El músico francés Georges Brassens, retratado mientras toca la guitarra
El músico francés Georges Brassens, retratado mientras toca la guitarra - JEAN BONZON

Georges Brassens, de las canciones inocentes a las letras satíricas de un músico rebelde

La reciente publicación del libro «Premières chansons» recoge los versos escritos por el cantante francés entre 1942 y 1949, antes de alcanzar la fama

MADRID Actualizado: Guardar
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Georges Brassens se marchó como quiso, porque nunca supo vivir de otra manera. «Para un hombre como él, la muerte era el acto personal más secreto de todos», explicó el novelista Gabriel García Márquez días después de su fallecimiento, casi clandestino, en el artículo que sirve de prólogo para «Premières chansons» (Le Cherche Midi, 2016). Publicado a mediados de abril, el libro recoge las letras compuestas por el cantautor francés antes de alcanzar la fama, entre 1942 y 1949. La fotografía que ilustra su primera página ya anuncia su contenido: vestido con traje, sin bigote y con 19 años, la imagen del músico en su juventud apenas insinúa una madurez de mostacho y suéter, como los versos de sus canciones tampoco poseen la sátira, el desencanto y la crítica social que luego impregnó toda su obra.

En «Supplique pour être enterré à la plage de Sète» («Súplica para ser enterrado en la playa de Sète»), un repaso a sus peripecias donde pide descansar en la playa de su ciudad, el músico ruega: «Que hacia mi tierra natal mi cuerpo sea enviado/en un vagón dormitorio París-Mediterráneo/con destino a la estación de Sète». Brassens, que en realidad descansa en el cementerio de Py y no bajo la arena, no mostró muchas más contradicciones en una obra que dialoga con la biografía de su autor con coherencia.

Sète vio nacer a Georges Charles Brassens el 22 de octubre de 1921, hijo de un obrero de la construcción a quien siempre apreció por su amabilidad y fortaleza y de una mujer de origen italiano que soñó con un vástago convertido en funcionario. Unos años de niñez y adolescencia imprescindibles para su formación, cuando grabó en su memoria tantas imágenes que luego volcó en sus canciones —el recuerdo del mar, los compañeros de juego— y comenzó a militar en esa independencia, en esa rebeldía más bien tímida de la que siempre hizo gala. Resulta arriesgado inmiscuirse en la psicología de alguien a través de las anécdotas, pero la que narra García Márquez en el citado prólogo parece significativa: «Como todos los niños con vocación vital, el pequeño Georges detestaba la escuela por lo que ésta tenía de cuartel. Una maestra desesperada acabó de rematarlo: lo encerró con llave en un ropero durante varias horas, y cuando por fin lo liberaron habían germinado en su corazón, para siempre, las semillas de la anarquía». Historieta real. Victor Laville, biógrafo y amigo de la infancia de Brassens, no solo la recuerda, sino que la subraya con un comentario del propio cantautor, recogido en su libro «Le mauvais sujet repenti»: «Tuve una infancia feliz pero desperdiciada. Desperdiciada por el colegio».

De Sète a París

Brassens conoce en sus primeros años la amistad, el mar y el afán libertario, pero también la agitación histórica que padece la Francia de su época. Durante la década de los años 30, la Tercera República sufre las zozobras de un tiempo que combinó inestabilidad internacional, auge de la xenofobia y ambiente prebélico, clima coincidente con la adolescencia del futuro cantautor. La invasión nazi de Polonia en septiembre de 1939, punto de partida de la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar solo cinco meses antes de la llegada del músico a París, en febrero de 1940. Un viaje motivado por ciertos altercados que protagonizó junto a sus amigos en Sète. La estancia en la capital resultó clave. Allí desarrolló un gusto autodidáctico por la poesía, ya adquirido en su tierra natal gracias a un profesor que nunca olvidó, Alphonse Bonnafé. «Me volqué en la lectura. La biblioteca del XIV distrito de París, si tiene buena memoria, se acordará de mí, iba todos los días. Pasé todos los años de la guerra zumbullido en libros», contó Brassens tiempo después. Una verdad a medias. Su vivencia del conflicto no se limitó a hojear volúmenes en esa zona sur de la ciudad, situada en el barrio de Montparnasse.

El avance de la contienda cambió el destino del futuro cantautor como también hizo con el de muchos de sus conciudadanos. En marzo de 1943, en un París que por entonces ya arrastraba tres años de ocupación nazi, Brassens es enviado a la localidad alemana de Basdorf, ubicada al norte de Berlín, como miembro del Servicio de Trabajo Obligatorio (STO). Ese programa había sido pensado por el Tercer Reich para «reemplazar a los muchos trabajadores de la cadena de producción de la industria bélica, de todas las edades, que eran reclutados por el ejército y las Waffen-SS», como cuenta Alan Riding en su libro «Y siguió la fiesta». La rebeldía del músico no tardó en salir a flote. Un año después de ser reclutado, durante un permiso para disfrutar de algunos días en la capital francesa, decidió ocultarse y evitar su regreso a Alemania. Un callejón situado en Montparnasse, el impasse Florimont, se convirtió en su escondite gracias a la amabilidad de un matrimonio dueño de una casita, Marcel y Jeanne Planche. Con el rostro del músico, un relieve tallado por el cantante de rock Renaud aguarda a los curiosos que se acercan ahora hasta ese lugar, donde Brassens pasó más de veinte años. A sus anfitriones dedicó precisamente «La chanson pour l'auvergnat» («Canción para el auvernés»), donde agradece el trato recibido.

«Las trompetas de la fama»

La marcha de Sète, las lecturas parisinas y la fuga de los alemanes. Con la guerra terminada, las experiencias acumuladas por Brassens se convierten en materia prima para escribir su música. El éxito tardó en llegar. La suerte quiso que la cantante Patachou, popular en el circuito de salas de la capital gala, interpretase algunas de sus canciones ante el público en enero de 1952. Acto seguido le tocó el turno al verdadero autor, posiblemente con esa timidez que recogen los vídeos de sus actuaciones, con una sonrisilla que acompaña cada frase insolente. La fama de la que gozó en vida —que nunca aceptó del todo y de la que se burló en su canción «Les trompettes de la renommée» («Las trompetas de la fama»)— le sitúa todavía hoy como uno de los máximos representantes de la «chanson française», podio que comparte con Leo Ferré, Jacques Brel, Moustaki o Édith Piaf, aunque sus obsesiones y su personalidad le brindaran el afecto especial del público.

Georges Brassens retratado por el famoso fotógrafo Robert Doisneau
Georges Brassens retratado por el famoso fotógrafo Robert Doisneau

En las letras de su juventud, recogidas en el libro «Premières chansons», Brassens muestra una sensibilidad que todavía carece de los matices de la ironía. Una ausencia notable cuando trata el amor. En «Vous souvenez-vous de moi?» («¿Se acuerda de mí?»), escrita en octubre de 1942, pregunta a una mujer anónima si todavía le recuerda, a él y a su «amor de antaño», los «juramentos», «nuestros sueños locos». Aunque siempre con tristeza, el humor que imprime a sus versos más conocidos contiene sus emociones adultas. «Si queréis, habladme de los asuntos públicos/a pesar de que ese tema me ponga un poco melancólico/habladme siempre, no os odiaré/pero habladme de amor y os golpearé en la cara/con el debido respeto», dice Brassens en «Sauf le respect que je vous dois» («Con el debido respeto»). Su sentido de las relaciones personales posee la impronta rebelde propia de su discografía, estableciendo de nuevo un vínculo estrecho con su propia vida. Conocer a Joha Heiman en 1947, una actriz de origen estonio, en una pastelería de París, definió con más precisión esa ética personal sobre la vida en pareja.

«Tengo el honor de no pedir tu mano/no grabemos nuestro nombre al pie de un pergamino», ruega Brassens en «La non-demande en mariage» («La no petición de matrimonio»), canción donde reivindica que ciertas convenciones —vivir juntos, casarse— pulverizan los sentimientos. Cumplió con lo dicho. Joha Heiman y él nunca contrajeron matrimonio, ni compartieron casa ni formalizaron su relación más allá de un pacto sellado de viva voz. Tampoco se separaron. Aunque la pareja no fue el único vínculo que el músico alimentó en su vida. La importancia de la amistad también se deduce de «Les copains d'abord» («Los amigos son lo primero»), melodía donde reivindica, a base de imágenes heredadas de su infancia frente al mar, ese lazo: «En las reuniones de los buenos amigos/no solía faltar nadie/cuando uno no iba a bordo/es porque había muerto./Sí, pero nunca, nunca jamás/su hueco en el agua se volvía a cerrar/ cien años después, pillo afortunado/se le echa aún de menos». La muerte supone, precisamente, otro de los grandes temas sobre los que reflexiona el cantautor.

«Si hay que ir al cementerio/tomaré el camino más largo/haré novillos en la tumba/dejaré la vida a empujones», explicó el músico en una canción titulada, para que no quedasen dudas, «Le testament» («El testamento»). Cuesta trabajo saber si fue así finalmente. El 29 de octubre de 1981, sumido en esa reserva que siempre concedió a su vida privada, el músico se apagó para siempre. Georges Brassens se marchó como quiso, porque nunca supo vivir de otra manera.

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