Dónde van de verdad de vacaciones los escritores de viajes

Hay autores que solo viajan por trabajo; otros, en cambio, siempre buscan paisajes con capacidad de seducción. He aquí seis perspectivas diferentes

Un barco recorre el Amazonas cerca de Belém do Pará (Brasil), el lugar al que ha vuelto recientemente Javier Moro Gustavo Frazao
J. F. Alonso

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Eduardo Jordá

Último premio Eurostars de Narrativa de Viajes por Pájaros que se quedan (Otoño en Pensilvania).

Hay un lugar al que siempre vuelvo: Vila Real de Santo António, en la desembocadura del Guadiana, justo enfrente de Ayamonte. ¿Por qué? No es un lugar exótico, ni solitario, ni especialmente bello, y encima siempre está lleno de turistas que compran toallas y sábanas y camisetas de la selección de Portugal fabricadas en Bangladesh. La primera vez que estuve allí no existía el puente que cruza el Guadiana y había que llegar desde Ayamonte en una barcaza. Creo que dije que no volvería a poner los pies allí. Pero... pero… sí, es cierto, ya estoy contando los días que faltan para volver.

Javier Reverte

Yo voy adonde me llama la emoción con el propósito de escribir un libro. Digamos que a mis viajes los guía un propósito literario. No viajo para ver monumentos y menos para comprar "souvenirs". Yo no quiero ser un viajero que escribe, sino un escritor que viaja. Sin el propósito de hacer libros, me quedaría en casa. Es más cómodo el sofá que el avión y hay mejor vino en mi bodega que en el aeroplano.

Eduardo Martínez de Pisón

Catedrático Emérito de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid, geógrafo, escritor y alpinista.

Acabo de venir de Lanzarote al litoral cantábrico, reuniendo en un solo mar, como sentía Unamuno, las olas que labran las lavas de Canarias y las que baten en los acantilados de Asturias. De los volcanes de ayer a las viejas rocas del norte han caminado conmigo, como una sola tierra de la que estoy hecho, mis profundos paisajes.

Javier Moro

Premio Planeta por El imperio eres tú. Su última novela es Mi Pecado, Espasa, 2018.

Será por la edad, pero cada vez me gusta más volver a los sitios donde ya he estado. Es un acto de nostalgia y de curiosidad por ver cómo ha cambiado el lugar. Porque todos los sitios mutan, hasta los más recónditos. Y no suele ser para bien. Hace poco volví a Belém do Pará, en la desembocadura del Amazonas, la ciudad que fue mi base durante la investigación de Senderos de libertad. Cierto, muchas cosas han mejorado pero sigue manteniendo el sabor, y el olor, de una vieja ciudad cauchera. He disfrutado mucho con este reencuentro porque no me ha decepcionado. Hay lugares que se modernizan –como Belém– pero que siguen siendo fieles a sí mismos. Permanece el poder de seducción de la ciudad, como el de una antigua amante.

Pilar Rubio Remiro

Editora, crítica literaria, gestora cultural, exlibrera. Fundadora de La Línea del Horizonte.

Después de dar algunas vueltas por el mundo dejan de interesarte los lugares sepultados por el ruido y las masas. Pero el silencio está en los libros y en sus paisajes literarios. En este momento me gustaría pasar un poco de frío en alguna estancia perdida de la pampa, como en la que vivió William H. Hudson o en alguna otra ganadera de Tierra de Fuego de las que nos habló Francisco Coloane.

Miquel Silvestre

Viajero y escritor. Ha recorrido el mundo en moto para diferentes medios.

Mi destino favorito para irme de vacaciones es el no destino. En agosto, por ejemplo, no me mueve nadie de Madrid, la mejor ciudad en su mejor mes. Un turista profesional como yo cuando viaja por puro disfrute no viaja. O al menos no viaja donde suele hacerlo por trabajo, que es a lugares inhóspitos, desiertos tórridos, selvas húmedas o fronteras herméticas. Cuando se trata de vacacionar, me quedo en España, que es el mejor país del mundo, por clima, por geografía, por paisajes y por sistema social. Yo voy a conocer las naciones más remotas y exóticas y a contar cómo son, es mi trabajo, pero moralmente no me encaja vacacionar en lugares donde los paraísos artificiales para turistas se asientan sobre miseria y desigualdad. Lo que ocurre es que el mejor destino español ya no existe más que en mi memoria, y es la Denia de mi infancia, cuando la playa de las Marinas era un largo litoral de arenas blancas y salvajes y no el muro de hormigón que es hoy. Esta manía mía me causa algunos problemas, no obstante. Cuando me casé llevé a mi mujer de viaje de novios a las playas de El Rompido, en Huelva, un poco explotado paraíso, pero ella todavía me sigue reclamando una auténtica luna de miel en las Maldivas o por ahí, a lo que llevo ya cinco años y dos hijos resistiéndome.

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