Una de las tribuna del estadio del Nacional de Montevideo está dedicada al mítico Porte
Una de las tribuna del estadio del Nacional de Montevideo está dedicada al mítico Porte
URUGUAY

La conmovedora historia del capitán que prefirió morir antes que ser suplente

El 5 de marzo de 1918, el uruguayo Abdón Porte se quitaba la vida en el centro del campo del estadio en el que fue un ídolo

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Uruguay y el fútbol caminan de la mano. Con las selecciones de Estados Unidos y Bélgica como protagonistas, el primer partido de la Copa del Mundo se disputaba en ese país, el 13 de julio de 1930, sobre la hierba del Parque Central de Montevideo. Un estadio que quedaría en la memoria colectiva de este deporte y en el que, doce años antes de aquel inolvidable día, se vivía una de las historias más conmovedoras protagonizada por un futbolista. Abdón Porte, jugador de Nacional, se desangraba sobre el césped después de disparar un arma en su corazón. El gran capitán no asumía que llegaba la hora de la suplencia y prefería quitarse la vida en el centro del campo antes que dejar de servir al equipo que amaba.

Aquella madrugada del 5 de marzo de 1918 moría desangrado sobre la misma hierba en la que fue idolotrado durante años.

Abdón Porte había venido al mundo para jugar en Nacional y no tardó en encontrar un hueco en el equipo que terminaría siendo su tumba. Nacido en 1880, en 1911 veía cumplido el sueño y se enfundaba por primera vez la camiseta del conjunto de Montevideo para disputar un amistoso. Con un fuerte temperamento, en aumento con el paso de los años, y un físico envidiable, aquel joven futbolista maravillaba y convencía a la directiva. En un fútbol prehistórico en el que la figura del entrenador aún no existía, los mandatarios le abrieron la puerta y terminaron concediéndole la titularidad. Responsables de los fichajes, ellos también eran los encargados de confeccionar las alineaciones.

Capitán de Nacional

Y en el once de Nacional figuró durante años «el indio» Porte, que comenzó emergiendo en el centro de la defensa y terminó convirtiéndose en el líder del centro del campo. Una evolución que le llevó a tomar la capitanía de un equipo en el que se erigió en líder e ídolo. Allí ganó cuatro campeonatos del campeonato uruguayo y varios títulos internacionales. La grada coreó durante años su nombre, pero terminó llorando su muerte.

El año 1918 fue el último de Porte en Nacional y también en la vida. Los mismos directivos que le abrieron la puerta del club, se la entornaron cuando decidieron fichar a Alfredo Zibechi, centrocampista llamado a ser el relevo del mito. El 4 de marzo de aquel año, el capitán se enfundaba la camiseta del equipo de Montevideo en la victoria ante el Charley (3-1). Fue su última celebración y su último partido... pero no la última vez que pisaría el Parque Central. Volvería por la noche para quitarse la vida.

Después de aquel encuentro, los directivos dejaron herido de muerte su orgullo de futbolista. Se dirigieron a él y el mito escuchó la palabra que siempre temió oír: banquillo. Su rendimiento ya no era el que le llevó a ser idolotrado y llegaba la hora de buscar un cambio. La siguiente jornada Zibechi sería titular. El capitán de Nacional no lo asimiló. Ni pensar en su boda, programada para el siguiente mes, impidió que ejecutara el plan que comenzó a gestar justo en el momento en el que terminó aquella conversación.

Como hizo durante años, acudió con la plantilla y la directiva a la cena con la que habitualmente se celebraba cada una de las victorias de Nacional. Sabía que aquella sería la última, pero no quiso faltar a la cita. Más callado que de costumbre, rehuyendo las palabras de sus compañeros, fue uno de los primeros en abandonar el local. Por última vez subió al tranvía para dirigirse al Parque Central. En mitad de la noche no tuvo problemas para entrar en el estadio. Era su segunda casa y conocía perfectamente sus secretos y las puertas que quedaban siempre abiertas.

Con la grada vacía, recordando los momentos de gloria allí vividos, enfiló el camino hacia el centro del campo. No hubo aplausos, solo soledad y recuerdos, muchos recuerdos, en el corto trayecto hasta el círculo central. Llegaba el momento de la despedida. En el mismo escenario en el que se había consagrado como futbolista, se quitó la vida de un tiro en el corazón.

La fría mañana del 5 de marzo de 1918, su cuerpo era descubierto en el césped por el guardián del Parque Central. Junto al cadáver de Porte, el sombrero de paja que había lucido en la cena de la noche anterior y, en su interior, dos notas.

Dos notas de despedida

En la primera misiva, Porte se dirigió a José María Delgado, médico del club: «Querido doctor. Le pido a usted y demás compañeros de Comisión que hagan por mí como yo hice por ustedes: hagan por mi familia y por mi querida madre. Adiós querido amigo de la vida».

Debajo se su firma, recordó a su querido club: «Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante. / No olvidaré un instante / lo mucho que te he querido. / Adiós para siempre».

En su segunda nota, pidió que le enterraran junto a los hermanos Bolívar y Carlos Céspedes, dos glorias de Nacional y de la selección uruguaya fallecidas víctimas de la viruela: «En el Cementerio de la Teja con Bolívar y Carlitos». Eusebio Céspedes, el padre, hizo posible que se cumpliera la voluntad de Porte.

Casi un siglo después de se Uruguay lloraba por Porte, su figura se sigue recordando cada fin de semana y las nuevas generaciones de hinchas continúan hablando de un jugador que se dejó la vida por su club. Ahora, el mito da nombre a una de las tribunas del Parque Central, la casa del gran capitán.

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