Convivencia. Pasan las horas tejiendo y compartiendo recetas y conocimientos. :: JAVIER FERGÓ
Jerez

Penas y alegrías de 65 días a la intemperie

Las trabajadoras de Acasa hacen balance de su protesta y recalcan que se irán en cuanto les abonen al menos un mes

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Sesenta y cinco días durmiendo en la calle dan para mucho. Para reivindicar lo propio, esas nóminas que por desgracia siguen sin llegar; para dar ejemplo de unidad y de lucha; para convertir en amigos a los que antes eran solo compañeros de trabajo; y para tomar mejor conciencia de esas cosas en las que antes no se ponía demasiada atención. Pero también dan para perder la salud; para que se desgasten las familias por más sólidos que sean los lazos que las unen; y para perderse el día a día de los hijos, que crecen mientras sus madres se turnan cada noche para mantener viva su protesta.

Y es que desde que se levantara allá por el 30 de enero, el 'Campamento Dignidad' -como reza un cartel en la puerta- se ha convertido en un símbolo de la lucha de las empleadas de la ayuda a domicilio en Jerez que estos días han cumplido el peor vaticinio: pasar también la Semana Santa fuera de sus casas.

Esther Hidalgo, una de las representantes del comité de empresa, explica que durante los más de dos meses de acampada las cuatro nóminas impagadas -todas desde diciembre- han tenido como consecuencia todo tipo de desastres familiares: embargos, cortes de luz, enfermedades.

Eso sin olvidar, como resalta a su lado Amparo, otra empleada, la cantidad de usuarios (ancianos y personas dependientes) que han sufrido las consecuencias de la huelga del servicio -que acabó el 29 de febrero-. «A nadie les han importado ni ellos ni nosotros, porque los usuarios son invisibles. Si se supiera como han estado nuestra protesta no hubiera durado tanto y nosotros no seguiríamos aquí como si fuéramos muebles a los que la gente ya se ha acostumbrado», se queja esta trabajadora, mientras su compañera Carmen, a su lado, se queja de que «nos hemos sentido muy maltratadas y humilladas, como si no fuéramos personas».

Amparo es una de las que ahora está pagando con achaques físicos las consecuencias de tantas noches, muchas increíblemente frías o lluviosas, durmiendo a las puertas del Ayuntamiento. «Tengo un pie mal, se me hincha y no puedo andar», dice apoyada en unas muletas a las puertas del improvisado hogar que han creado y que todavía da cobijo a los alrededor de 80 empleados de Acasa que se turnan por la mañana, la tarde y, sobre todo, la noche. Otras han sufrido infartos, y algunas como Antonia «estuvo castigada sin venir a dormir un tiempo por unos problemas de bronquios». Esos días, fue su marido el que se quedó a pasar la noche en el 'Campamento Dignidad' «para ocupar su lugar».

Y es que las familias han sido el gran apoyo de estas trabajadoras. Y trabajadores, porque aunque son minoría también hay empleados masculinos, y cuatro de ellos (Fran, Mario, Juan y José Luis) han sido fijos en la acampada. Tanto como Juan José, el responsable sindical de CGT que ha sido «el jefe de obra, el que montó todo el chiringuito y al que hemos llamado cuando ha habido problemas, como cuando la otra noche se vino abajo el techo por culpa de la lluvia».

Uno de estos trabajadores que han pasado los mismos apuros que sus compañeras, José Luis, sufrió en sus carnes las miserias de vivir dos meses en la calle. «Una noche me llamaron porque se había muerto mi suegro, y mi mujer estaba la pobre sola en casa», narra al tiempo que recalca que pese a todo «siempre han estado a nuestro lado, y los fines de semana se han venido a pasarlo aquí en familia».

Y eso que algunas compañeras, como ésa a la que llaman entre bromas Lady Halcón, apenas se cruzan en el ascensor con sus maridos y no comparten horarios ni el día a día, como les pasaba a los enamorados de aquella película. O como le pasa a Tere, a la que se le rompe el alma cuando su hija le dice por las noches «¿ya te vas para tu otra casita?». O como todas las que vienen a diario de Alcalá, Sanlúcar o San Fernando, y cumplen su horario laboral y también su turno en la acampada.

Pero pese a todo, pese a esos 65 días que «te dejan tocado psicológicamente», la sensación que tienen de la experiencia que han vivido es solo agridulce, porque también han vivido muy buenos momentos y «hemos hecho un grupo sólido que antes ni se conocía».

Un día cualquiera es el mejor ejemplo de la perfecta convivencia que han tenido durante dos meses en los que «no ha habido discusiones fuertes ni conflictos, apenas algún roce». Y es que la comida la traen de casa y se comparte, por las mañanas se levantan y hacen cola ordenada para usar los baños que les prestan en el edificio de los grupos municipales, no hay quejas por las camas -que tienen colocadas sobre una tarima para aislar algo el frío y la humedad-, las más expertas enseñan a las otras a tejer gorros o peluches, se intercambian recetas y hasta reciben charlas sobre la reforma laboral o de autoestima por parte de una psicóloga. «Incluso hemos hecho sesiones de cine proyectando sobre un colchón». Vieron, como no podía ser de otra forma, la reivindicativa 'Pan y rosas' de Ken Loach.

Y han vivido momentos que les arrancaron las lágrimas, como cuando el Domingo de Ramos la Coronación les dedicó una 'levantá' al pasar delante de su campamento, ése que tienen intención de dejar en cuanto cobren al menos un mes.