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El tocamiento despreciativo

Javier Tebas, con su distinción entre tocamiento con y sin desprecio, abre la puerta a un debate disciplinario. Un recorrido por los «acomodos» de nuestro fútbol

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«Si Cristiano se toca los cataplines con desprecio debe ser sancionado». Cada vez que habla Javier Tebas, presidente de la LFP, el fútbol tiembla un poco. Estas declaraciones colocan la acción de llevarse las manos a salva sea la parte en el ojo del huracán disciplinario.

En primer lugar, en línea con la lucha por el decoro que ha abierto el propio Tebas, se agradece que haya utilizado el término cataplines. Es la palabra justa. Decir «¡Échale cataplines!» resulta imposible. Cataplín no es cojón ni es huevo, pero tampoco es gónada ni el cientifico testículo. Testículo suena a palpación del urólogo. En cambio, cataplines es castizo y sin violencia. ¿Alguien se jugaría un cataplín en un arranque de raza?

Ahora bien, ¿cómo se define el desprecio cataplinar a la hora de su tipificación disciplinaria?

La referencia en este asunto quizás sea Hugo Sánchez. Mirando a la tribuna del Camp Nou se agarró lo suyo (Hugo era el Macho) y ostensiblemente, como se dice en el fútbol, lo sostuvo. Fue un realce sostenido. Fue la chulería genital.

Un gesto heredero de Hugo fue el reciente de Di María en un Real Madrid-Celta. Quizá por hacerlo mirando a su propia grada se llamó el «autotocamiento» de Di María. Corriendo, lo que entraña cierta dificultad, buscó su Hombría y la sostuvo unos instantes en la mano, como si estuviera sopesando unos nísperos.

Hubo gran escándalo aunque Ancelotti no vio «obsceno» el gesto e incluso le dio la mano. Di María ofreció la mano actora.

Entre medias, la historia del fútbol español presentó un tocamiento ajeno, el de Míchel a Valderrama.

(Se ve que este tipo de gestos ha sido fundamentalmente madridista y que dentro del madridismo se distinguen dos claras líneas: la ortodoxa, en campo ajeno y cuerpo propio, de Hugo Sánchez o Cristiano y la heterodoxa, en campo propio o cuerpo ajeno, de Míchel yDi María ).

La distinción que hace Tebas entre el tocamiento con y sin desprecio hace necesario afinar el ojo sancionador.

Lo complicado en todos los casos es señalar el «desprecio». Debería descartarse en el caso del tocamiento ajeno, pues en eso solo puede haber aprecio, juguetona curiosidad o, todo lo más, afán provocador.

En el tocamiento propio se trataría de diferenciar tres cosas: el acomodo, el tic, y el gesto de desprecio. En eso tendrán que trabajar los comités.

Quizás para que hubiera desprecio debería imitarse claramente el gesto de Bardem en «Huevos de Oro». Allí no había sólo un tocamiento con agarre, sino además una ligera inclinación hacia atrás que amplificaba lo oferente del gesto.

Salvo que haya, pues, un claro ofrecimiento del cataplín, como diría Tebas, en el resto de casos la autopalpación no admitirá, pues, sanción.

Cristiano Ronaldo, por ejemplo, puede aducir tic o costumbre nerviosa, pues en su accionar había una especie de pellizco. El pellizco, parecido al de Nadal, siempre acercaría el gesto a la compulsión del tic. En el desprecio sería necesaria la exageración del bulto.

Tebas, por tanto, al dirigir la potestad sancionadora contra el tocamiento despreciativo, valida, a sensu contrario, el tocamiento apreciativo (el propio o el ajeno), el tocamiento celebratorio, el tocamiento compulsivo y la masculina y necesaria acción del acomodo.

Es importante profundizar en el acomodo puro y duro. En el acomodo muchas veces no hay una molestia física, sino una cuestión psicológica. El acomodo suele venir provocado por una leve ansiedad en el autor. Habría que distinguir entonces entre el acomodo textil o físico y el acomodo nervioso.

En este caso, la prohibición puede disparar el resorte del estímulo. Si al individuo le prohíben expresamente tocarse reacciona con la autoconciencia del gesto y empieza a «notar» sus cataplines, a «sentir» sus cataplines. En ese momento, la necesidad del tocamiento se hace urgente, irreprimible. La tipificación podría crear un tabú y un partido del fútbol español parecería la sala de espera de una consulta de ETS.

Un intento jurídico de definición podría ser: «Tocamiento de los cataplines con desprecio será considerado el gesto habitual de agarrarse la parte en protección cuando se forma parte a su vez de la barrera, en el caso de que no se forme parte de ninguna». Es abstruso y futbolístico, prosa reglamentaria.

Si Unamuno se quejaba de que el español tenía el cerebro cojonudo, de que en vez de sesos tenía testículos; Tebas, que va para reformador de costumbres, dirá que el español, en todo caso, en vez de cerebro tiene un cataplín. Tebas quiere prohibir la mala educación. Pero pobres árbitros (o no tan pobres), obligados a mirar a los futbolistas al paquete.

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