ciclismo - Mundial

Peter Sagan da prestigio al maillot arco iris

El eslovaco conquista el oro en un soberbio ataque final de un Mundial magnífico. Valverde, quinto

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Bajó la calle de Richmond con ardor guerrero, encaramado a la barra de su Specialized y destrozando sus tibias en una furiosa estampa, desembarcó en la meta relajado, casi lánguido, los brazos extendidos al cielo como inquiriendo al cielo –«¿por qué no yo?»– y unos metros más allá, sujetó por la cintura a su novia y se la merendó a besos. Peter Sagan entronizó el espectáculo en la capital de Virginia. El ciclista con más tirón, sobrado de carisma en un deporte que necesita gente de carácter como él, conquistó el oro en un Mundial magnífico, disputado a todo tren, sin cuartel, a la vieja usanza de los tiempos de Coppi, Merkx o Hinault. Alejandro Valverde volvió a apurar su increíble regularidad en los Mundiales: otra vez entre los ocho primeros.

Quinto esta vez, sin resuello para capturar su séptima medalla. El australiano Matthews y el lituano Navardauskas se agenciaron la plata y el bronce.

Sagan es una réplica de los brasileños que, por error, nació en el antiguo Telón de Acero. Su DNI eslovaco no enlaza con su panorámica de la vida: divertido, extrovertido y espontáneo. Hizo el caballito en la meta al ganar su primera etapa en el Tour, le palpó el trasero a una azafata en una imagen por la que luego pidió disculpas y llevó al extremo aquella máxima que proclamó valores importantes: no importa cómo te vean los demás, sino cómo te veas tú.

Cualquier aficionado conoce la leyenda negra de Sagan este año en el Tour. Cinco segundos puestos le catapultaron al rincón de los apodos. El nuevo Poulidor, le reconoció el público de inmediato. Un pasajero de la fatalidad, candidato principal a ser el primero de los fracasados. Nada de esto afectó al ciclista del Tinkoff, cuya confianza y personalidad le han impulsado hacia su lugar natural: una victoria en la Vuelta, el maillot arco iris de campeón. Atrás queda su lógica reacción furibunda al ser atropellado por una moto en la ronda española, las tardes sin victoria, su escarapela de ciclista enquistado. Sagan le dio prestigio al Mundial.

Culminó a lo grande una sesión fantástica. Arrancó como un guepardo en el empedrado de la calle 23 de Richmond, adoquín saltarín que habían transitado durante muchas vueltas alemanes, italianos, holandeses, españoles y australianos en busca de la mejor estrategia para controlar a un pelotón desbocado y beligerante y colocar a sus primeros espadas.

Fue a partir de la vuelta 12 cuando Bélgica tocó la corneta y decretó el principio del fin. El pelotón pasó de rodar a 39 por hora a rellenar de ácido láctico los músculos de sus pasajeros. Avanzó a 46 por hora después de 180 kilómetros. El Mundial, en su esplendor. Lucha encarnizada de países por coronar al compatriota. Todos se sintieron poderosos y capaces: Holanda con Molema o Dumoulin, Australia con Matthews y Gerrans; España con Valverde y Purito; Italia, con Nibali y Bélgica con Gilbert o Boonen.

Una fuga con siete aspirantes (Boonen, Kwiatkwoski, Viviani, Amador, Dani Moreno, Stannard y Mollema) dejó sin fuelle a Alemania, obligada a exigir el máximo a Tony Martin para cazar. El tren germano dejó una estampada impensada: 90 corredores en el grupo en la última vuelta.

Probó Stybar en el Libby Hill, la primera colina de adoquines. Nada. Imposible romper. Sagan, escondido y sin gastar un gramo de energía, se lanzó a por todas en el segundo repecho 260 kilómetros después de tomar la salida. Sin equipo, solo en su reto. Fue hermoso y electrizante. Un campeón a la altura del maillot arco iris que viste desde ayer.

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