Descenso extremo

Jan Farrell, el hombre contra la física

El esquiador aspira a superar el récord de descenso de velocidad, impuesto en 252,632 kilómetros por hora

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Una de las pretensiones humanas siempre ha sido la de ir más rápido, llegar antes, volar, acortar las distancias y los tiempos. Los hermanos Wright y su aeroplano, los trenes de alta velocidad, el quimérico teletransporte. Jan Farrell (1983), sin embargo, no eligió la velocidad para desplazarse a ningún sitio, no pretende llegar antes al futuro, solo quiere ser el más rápido del planeta. Con los esquíes. Su deporte es el Speed Ski, que consiste en deslizarse por una pista con una inclinación extrema. De o a 200 kilómetros por hora, en ocho segundos, casi como un Fórmula 1. Su objetivo: superar los 252,632 kilómetros por hora que, por el momento, es el límite humano y tecnológico. Lo logró Simone Origone en marzo de 2015.

Una barbaridad que Farrell está convencido que superará. Dedica 250 días a moldear su cuerpo en el gimnasio, 70 a entrenarse en la nieve, todo el año a preparar su mente. El día 2 comienza su aventura, la Copa del Mundo de Speed Ski. El hombre contra la física.

«Es velocidad en estado puro, es tu cuerpo sobre unos esquíes, acelerado únicamente por la gravedad. El reto de los 250 kilómetros por hora me obliga a empujar los límites de la ciencia y el cuerpo humano», define Farrell para ABC, pocas horas antes de viajar a Canadá, su primera parada de la temporada. Sus descensos más largos pueden durar 17 segundos. «Una eternidad», asegura. Un 120 % de pendiente. 50 grados de inclinación. De 0 a 100, en 3’4 segundos. Después, unos 400 metros para frenar. ¿Se puede pensar en algo durante el descenso? «Para mí todo se congela, incluso me da tiempo a observarme. Llevo una vida muy activa y este es el momento en el que más tranquilo y concentrado estoy. Pero solo pienso en la bajada». ¿Cómo se ve el mundo a tal velocidad? «A cámara lenta. El mundo te parece más pequeño. Excepto la montaña que acabas de bajar. ¡Es enorme!».

Un traje de un milímetro

Cuenta con cierta ayuda: la tecnología. En los entrenamientos mejora su rendimiento con máquinas que le permiten analizar sus movimientos cuando no hay nieve. En la montaña, se aprovecha de las investigaciones para que el traje y el casco le permitan conseguir la máxima velocidad. Confía en la empresa Jonathan & Fletcher, que le ofrece un traje de poliuterano, poliéster y elastodieno a medida que se adapta a sus necesidades de movilidad y flexibilidad. Solo tiene un milímetro de grosor, pero necesita dos ayudantes y una hora para enfundárselo.

Sin embargo, Farrell defiende el factor humano: «El cuerpo es lo más importante, porque nos permite adaptarnos con precisión a las irregularidades del terreno, establecer la trayectoria perfecta, mantener la posición aerodinámica. La tecnología aporta esos últimos kilómetros por hora, que pueden suponer un podio en la Copa del Mundo. Pero sin los dos al 100%, esto es imposible». Su mente juega otro papel imprescindible: «Aprendí a concentrarme con yoga, a controlar la respiración, bajar las pulsaciones para que mi cuerpo responda con precisión».

Es inglés, pero está afincado en España desde los cinco años. No concibe la vida sin los esquíes, que se puso por primera vez con dos años. Es su medio natural. Ha practicado otros deportes extremos, como el paracaidismo, y ha circulado a 300 kilómetros por hora en un coche, pero nada le aporta tanta energía como deslizarse por una ladera. «Me da un chute de adrenalina que no tiene precio. Es una de las sensaciones más placenteras que he vivido. Cuando termino de frenar me dan ganas de saltar, de correr y celebrar el descenso». Y también que no ha sufrido ningún percance, porque a partir de los 170 kilómetros por hora cualquier mínimo error puede desmbocar en un final nada agradable. «Hay que tener todo controlado y medido. Nunca me han dicho que sea malo para mi salud, pero sí me han advertido que si un día me caigo, algo que hasta la fecha no ha ocurrido, me dolerá!», bromea sobre su disciplina. Para entender su determinación, basta una respuesta: «No, no tengo pesadillas con una piedra en el camino. Tengo pesadillas de no bajar lo suficientemente rápido».

Trabaja en su particular «locura» sin pausa, pero tampoco desatiende su profesión: director ejecutivo de Liberalia, empresa que fundó con 18 años. «Para mí, dejar algo para mañana nunca es una opción. La alta competición me aporta competitividad, constancia, una buena gestión de riesgos, que me sirve para mi vida diaria. Me encanta mantener un ritmo de trabajo fuerte en todo. No me gusta nada estar quieto, y estoy todo el día de un lado para otro. ¡Me pone muy nervioso esperar!», cuenta. Aunque no todo lo hace a la máxima velocidad: «A pesar de tener una agenda de infarto, busco tiempo para disfrutar: una conversación interesante, una buena ópera, un restaurante especial... No, no todo es ir siempre al límite».

¿Está en esos 252,632 kilómetros por hora? «No, según nuestros cálculos se podrían superar los 280, incluso los 300 si la pista tuviera suficiente altitud (unos 4.000 metros sobre el nivel del mar), donde el aire es menos denso y mejoraría la aerodinámica». Ahora busca los 250. Después...

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