Crítica

Los chicos, las chicas y las maniquís: la Movida en el recuerdo

Casi todo son tapas y raciones pensadas para compartir, a tono con el ambiente divertido y desenfadado del local

Steak tartar de Los chicos, las chicas y las maniquís
Carlos Maribona

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No cabe duda de que tiene un nombre muy particular. Un nombre que homenajea a aquella Movida madrileña de los años ochenta. Todos los detalles de una cuidada decoración muy informal giran en torno a ese movimiento cultural. Colores chillones, carteles luminosos, continuos guiños a los personajes de la época, una carta que se presenta en fundas de vinilos… Y por supuesto también numerosas referencias en los nombres de los platos: papa Luci Boom, tostada Maripili, patatas Massiel, Nacho Pop, burrata Siniestra Total, o ciruelas Vainica Doble. Situado en el hotel Axel, en la calle de Atocha , este nuevo restaurante supone el desembarco en Madrid de la familia Iglesias, propietaria, entre otros, de Rías de Galicia, la mejor marisquería de Barcelona, y socios de Albert Adriá en sus establecimientos de la Ciudad Condal. El restaurante ocupa varios espacios diferenciados, que van desde una barra en la que los clientes pueden sentarse para comer de una manera rápida hasta dos comedores más tradicionales, aunque en todos los casos con ese aire de informalidad caracteriza esta casa.

Pero lo importante es la cocina. Y en este Los chicos... se come francamente bien. Platos que han diseñado durante varios meses los cocineros del grupo Iglesias y que ejecuta con acierto Pedro Gallego, profesional con larga experiencia. Casi todo son tapas y raciones pensadas para compartir, a tono con el ambiente divertido y desenfadado del local. En algunos casos se aplican técnicas modernas inspiradas en las creaciones de Adriá, pero manteniendo siempre el sabor por encima de todo. Así, se puede empezar con unas esferificaciones de aceituna gordal (1,60 € cada una), francamente logradas, o con una peculiar versión de la Gilda (2,10 la unidad), con una aceituna gordal rellena de anchoa y espuma de piparra, que se sirven sobre un soporte que recuerda el Óscar que recibió Almodóvar. Correcta yema de espárrago trufada y con piñones (3,50) y muy buena la tostada con anchoa, brevas y crema de queso (4,10). La croqueta de jamón (3,10), que llega con un guiso de pollo por encima, está cremosa y muy rica de sabor. Y las patatas bravas (7,20), al estilo de Barcelona, es decir mixtas con salsa brava y alioli , tienen la piel crujiente y resultan muy tiernas por dentro.

Está bien sin más el guacamole con gambas y salsa criolla (11,50) acompañado de totopos de maíz, y resulta insulso un ceviche de corvina thai (14,50), innecesaria concesión a las modas del momento. Por el contrario, está rico el bocadillo de calamares, en pan negro de tinta, con encurtidos y mayonesa de kimchi (6,10). Muy recomendable, lo mismo que un steak tartar (18,50) hecho con buena carne picada a mano, con una yema de huevo por encima. También merece la pena probar el “saam” de pollo con curry de cacahuetes y hierbas frescas (12,50) que se sirve en hojas de cogollo para comer directamente con la mano. En los postres, insípida la espuma de crema catalana con sorbete de manzana ácida (6,20). Mejor el «flan fatal» (5,80) , una panacota con trozos de higo, miel y nueces, o las ciruelas al armagnac con helado de vainilla. Carta de vinos breve, con algunas referencias atractivas.

Lo mejor: Las tapas que abren la carta.

Precio medio: 30 €.

Calificación: 7.

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