Tom Boonen, ayer en la presentación de la París-Roubaix
Tom Boonen, ayer en la presentación de la París-Roubaix - AFP

CiclismoEl coleccionista de adoquines que salió del infierno

Tom Boonen se retira hoy en la prestigiosa París-Roubaix, carrera que quiere ganar por quinta vez, más que nadie en la historia

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Todo lo que Tom Boonen quiere para dejar el ciclismo es un trozo de piedra. Cuando alguien gana la París-Roubaix, la clásica más especial del calendario, ese es su premio: un adoquín sobre una peana. Hoy Boonen lo podría ganar por quinta vez. Esto es condicional: depende de sus fuerzas, de sus rivales y del azar, siempre presente en una carrera de 257 kilómetros, de los que 55 son sobre tramos de duros adoquines y tierra.

Lo que no es condicional es que hoy en Roubaix Tom Boonen, una leyenda de la bicicleta, dejará de ser ciclista profesional. El amor de Boonen por las grandes clásicas se dio a conocer cuando solo tenía 22 años. Era un día de lluvia y los tramos de pavés, una nube de polvo cuando hace sol y calor, eran carreteras de barro.

En una de las ediciones más duras que se recuerdan, salpicado de lodo hasta las cejas, Boonen terminó tercero. Entonces corría para el US Postal de Lance Armstrong, pero temía que allí dirigiesen su carrera hacia el Tour y no a las grandes clásicas que él veneraba. Se fue al año siguiente al Quickstep, estructura para la que ha corrido el resto de su carrera, y enseguida empezó a apuntar su nombre en el palmarés del Tour de Flandes y de la París-Roubaix, las dos pruebas que los niños flamencos adoran. En 2005 ganó estas dos carreras y el Mundial en la misma temporada, un logro insólito.

Era una leyenda viva, casi un dios en Bélgica, y solo tenía 25 años. Siguió sumando grandes victorias hasta que en 2008 detectaron cocaína en su organismo en un control fuera de competición. No pasó nada. Ese año había ganado en Roubaix, y al año siguiente repitió hazaña. Pero semanas después de ganar la París-Roubaix 2009, volvió a dar positivo por cocaína. «Tengo un problema», reconoció entonces Bonnen. Su explicación es que cuando consumía alcohol perdía el control, y pidió ayuda para superarlo. El Tour de Francia le vetó en 2008 y lo intentó en 2009. Boonen, que vivía en la glamurosa Montecarlo y entre coches de lujo, corría el riesgo de convertirse en una especie de George Best del ciclismo.

Por suerte, no fue así. En los años siguientes dejó atrás sus escarceos con las drogas y protagonizó inolvidables duelos con Fabian Cancellara, su gran rival, en Flandes y Roubaix. A Boonen nunca le gustó ganar de cualquier manera: pese a que era rapidísimo —con el tiempo fue perdiendo una punta de velocidad que en sus inicios le convirtió en uno de los grandes velocistas del pelotón—, los aficionados le adoran porque si podía, prefería ganar solo, y cuanto antes atacase, mejor.

Así ganó en Roubaix en 2012, su cuarta y última victoria, tras 56 kilómetros en solitario. El año pasado fue segundo; si gana hoy, nadie habrá levantado más veces el adoquín soñado que él. Y después, el adiós. Le preguntaban a Boonen en la víspera cómo se sentiría el lunes, ya con la bicicleta colgada. «Estoy seguro de que tendré mi peor resaca», respondió. «Y siempre estoy triste cuando tengo resaca».

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