LIBROS

«La forma del agua»: La seducción de lo extravagante

El éxito de la película arropa la versión literaria, firmada por Guillermo del Toro y Daniel Kraus, que apenas se aparta del guion

Fotograma de la película basada en el libro... ¿o es al revés?
Miguel Ángel Barroso

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Guillermo del Toro es uno de los hombres del momento gracias a la cosecha de galardones que está recogiendo por la dirección de La forma del agua , la fábula sobre el amor entre dos seres periféricos, marginales -una empleada de la limpieza muda y huérfana y una criatura anfibia cuyos caminos se cruzan en un centro de investigación de Baltimore a principios de los 60-, que no deja indiferente a nadie, ya que el amor crece desde la compasión hasta un conocimiento carnal sin ambages. Falta el premio gordo, el Oscar que probablemente ganará el 4 de marzo en el Dolby Theatre de Los Ángeles (está por ver que le acompañe la estatuilla a la mejor película, pero eso es otra historia). Nacido en Guadalajara, México, hace 53 años, el cineasta también ha volcado en la literatura su pasión por el género fantástico y de terror, explorando, junto a Chuck Hogan, el universo vampírico en la Trilogía de la Oscuridad . Con Daniel Kraus ya colaboró en Trollhunters , que derivó en una serie para Netflix de gran éxito.

Escrita, pues, a cuatro manos, esta novela plantea de entrada algunos interrogantes. ¿Fue antes el huevo o la gallina? ¿Aporta algo que no podamos ver en la sala de cine? ¿Es un libro oportunista nacido al abrigo de un filme multipremiado? La versión literaria de La forma del agua apenas se aparta del guion, salvo la búsqueda a través de la selva amazónica del Deus Brânquia , esa criatura que es todos y cada uno de los animales que han existido, incluido el ser humano -sorprende que Del Toro no haya utilizado este primer encuentro en la versión cinematográfica a modo de introducción- y, ya que la comparación es irremediable, está indicada para el público que disfrutó antes de la película, porque ese parece el recorrido lógico. Es probable que con la lectura posterior haya quien se reafirme en la sospecha de que agua somos y en agua nos convertiremos.

La novela está escrita con habilidad, avanza con capítulos cortos que invitan a dar un paso más antes de apagar la luz de la mesilla y, además, cuenta con bellas ilustraciones a cargo de James Jean . El barniz poético que los autores dan a su fábula apunta al amor «en sus muchas manifestaciones y formas». Sin embargo, no es el amor lo más valioso que un ser puede entregar a otro, sino su vulnerabilidad . Algo que olfatea y excita al villano de la función, Richard Strickland, el temible agente del gobierno que custodia al monstruo, que se burla de su supuesto carácter deífico al tiempo que fantasea con la mujer de la limpieza. «Dios tiene un aspecto humano» , le dice a Zelda, la amiga negra de la protagonista. «Se parece a mí. O a usted. Aunque, para ser sinceros, se parece un poco más a mí». Quiere someter a estos dos freaks porque lo extravagante tiene un gran poder de seducción.

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