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La carreta del Simpecado de la Puebla del Río subiendo los escalones de la parroquia de Villamanrique - RECHI
CRÓNICA

Los Romeros de la Puebla y los siete escalones de Villamanrique al cielo

Relato de cómo Coria y la Puebla obraron el milagro de Villamanrique

SEVILLA Actualizado: Guardar
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En Villamanrique se iba calentando el ambiente. Había pasado ya Espartinas, con el dosel del Simpecado, y Gelves, con las originales columnas salomónicas de la carreta. En la Plaza de España de esta villa, que es aduana y puerta del Coto, había más expectación que nunca. El bar Tomás que hay enfrente de la iglesia no paraba de tirar Cruzcampo y en alguna casapuerta había hasta tiradores. Era el momento de Coria y, este año, sobre todo, el de la Puebla, porque corría el rumor de que iba a haber homenaje a Los Romeros.

Pero primero, un respeto a los corianos. Villamanrique estaba lleno de cordones rojos desde horas antes. A la una y media, con el sol apretando de lo lindo, los caballistas hicieron la fila y apareció la mole de plata que es la carreta de uno de los simpecados con más solera.

Siseos, que allí no se dice ni pío. Llega el momento. En la plaza no cabe un alfiler y el silencio intimida. Con un gesto se da la orden y a muerte para arriba. El boyero pega tres arreones a cada bestia. Coria entera detrás arrimando el empellón. Una bulla de brazos embrutecidos contra la gravedad. Tres segundos para siete escalones, que fueron un mundo porque quien allí empujaba, aunque fuera de lejos, hasta con los ojos. La yunta ya estaba dentro del templo. Ardían las palmas al obrarse el milagro de la subida y la bajada, y la carreta se despedía andando hacia atrás calle abajo.

El calor era sofocante y, entre carro y carro de Coria, todos buscaban la sombra y la cerveza. La Puebla no llegaba nunca hasta que, a lo lejos, los sombreros advertían que el Simpecado ya estaba ahí. De nuevo el mismo ritual: los caballos, en fila; se hace el silencio. Venga para arriba. En ese momento, la Plaza de España era una sauna entre la solana, los apretones del gentío y los nervios. «Poco a poco, uno a uno, que hablen los mayores», se gritaba al descender esos siete escalones del cielo de Villamanrique.

Había llegado la hora. «Tiempo detente», que ya están aquí Los Romeros de la Puebla. Con ellos, varios artistas cigarreros unidos para el homenaje y para el recuerdo a Faustino, que dejó el grupo para irse al cielo a cantarle a la Blanca Paloma. Entre ellos estaban sus hijos, la herencia de esos «cinco amigos, cinco centinelas, cinco fieles compañeros que le llevan cantando a la Virgen medio siglo de romeros». Los jóvenes que han bebido de esa misma fuente pusieron Villamanrique bocabajo por sevillanas: «Vienen Pepe, Manolo y Juan Díaz con Moya por el sendero, siguiendo el sendero, y los guía con el Pastorcito Faustino desde los cielos».

El remate con la cuarta terminó de erizar el vello y aflorar las lágrimas a toda la plaza:«Se juntaron cantando las coplas del maestro Martín Vega y nadie lo niega, el mejor conjunto de la historia: los Romeros de la Puebla». Y quedaba el estribillo, que se fue calentando con el tamboril y todo Villamanrique acabó cantando:«Viva la Puebla y Villamanrique, y que viva este momento de emoción y escalofrío. Viva quien le reza y canta a la Virgen del Rocío». Siete escalones para llevar a los Romeros al cielo.

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