El Off Latina posee dos salas. En la imagen, la «cava baja», una carbonera en el S.XVII
El Off Latina posee dos salas. En la imagen, la «cava baja», una carbonera en el S.XVII - FOTOS: MAYA BALANYÁ

Teatros a un aliento de distancia

Tras pinchar la burbuja surgida durante la crisis, las salas «off» sobreviven gracias a un público fiel y la pasión de compañías y propietarios

MADRID Actualizado: Guardar
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Minutos después de tomar acomodo en un banco de la saleta, una mujer salta a escena en medio de un escenario discreto. Apenas una cama y cierta dosis de imaginación completan la obra. «Tengo 15 años y me odio», espeta en voz baja, mientras genera un lazo simbiótico inherente a la cercanía del espacio. En el teatro en «off» el público aguarda expectante el cruce de miradas, el tono, los gestos... «Tanto a un lado como al otro, cualquier detalle es susceptible de llamar la atención», advierte la actriz Marta Fuenar, poco después de terminar la función. Junto con Elena Gracia, directora en este caso, dan vida a Etiopía, uno de los cientos de trabajos que giran cada año dentro del circuito madrileño.

Concentradas principalmente en Malasaña, La Latina, Lavapiés o Embajadores, pero también con presencia en barrios más periféricos como Carabanchel, Cuatro Caminos o Prosperidad, las salas «off» resisten al pinchazo de una burbuja -formada durante la crisis al calor de unos precios muy competitivos-, que propició la masiva aparición de locales escénicos alejados del foco comercial. «Cuando llegó el auge del microteatro se abrieron muchos sitios originales, peluquerías o bares donde, por ejemplo, se podían hacer obras relacionadas con lo que allí pasaba», explica Elena Gracia, para quien el único requisito imprescindible es la capacidad de adaptación: «Si la acústica es mala puedes alzar la voz. Al final, lo importante es crear una atmósfera familiar donde todo el mundo esté a gusto».

Sin embargo, como en casi todas las modas, esa tendencia al alza empezó a remitir hace tres años, quedando un puñado de emplazamientos marcados por dos claras premisas: la profesionalidad de sus dueños y el amor incondicional a la escena. «Es una cuestión de pasión», subraya Alejandra Gómez, coordinadora del teatro Off Latina (Calle Mancebos, 4). Hace menos de un año, el dueño anterior murió en un fatídico accidente de helicóptero, por lo que, tras un periodo de incertidumbre, varios trabajadores del local se liaron la manta a la cabeza para evitar el adiós definitivo de la sala. «Somos teatreros por naturaleza», resume, consciente de que para sobrevivir deben contar con dos líneas de programación -una alternativa y otra más comercial- y un negocio de hostelería. «Tenemos un bar que nos ayuda en el día a día», prosigue.

En la Nao 8 los actores trabajan con el público a ambos lados, generando una mayor sensación de cercanía. En la imagen, uno de los espacios contiguos a la sala
En la Nao 8 los actores trabajan con el público a ambos lados, generando una mayor sensación de cercanía. En la imagen, uno de los espacios contiguos a la sala

Modelos de negocio

La temática o la duración de las obra varían según el espacio elegido. Así, en La Escalera de Jacob (Lavapiés, 9) podrás encontrar la programación de un teatro comercial, pero adaptado a una sala pequeña. Comedia, cabaret, monólogos, improvisación teatral y espectáculos de magia o infantiles suponen el grueso de una cartelera enfocada a un público fiel, pero muy variado. «Realizar una multiprogramación es la única forma para subsistir», relata el gerente, Gerard Clúa, con un loable acento de comprensión: «Respetamos mucho el trabajo de las compañías y siempre hacen temporadas completas. Aunque, tal y como están las cosas, también entiendo que haya otras salas que necesiten hacer teatro sin tanto margen».

Otros, en cambio, buscan diferenciarse con una línea más pura en su origen. «Tratamos de dar cabida a los jóvenes que pulsan la calle, pero no a través de la risa fácil... sino con nuevas formas y visiones», sostiene Carlos De Loxly, codirector de La Nao 8 (Nao, 8), un espacio que define como alternativo, sin ningún tipo de matiz. «Intentamos no apoyarnos en el bar porque queremos vivir del teatro. Sería hipócrita decir que vivimos de eso, si en realidad lo hacemos de vender cerveza», añade.

Aunque el mundo del corto empezó como un entrenamiento de cara a los largometrajes, pronto acabó adquiriendo su propia esencia. Una vena experimental, liberada de corsés, que los grandes teatros no pueden llevar a cabo. Es por ello que la gran mayoría de profesionales no considera el circuito «off» un trampolín para acceder al teatro más mediático. «Nosotros no buscamos gente amateur. Tenemos algunos días para compañías jóvenes, pero la gran mayoría de actores ya tienen un largo recorrido a la espalda», diserta Diego Sanchidrián, creador de El Escondite Teatro (Estudios, 2), remarcando el hecho habitual de ver a intérpretes que llevan toda la vida en teatro, cine o televisión mostrar interés en este tipo de experiencias: «Prácticamente, todos los meses tenemos a alguien así».

Para poder actuar en algunos de estos coquetos escenarios, es necesario superar varias cribas. En primer lugar, entregar un dossier con la propuesta que, una vez aceptada, deberá ser representada en un pase con los programadores de la sala. «Siempre y cuando no te conozcan, porque al final lo que prima es la confianza», suscribe la actriz Marta Fuenar.

Los actores Marta Fuenar y Pablo Tercero representando «El Experimento»
Los actores Marta Fuenar y Pablo Tercero representando «El Experimento»

Taquilla y duración

Más allá de la oportunidad que representan, dos son los principales obstáculos al que deben hacer frente sus protagonistas. En el apartado económico, todos reconocen la imposibilidad de poder vivir solamente de las actuaciones. «Hay mucho amor a la profesión, sobre todo porque el margen de beneficio que te puede dejar una sala es muy pequeño», indican desde el Off Latina. Salvo contadas excepciones, compañía y teatro se reparten la taquilla al 50 por ciento. El otro caballo de batalla versa sobre la duración de la obra en cartel. Entre uno y dos meses es el margen mínimo para poder consolidar un trabajo entre el público. Pero, a veces, la volatilidad de la programación reduce los plazos.

Con sus luces y sus sombras, el teatro «off» mantiene a flote un movimiento que, por encima de cualquier otro adjetivo, respira inconformismo por los cuatro costados. «Rendirse no es una opción», coinciden todos, convencidos de que, pase lo que pase, la escena siempre estará viva.

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