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Cristiano, felicitado por sus compañeros después de inaugurar el marcador - REUTERS
Rayo-Real Madrid

La rabia de Cristiano se impone en Vallecas

El Madrid se impone tras una primera parte floja en la que dominó el Rayo. En la segunda, un posible penalti sobre Ronaldo despertó a los blancos (0-2)

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Rayo902Real Madrid

Paco Jémez había realizado antes del partido una de esas declaraciones asombrosas a las que nos acostumbra: «No me preocupa el resultado, sólo sueño con jugar mejor que el Madrid». Jémez es el Maguregui de ahora. Antes, los pobres ponían el autobús, la sepulvedana del fútbol, ahora suben peligrosamente su defensa hasta el mediocampo. Esto tiene que significar algo. El equipo pobre ya no quiere ser menos que el rico, y le disputa el «estilo», la «propuesta», la felicidad de lo hermoso. Es más, puede que incluso llegue a tener más estilo que el rico, ayer se vio, como si le dijera: «Visto mejor que tú, soy más elegante que tú... solo que en low-cost». Paco Jémez es ese nuevo orgullo «low cost» del humilde.

Lo cierto es que el Rayo jugó francamente bien, incluso mejor que el Madrid, pero sólo un rato. Algo es algo, Jémez estará contento. Y «Contento tu, contento tutti», responderá Ancelotti.

Isco en el banquillo y 4-3-3

El italiano salió con el esquema acostumbrado (¿pero por qué la gente espera otro?), más una simplificación. O bien la presión sobre Modric y Kroos era acertadísima y daba, como una acupuntura táctica, en el punto exacto o las medidas del estadio llevaron al Madrid a partirse en dos: defensa y ataque, y la media para el Rayo.

Es decir, para Trashorras, los toques de Bueno, Embarba y Kakuta, sobre todo Kakuta. La movilidad y el optimista correteo de Kakuta parecían estar poniendo a prueba la hilaridad de los comentaristas, pero también eran algo más. Esa alegría de Kakuta, ese culebreo de Kakuta era el instrumento que personificaba la osadía táctica de Paco Jémez. ¡Con la pasión de Kakuta todo pareció posible!

El peligro del Rayo surgía justo en el espacio del Madrid en el que acaba el interior y nace el lateral. La cadera de Carletto. Desde ese punto desatendido, esa juntura, partían Embarba y Kakuta a colgar balones a Manucho. Se oyó entonces el rugido de Ramos, que fue ahuyentando al delantero. En la derecha seguían los habituales desajustes, más de una vez tuvo tiempo Tito para reflexionar sobre su centro.

El Rayo tenía ocasiones. Una cesión de Varane a Casillas que resolvió bien el portero; otro remate de Trashorras que sacó Íker nuevamente. Estaba bien Casillas. En realidad, es un Raúl al que sí se le cruzó un Mourinho. Incluso realizó con seguridad un par de salerosos requiebros, pero la decadencia (puñetera) le asomó en un solo gesto: cuando despejó un balón con un torpe puñetazo. No era un Superlópez del área, le estaba pegando a la pelota.

Una parte para cada equipo

Casillas y Ramos sostuvieron al Madrid en la primera parte y el Rayo fue consiguiendo un triunfo estadístico. Los córneres, la posesión. Esas cosas que Jémez mirará luego, al terminar el partido, aflojando orgulloso el nudo de su corbata de padrino de boda que mira mucho a la madrina.

El Madrid no dominaba el centro del campo. Nada nuevo. Había algo más revelador en su juego: la presión.. Ancelotti la exigía, la pedía más bien, pero... ¿puede pedirse eso? El Madrid presiona por espasmos, le dan jamacucos de presión, y luego hay presiones individuales, melancólicas, arranques como de locura que le entran a Benzema cuando se va corriendo a por el portero con el resto de la BBC mirándole perpleja. Como si Dean Martin de dejara el «Rat Pack» en plena juerga para irse a vocalizar.

La polémica del penalti

Al inicio de la segunda parte, Amaya arrolló a Cristiano tras un recorte clarísimo. Tenía opciones, no tenía razón para tirarse. Además era un dibujo clásico en él, ha hecho miles así, de modo que cualquier aficionado hubiera creído en ese regate, salvo los árbitros, que están en el fútbol, pero no se sabe si son fútbol. Parece que lo miran como la cámara del ángulo inverosímil de la moviola.

El partido ya se había abierto a las posibilidades del Madrid. El dominio del Rayo cesó, no se escuchó más a Kakuta, sino a Amaya, que entró con dureza a Bale (¡al menos no le dio en la hernia!). Por esa banda, el galés dejó entrar como una flecha a Carvajal, jugada soñada por un lateral que remató con rabia Cristiano, restituido ya a ese estado suyo que podría definirse como una rabia feliz. «Sólo robar», pareció gritar; grito más feliz que el uh.

El Madrid, ya con Isco y el tranquilizador 4-4-2, tuvo para sí la última media hora . El segundo fue puro James: intuición, aparición y zurda. Este sí que mide los tiempos, pero en milésimas. El Madrid parece que se siente bien de perseguidor. Tiene el estímulo que perdió al lograrlo todo.

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