Análisis de Medievil: una brillante resurrección del clásico videojuego

El Paladín de PlayStation. El héroe de Gallowmere. El valiente guerrero. Son muchos los calificativos que se asocian a Sir Daniel Fortesque , uno de los personajes más queridos de la historia de los videojuegos. Feo como él solo pero muy entrañable. Bajo la marca « Medievil », toda una generación se quedó impregnada por este videojuego de acción y aventura de tipo «hack and slash» en tercera persona. En él, los jugadores toman el control de un soldado caído en desgracia tras una dura batalla.

Pero, por fortuna, tiene la oportunidad de resucitar . Una nueva oportunidad que le permite redimir todos sus pecados, pero por el camino se encontrará con mil y un peligros que se lo pondrán complicado. Muy complicado puesto que bajo esa apariencia inocente se esconde un importante desafío. Conforme se avanza, la historia se hace más complicada. El maravilloso y lúgubre reino de Gallowmere, lugar donde se desarrollan los acontecimientos, presenta un paraje rico en detalles que, en este reciclaje, se ha logrado mejorar su aspecto gráfico.

Precisamente, la potencia visual de la que hace gala es el principal reclamo del título que apareció hace veinte años como uno de los pesos pesados de la PlayStation original. Le siguieron otras continuaciones, pero el empuje logrado por esta entrega fue increíble. También por su original diseño inspirado, y se apreció entonces y ahora, en el imaginario de Tim Burton . Su propuesta, recluida en un ambiente mágico, se ambienta en torno a un año, 1286, cuando el poderoso mago Zarok , desterrado por nigromancia, ha organizado un numeroso ejército de zombis y demonios que no se lo ponen fácil al jugador.

El sistema de combate está basado en una sola dirección, avanzar y avanzar mientras se abre paso a espadazos. Pero poco a poco va adquiriendo otras armas, algunas como una ballesta que sirve para enfrentamientos a larga distancia. Los virotes que se emplean se pueden aprovechar para rebotar por las paredes, aunque requiere de cierta habilidad por su falta de intuición. La idea del juego, además, muestra un reflujo nostálgico que retrotrae a los jugadores a otra época, que como pesos pesados de la talla de «Spyro» o «Crash Bandicoot», han querido volver a la vida para demostrar que el medio interactivo desafía la memoria.

Los movimientos del personaje, aunque renqueantes en algunas ocasiones, ofrecen un comportamiento bastante fluido y consistente. Al igual que la cámara, de aire más grácil y apresurado pero con extrañamente ingobernable a veces, mientras que el intercambio de armas es, ahora, tal vez más ágil y rápido. Pero, en general, peca de cierta simpleza, para bien o para mal. Y esa carencia de profundidad lleva a uno a alejarse en ciertos momentos, y más ante el cariz que ha tomado la industria en los últimos años. Aún así, no solo se basa en asentar golpes; el combate -aunque lejos de las dificultades actuales en juegos como «Dark Souls»- se combina con el empleo de escudos, al que hay que atreverse, aunque todas las armas presentan similitudes: se deterioran. De cara a hacer el combate más accesible se ha introducido un sistema de apuntado preparado para fijar a los enemigos. Cabe también apreciar la idea de la Galería de Héroes, que debe ser un recurrente escenario donde interactuar con otras almas guerreras y, de paso, ganar nuevas armas.

Envuelto en una música que sigue siendo inmensamente colorida y artística, el ritmo va in crescendo, no ceja en su empeño de seguir apretando dientes, fomentando, en ciertos sentidos, la exploración de objetos -aunque sin demasiada complicación- para poder desbloquear zonas y seguir abriéndose paso. No hay que perder de vista tampoco la necesidad de recabar objetos virtuales que conceden nuevas oportunidades de seguir con vida.