Carlos Soria, cerca de la cima del Kanchenjunga, tercera montaña más alta del mundo (8.586 metros), en en la cordillera del Himalaya
Carlos Soria, cerca de la cima del Kanchenjunga, tercera montaña más alta del mundo (8.586 metros), en en la cordillera del Himalaya - : Luis M Lopez Sorian/Efe

Los 15 países con más altitud media del mundo

El turismo de montaña, en invierno y en verano, atrae a fans del alpinismo, el trekking en las altas cumbres y los deportes de nieve

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Las grandes cumbres son uno de los motivos eternos para viajar. Sobre todo, para los incondicionales del trekking y de la nieve. A sus ojos, el mapa mundi es un escaparate de puntas y valles, y cuanto más empinadas sean las cuestas, más interés en recorrerlas. El turismo de montaña, en invierno, con la nieve, y en verano, con las largas caminatas vive momentos de auge.

Relacionado: Los diez pueblos más altos de España.

Le hemos preguntado a Javier Jayme, experto de ABC VIAJAR en temas de exploración y montaña, autor del libro «Pioneros de lo imposible», sobre las razones que llevan a los viajeros a mirar el mundo como un reto. Esta es su explicación:

«La naturaleza salvaje ha sido despojada de su mito de inaccesible.

Los espacios alpinos, concretamente, eran –lo siguen siendo- un territorio caótico, solitario y hostil, sólo al alcance de gentes intrépidas como las que a comienzos del siglo XX los exploraron. Hasta que los tour operadores hallaron la fórmula de acercarlos a casi todos los públicos. Hoy, para adentrarse en sus severos entresijos, vasallos de la verticalidad, basta con tener unas condiciones físicas regulares, espíritu de aventura y estar dispuesto a desplazarse de la manera más antigua que se conoce: caminando, lo que en el mundillo de las agencias especializadas, mediatizadas por los términos anglosajones, se llama realizar un trekking. El viaje nada tiene que ver con las hazañas de los pioneros, pero el esfuerzo y la pasión siguen presentes.

Olvidamos cada vez más que poseemos unos músculos que no exigen sino ser empleados y cuya fatiga nos procura una alegría interior e incluso un placer. El trekking revela a sus practicantes que marchar a pie, sudando por el esfuerzo físico, no es indefectiblemente un sacrificio, sino una acción para la que todos, al nacer, recibimos las dotes necesarias. No utilizar las fuerzas y, sobre todo, este impulso primario con el que la naturaleza nos ha dotado es realmente un contrasentido. Como si el mar renunciara a sus olas y se durmiera; como si el águila optase por no volar y permaneciese en su nido. Y en esta época en la que todo está cada vez más previsto, programado y organizado, tener hambre o frío en ciertos momentos e incluso poder extraviarse no dejan de ser una delicia y un lujo excepcionales.

Los incondicionales de esta actividad acceden, a golpe de simples vacaciones, a lugares y experiencias que, a lo sumo hace tres décadas, ni en sueños se imaginaban. Y son las cadenas alpinas –con el Himalaya a la cabeza, claro está- las que hoy por hoy aglutinan el mayor número de ofertas. Ciertamente, las montañas conforman un universo aparte: no parecen una porción del planeta, sino un reino independiente, una región de nieves y rocas que se extiende en medio del silencio y el misterio de lo eterno. El trekkinista, a medida que transcurren los días, percibe que los valles inhóspitos y las blancas cimas se convierten en algo habitual y adquieren aspecto hogareño. Sus sensaciones de soledad y alejamiento desaparecen. La convivencia con sherpas y porteadores es la de una familia bien avenida. La luz eléctrica y las tarjetas de crédito son ya símbolos extraños de un ámbito relegado. Su gran sorpresa está a punto de producirse: olvida el día de la semana en que vive, un síntoma de buena salud mental.

Por fin, erguido en la cumbre que embrujó sus sueños, quizá sobre un colchón de nubes que le oculta el mundo que quedó allí abajo, el trekkinista hace suyo dicho reino por unos instantes. El aire es cortante, el sol difunde su tibieza y se siente invadido por una paz y una alegría íntimas e inenarrables. Luego, de vuelta a la cotidianidad convulsa y apresurada del recinto urbano, consciente de que la grandiosidad y la belleza de los horizontes alpinos le han dejado una huella espiritual, se persuade, de algún modo, de que su existencia ha mejorado simplemente por haber estado allí.

Los países con una altitud media más elevada

Estos días, The Telegraph ha recopilado en un mapa los quince países con una altitud media más alta. Lo reproducimos bajo estas líneas, como una lista de deseos para andarines, exploradores o aficionados a las cumbres blancas. Al frente de la clasificación, Bután, un país donde el turismo no comenzó hasta mediados de los años 70, tras la coronación del Cuarto Rey Dragón, SM Jigme Singye Wangchuck, entonces el rey más joven del mundo (17 años).

Al contrario de lo que pudiéramos pensar, en esta lista solo figura un país de Europa occidental, Andorra. La altitud media en Suiza es de 1.350 metros sobre el nivel del mar, y la de Austria, 910 metros, según los datos recopilados por el periódico británico.

Top 15

Bután. 3.280 metros.

Nepal. 3.265 metros.

Tayikistán. 3.186 metros.

Kirguistán. 2.988 metros.

Lesoto. 2.161 metros.

Andorra. 1.996 metros.

Chile. 1.871 metros.

China. 1.840 metros.

Armenia. 1.792 metros.

Groenlandia. 1.792 metros.

Ruanda. 1.598 metros.

Perú. 1.555 metros.

Mongolia. 1.528 metros.

Burundi. 1.504 metros.

Georgia. 1.432 metros.

Ver los comentarios