Tour de Francia

A la espera del hijo de Hinault

De todos los nuevos talentos del ciclismo francés, el viejo campeón prefiere a Warren Barguil, bretón como él

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Cada vez que el Tour se pasa por Bretaña, los focos se giran hacia Bernard Hinault. Bretón, orgulloso, firme. Un carácter. Le preguntan por todo. «Espero ver a otro francés ganar el Tour antes de morirme», protesta. Él es el último, en 1985. Hace 30 años. Le hablan de Pinot, de Bardet... Pero a Hinault le gusta más otro: Warren Barguil, bretón también. Apenas tiene 23 años. Con 20 ganó el Tour del Porvernir. Con 21, y con mañas de veterano, se impuso en dos etapas de la Vuelta a España. Y ahora debuta en el Tour. Es octavo en la general. Francia e Hinault le esperan desde hace mucho. «Pero no hay que volverse loco —calma Barguil con su voz infantil—.

Es mi primer Tour. Hoy estoy bien pero no sé cómo estaré las dos próximas semanas». Hinault le sonríe: «De todos los jóvenes franceses es el que más se parece a mí. Tiene esa voluntad, esas ganas de ganar». Es su elegido. Otro bretón.

Hinault se fijó en Barguil en el Tour del Porvenir 2012. El chaval, que había sido campeón juvenil francés, era el líder de la ronda. «¿Quién es este corredor que va de amarillo y pelea también por el maillot de la montaña?». Barguil. Hinault lo adoptó. Era de los suyos. Un depredador. «Un guerrero», define el viejo campeón. Hinault ganó su quinto y último Tour siete años antes de que naciera Barguil. El joven bretón creció en otro ciclismo, con otros nombres. De Hinault le habló el seleccionador francés, Bernard Bourreau. Le contó las historias del ‘Tejón’: aquella Lieja-Bastogne-Lieja en la que bajo la nieve Hinault pudo hasta con la tempestad y en la que perdió para siempre la sensibilidad en dos dedos de la mano. «Nos contaba cómo secaban los guantes dentro del coche para dárselos», cuenta Barguil.

Además de ganar el Tour del Porvenir, Barguil hizo algo que también gustó a Hinault: eligió un equipo extranjero, el Argos holandés, para ser profesional. Según Hinault, las escuadras galas viven acomodadas. Hay que emigrar. Barguil no se marchó por eso. Fue más simple: el Argos había sido el primero en interesarse por él. Les dio su palabra y la mantuvo. Acabó el curso que estudiaba de Gestión de Empresas y con 21 años se hizo ciclista profesional. «Para muchos es el objetivo de su vida. Cuando lo consiguen se relajan, dejan de ser ambiciosos. Yo no». Lo demostró en la Vuelta a España de 2013, su primera gran carrera. «Aprendí muchísimo esas tres semanas. Dos días ante de ganar una etapa me había caído. Fue un golpe duro. Me costó llegar a la meta. Pero yo no abandono. Comprobé que una gran vuelta te atiza, pero también te permite recuperarte».

Así, renovado, se presentó en la salida de aquella etapa entre Valls y Castelldefels. Valls recordaba a Xavi Tondo, el ciclista fallecido. Su madre cortó la cinta. Y en Castelldefels, en la meta, lloró Barguil, que recordó otra ausencia, la de su abuelo, que se apagó justo antes de esa Vuelta. El abuelo que tanto disfrutaba con las carreras del nieto. Le hubiera gustado aquella: Mollema, Txurruka, Nocentini, Scarponi, Intxausti, Egoi Martínez, Santaromita, Zandio y Barguil compartían la fuga buena por el trazado inquieto de la costa catalana. El director del Argos se arrimó a Barguil, el más desconocido de todos, el nuevo, para darle información sobre quiénes eran sus rivales, sobre cómo afrontar el repecho final de Castelldefels. Barguil no le escuchó: «Si eres un corredor de verdad no te hace falta que te digan cómo son los rivales. Eso lo notas, lo intuyes. Se siente. Así que le dije que lo único que necesitaba era algo de comida». Hinault disfruta escuchando las cosas de Barguil. Se reconoce en él.

El quíntuple vencedor del Tour se ha hartado de exigir valor y personalidad a los ciclistas franceses. «Para ganar a Contador, Froome, Nibali y Quintana tienen que atacarles desde lejos», repite en cada etapa. «Si llegas con ellos al último puerto, estás perdido. No hay que tenerles miedo». Como Barguil en la cuesta de Castelldefells. Había visto esa carretera en internet, en ‘Google Earth’. «Soy un rematador», dice. Los otros no lo sabían, ni les sonaba el tal Warren. Y Barguil les dejó gastarse hasta la curva donde iba a ejecutarlos. Eso hizo. Estudió para gestor... de esfuerzos. Ganó como un clasicómano ese día y como un viejo escalador unas etapas después en Formigal. Con sus manos finas y largas de pianista remató a Urán a sangre fría. «Sabía que había que jugar con el viento. Una vez perdí un final así. Nunca más», dijo aquella tarde como si fuera un veterano de cien Tours. Y no. Ahora disputa el primero. Cruzó en cabeza la etapa del pavés y está con los mejores en la general. Hinault, ayer en su casa de Bretaña, disfruta viéndole, viéndose. «Siempre se puede mejorar. Hay que estar siempre insatisfecho», responde Barguil a la prensa. Como decía Hinault.

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