Fuerzas del Ejército Rojo entran en Riga a principio de 1940
Fuerzas del Ejército Rojo entran en Riga a principio de 1940 - ARCHIVO

La falsa guerra y la falsa paz

Durante medio año apenas hubo operaciones militares en Occidente, pero en el Este, la Unión Soviética se engullía las repúblicas bálticas, cercenaba el territorio rumano y se aprestaba a invadir Finlandia

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Después de la fuerte tormenta bélica se produjo en periodo de extraña calma. Quizá una calma más aparente que real, pero los combates cesaron para dar paso a pequeñas escaramuzas, que ni alteraban las líneas del frente, ni suponían más movimientos de tropas que la llegada de nuevos contingentes británicos al continente. Los chicos del la BEF ( British Expedicionary Force) venían alegres y sonrientes a una guerra que de momento, al menos para ellos, carecía de lista de bajas.

Si aparentemente la guerra había comenzado por Polonia y Polonia ya había desaparecido de hecho, Hitler ofrecía públicamente una paz a Londres y a París, que supondría confirmar su derecho a modificar fronteras y engullir países. Pero Polonia no había sido la causa de la guerra, sino el pretexto.

La causa era el propio Hitler: su expansionismo, su militarismo y, sobre todo ello, la absoluta falta de voluntad de cumplir los acuerdos pactados.

La guerra continuaba, aunque fuera una guerra de casi nula intensidad. Fue un periodo de seis meses, medio año, que sus contemporáneos bautizaron como la “falsa guerra” o “la extraña guerra”, que muchos creían (querían) ver como prólogo de una paz que sería una falsa paz, una extraña paz, que, de darse, sólo duraría hasta el próximo movimiento del Führer en el ajedrez europeo.

Pero de momento, quien movía los peones, amenazaba con sus torres y daba un jaque tras otro era Moscú. Mientras las potencias europeas no hacían mas que mirarse unas a otras por encima de las trincheras, la Unión Soviética, jugada tras jugada, iba arrinconando a los países bálticos: Letonia, Lituania y Estonia tuvieron que ir cediendo ante las presiones del Kremlin, temerosas de acabar como Polonia. Así, el Ejército Rojo fue ocupando país por país sin necesidad de invadirlo. Bastaba que sus diplomáticos exigieran instalar en ellos bases militares y firmar acuerdos de asistencia mutua que, en la práctica, les dejaba inermes ante el ocupante. En un tercer y definitivo acto, las repúblicas serían anexionadas. Rumanía también debió rendirse a las amenazas soviéticas y ceder Besarabia y Bucovina.

Finlandia, sin embargo, se negó a entregar sin lucha partes vitales de su territorio. Si Moscú las quería, el Ejército Rojo tendría que pelear por ellas… pero eso sería más adelante. De momento las conversaciones se sucedían en Moscú sin que los negociadores de una y otra parte desistieran de sus posiciones. Atentos sólo a sus propios frentes, los países oficialmente en guerra prefirieron ignorar lo que ocurría en el Este. Stalin podía ser igual de militarista y expansionista que Hitler… pero estaba más lejos. Y además cumplía puntualmente sus acuerdos. Almenos el firmado entre Molotov y Ribbentrop, que le dejaba manos libres para remodelar sus fronteras, recuperando los que habían sido los límites del imperio de los zares. Si en el Oeste se vivía una falsa guerra, el Este se encontraba en una falsa paz.

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