidos se dejen engatusar porque asumirían el riesgo de ser penalizados en el futuro. Incluso, IU podrá recuperar oxígeno por la fatiga de materiales que ya aquejar a Podemos. El único pacto seguro es el que deben alcanzar Díaz y Sánchez para no romper el PSOE porque su estrategia es diametralmente opuesta. Ni se soportan ni renuncian a imponer sus condiciones. Y por primera vez Díaz, que siempre ejerció desde la superioridad que le da liderar la federación más potente del PSOE, ofrece síntomas de debilidad. La luz de su estrella parpadea. El éxito o el fracaso de las apuestas sólo se mide por resultados. Y su sobreactuación esta campaña, opuesta a la empatía, le agriará sus planes. Sánchez está hoy menos amenazado.

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