Ignacio Ruiz Quintano - EL BAR DE MOU

Tortuga busca gato

El pasotismo institucional del Real Madrid, que sólo se dedica a la fanfarria de la Champions haciendo correr la voz de que Liga y Copa son para pobres

La final de la Copa del Rey viene a ser ya el Día de la Marmota Culé, con su gamberrada (consentida del Konsenso) contra España en los símbolos de su Himno y su Rey, esta vez tapados mediáticamente con ríos de almíbar «El Buen Rollito» sobre la manchega calva de Iniesta, el futbolista que emocionaba a José Antonio Segurado, de profesión liberal, un señor grande con loden que acostumbraba ponerse en pie en el palco del Bernabéu para aplaudir, gustándose, los goles contra el Real Madrid del Yerno de Albacete.

El pasotismo institucional del Real Madrid, que sólo se dedica a la fanfarria de la Champions haciendo correr la voz de que Liga y Copa son para pobres, deja libre para el Barcelona una competición que el Barcelona se toma en serio únicamente para, una vez al año, bajar a Madrid a gamberrear el día de la Final.

«Vámonos a Cuba ya», cantaban en el 98 los que no se iban a Cuba. Y cantaban al compás de la marcha de «Cádiz» de Federico Chueca, que se convirtió en himno nacional, antes de la «musiquilla de cucharillas revolviendo el azúcar» que sería, según Ruano, el primer himno de la República, el régimen que salió de los cafés.

–Tendrían que poner un cartel en la frontera: «España: Catedrales y Cafés. No olvidaros de visitar en España lo romántico y lo renaciente».

El Wanda fue el sábado un gran café de patriotas verbalistas y filarmónicos donde el separatismo catalán que nos ha traído el Konsenso pitó al himno de España. Si les preguntas por qué pitan, dirán lo que Benzema, ese vaivén de lo inmóvil, dice para no cantar «esa música de un Tantum ergo aligerada de compás» que es la Marsellesa:

–La Marsellesa llama a hacer la guerra, y a mí eso no me gusta.

Y lo dice rapeando madrigales de Tupac Shakur: «Muchas cicatrices de guerra / mientras conduzco coches lujosos, / la vida de una estrella de rap / no es nada sin Dios».

Claro que Benzema es un pisapapeles clásico de Augusto Monterroso: «Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta. / En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, / pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones. / En efecto, una diezmillonésima de segundo después, / como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles».

Tortuga Busca Gato (que es como lo veía Mourinho), podríamos decir de Benzema, parafraseando el «Tortuga Busca Tigre» del prólogo de José-Miguel Ullán para el peruano César Moro.

El corazón del delantero centro del Real Madrid divide el ánimo de los piperos, que en esto serían como aquella Mademoiselle La Virent, de la corte de Luis XIV, que dispuso (volvemos al texto de Ullán) que colocaran en su ataúd una pequeña tortuga viva: exhumado un siglo después el cadáver de la bella criatura, se encontró, en el sitio de su corazón, la pequeña concha del animal.

–En Ceilán las tortugas las venden a pedazos porque los marchantes quieren siempre la carne fresca y, como el corazón es lo menos agradable de la tortuga, las infelices viven días sucesivos siguiendo consecuentes mutilaciones hasta que un comprador adquiere el corazón. Entonces muere.

Y, sin embargo, el condenado por Zidane «por su pasiva actitud» parece ser… Gareth Bale, que será quien se coma el marrón de haber tirado «para los pobres» de Barcelona otra Liga y otra Copa (¡a gorrazos los correría Bernabéu!), ahora que el rastacuerismo cosmopolita sólo se despeina para la Champions.

–A los grandes jugadores siempre se nos critica –explica Benzemá–; vendemos periódicos.

Di Stéfano, Santillana, Hugo Sánchez… ¡y Benzema! Al oírlo, se queda uno como el filósofo escocés Donald M. MacKinnon (famoso porque en las reuniones de profesores, en cuanto le venía el aburrimiento, se metía debajo de la mesa y mordía en las canillas a los más plastas), que se retiró de enseñar ética kantiana el día que leyó en «Le Monde» un suelto que decía que el general francés Massu, jefe de los paracaidistas en Argel, donde autorizó la tortura, se había desnudado y se había hecho atar un cable eléctrico en el sexo, y por espacio de tres horas hizo que sus hombres lo torturaran, y al término de la sesión declaró: «Las quejas de las víctimas son exageradas. Fue muy desagradable, pero soportable.»

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