El Patrimonio Mundial que logró Mallorca por la unión del paisaje y sus habitantes

La sierra de Tramontana, en la costa noroeste de Mallorca, cumple este verano diez años como Patrimonio Mundial

Cala de Sa Calobra, en la sierra de Tramontana REUTERS/ Enrique Calvo

Mar Ramírez

Llegar a su punto de inicio, el cabo Formentor al extremo noreste de la sierra, frente al azul turquesa del Mediterráneo, y tierra adentro ver las alineaciones rocosas de la sierra de Tramontana es abarcar el espinazo mallorquín. Se extiende 90 km hacia el sur y nos deja prendidos de su belleza natural, culminada con los 1.445 m del Puig Major, el lugar más elevado de la isla y de las Baleares.

La vegetación se aferra a la arisca roca grisácea mientras los barrancos se abren profundos y sombríos fruto de la tenaz erosión del agua y por las laderas más suaves se escalonan las terrazas conocidas como marjadas , hechas con roca caliza y destinadas a retener la tierra y sembrar.

La Unesco supo ver -y de ahí la declaración de Patrimonio de la Humanidad, en junio de 2011- la hermandad del ser humano con lo montañoso del terreno , un paisaje que ha mantenido tan estrecha interacción entre el territorio y sus habitantes.

Prendidos del paisaje, los pueblos en piedra, rodeados de huertos, naranjos y olivares centenarios, son un deleite para la vista, como lo atestiguan Sóller, Deià o Valldemossa , entre los más bonitos de España. Su patrimonio festivo y artístico concentra el legado transmitido con celo entre generaciones y salpimentado por la huella de personajes ilustres vinculados a la isla. Allí vivieron Robert Graves, Chopin o George Sand , que impregnaron su obra con la huella que la sierra de Tramontana les imprimió.

Las calas de su litoral, abiertas entre las rocas con un radiante azul turquesa, son apreciados lugares de baño. Y los miradores, junto a carreteras sinuosas, tienen un efecto imán. Un atractivo que ya sintió el archiduque Luis Salvador de Austria , quien diseñó miradores y algunas rutas que gozan de las mejores vistas serranas y marítimas. El de Sa Foradada , un paraje pintoresco junto al monasterio de Miramar, ofrece los mejores atardeceres con el mar de fondo.

Por tierra hay tres rutas imprescindibles. Un viejo ferrocarril de madera y vía estrecha, el Tren de Sóller , transporta al esplendor de comienzos del XIX, el tiempo de los primeros viajeros europeos. Los paisajes tallados por el hombre y ligados al tradicional modo de vida son el enfoque de la ruta de la Piedra en Seco . Y la ruta literaria de Valldemossa a Pollença nos conduce por los lugares que marcaron la vida y obra de personajes ilustres como Robert Graves.

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