EFE

Barcelona-Real MadridSolo importó el martes

El Barcelona administró la noche pensando en la Champions, y su apuesta por el partido era de bajo perfil, por no decir escaso

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Una de las veces que más me reí con Johan Cruyff fue en Tickets, a finales de 2012, y como esto de las multitudes en casa nunca lo hemos frecuentado, me fui a la barra de mi restaurante a ver el partido. Johan nuestro que estás en el Cielo me gustaría que pudieras probar este magnífico jamón con caviar, y va por ti esta soberbia botella de Cristal.

En el Camp Nou el homenaje fue más vulgar, con el vídeo de siempre, la ovación de la masa y ese mosaico norcoreano. Tendríamos que reflexionar, no solo en el Barcelona, si estas demostraciones son el mejor modo de rendir tributo a las personas que fue clase lo que precisamente nos legaron.

El minuto de silencio ni se respetó, en una evidencia más de la cortesía de lo multitudinario.

El Madrid jugó a esperar y el Barcelona a recuperarse del azúcar del homenaje a Cruyff, que volvió a hacerse presente en el minuto 14, con el público en pie aplaudiendo. En el minuto 17 con 14 segundos, otro homenaje a difuntos, en este caso al proceso independentista, distrajo la atención del partido. A partir de ahí, el partido continuó sin más pausas publicitarias.

Fútbol tímido, fútbol con más miedo que esperanza en los dos bandos, aunque cada vez el Barcelona jugaba más cerca de Navas y el Madrid retrocedía y se encerraba. Hernández Hernández empezaba a acumular errores que perjudicaban al club azulgrana, aunque el peor insulto a la memoria de Cruyff es quejarse y encima del árbitro. Calla y gana es la versión terrenal de su «salid y disfrutad».

El Tickets a reventar, por cierto. Empezar a ser una ciudad europea es que una noche con clásico los buenos restaurantes estén igualmente llenos.

El Real Madrid jugaba tan lejos de Bravo que más que un contraataque parecía que quisieran mandarle un mail. Al Barça le faltaba tanta finura que convertía las ocasiones en melones. Partido frío, sin nervio, sin sangre. Pasaban los minutos como pasan en las oficinas de Correos cuando tienes prisa y solo atiende un empleado.

El Barça administró la noche pensando en el martes, y su apuesta por el partido era de bajo perfil, por no decir escaso. Zidane jugó a no salir lastimado, sin saber la sorpresa que le esperaba. Lejos quedaron los años en que el Barça salvaba las temporadas ganando los clásicos. Ayer quien salvó los muebles fue el conjunto blanco, con más premio del que esperaba.

Lo de Sergio Ramos, entre faltas y codazos, fue un escándalo. No tanto porque el árbitro perjudicara al Barcelona no expulsándole hasta el final, en las múltiples ocasiones en que mucho antes no le mostró la segunda amarilla que tendría que haberle mostrado, sino porque jugó con fuego del modo más irresponsable, exponiéndose a dejar su equipo en inferioridad, lo que acabó consiguiendo cuando ya no era relevante. El Madrid tendría que sopesar con prudencia si Ramos es todavía un activo, o empieza a resultar un carísimo lastre.

Messi y Navas en el diez de la segunda parte nos ofrecieron lo mejor del partido hasta el momento en que Piqué, al minuto siguiente, entró con todo y marcó de cabeza el primer gol del Barça. En el 17, el empate de Benzema fue una demostración perfecta de lo que el Madrid es y representa: cuando más perdido parecía, en una llegada aislada, igualó el marcador y solo seis minutos duró la ventaja azulgrana. No perder el sentido del honor ni en tus momentos más bajos es un indicador de grandeza difícilmente superable.

Una grandeza que tuvo al final su premio, con gol de Cristiano. Zidane salió ganador del Camp Nou, pudiéndose quejar de un gol injustamente anulado a Bale, y con crédito para preparar con calma la siguiente temporada, en la que realmente va a poder demostrar lo que vale como entrenador. Luis Enrique perdió pero no cansó a sus jugadores y podrá contar con ellos el martes.

En su dosificación razonable, el Barça hizo tan poco que suerte que mi homenaje a Cruyff fue en el Tickets, donde Albert Adrià continúa cocinando tan delicadamente como él jugaba.

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