Ramón Pérez Montero - OPINIÓN

Esperanza

Tenemos la impresión de vivir en una sociedad donde la consigna es ‘coge el dinero y corre’

Ramón Pérez Montero
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No todo está podrido. No estamos podridos del todo. Con ese convencimiento regresé el pasado viernes de Jimena. Juan Gómez Macías, buen amigo y poeta, y mejor pintor, me invitó al homenaje que la Casa de la Memoria de aquel pueblo campo gibraltareño le tributó a Andrés Vázquez de Sola.

Tenemos la impresión de vivir en una sociedad donde la consigna es ‘coge el dinero y corre’, una sociedad desgarrada por las poderosas fuerzas del egoísmo, una sociedad donde la actitud cooperativa y la preocupación por los demás no parecen contar a día de hoy con valedores. Por eso gratifica el ejemplo de un hombre que nos contempla con intacta lucidez desde su casi nonagenaria cima. El ejemplo de un hombre que continúa firme en la defensa de esos mismos ideales que durante toda su vida han sido el germen de su arte, de sus fatigas y sus triunfos.

Cuando los mismos que ponen trabas a los procedimientos judiciales son los que a la postre se quejan de la lentitud de la justicia, cuando se posponen operaciones quirúrgicas vitales mientras cualquier mindundi dispone de coche oficial y chofer para llevar a la peluquería a su señora, cuando incluso los médicos venden vía internet medicamentos de efecto placebo como remedios milagrosos contra enfermedades mortales, cuando cualquier hijo de vecino no duda en exhibir su imagen moribunda a fin de recaudar fondos para irse de vacaciones al Caribe, reconforta la palabra y la obra del hombre que, independientemente de su credo político, ha sabido mantener en pie su figura digna sin transigir con los muchos poderes a los que ha tenido que enfrentarse durante toda su dilatada existencia.

Cuando dentro de los partidos políticos asistimos al lamentable espectáculo del navajeo entre compañeros de siglas para hacerse con el poder, cuando incluso un Presidente del Gobierno solicita aguante al tesorero entre rejas y este no duda en filtrar el tuit a la prensa, cuando los principales líderes políticos de uno y otro signo han de dirigirse a la ciudadanía con sus impolutos trajes de chaqueta mientras tratan de ocultar los agujeros de los incontables casos de corrupción en las culeras, cuando hasta las más altas instituciones del Estado se ven sometidas a presión por los respectivos intereses políticos, supone una bocanada de aire fresco, incontaminado, la risa del hombre que se conserva esencialmente feliz tras haber superado las épocas de hambruna, las noches bajos los puentes del Sena, los despidos laborales y la expulsión de su tierra.

La felicidad del hombre que supo romper sus cadenas y no transigir con la pantomima de libertad de una Transición donde, con la connivencia de la izquierda, se nos dio el gato por liebre de una falsa democracia cuyos efectos nocivos son al presente inocultables. Nos narró Andrés Vázquez de Sola la anécdota de aquella recepción en el Eliseo, durante su forzado ‘retiro’ en París, en la que el Presidente Miterrand tuvo que salir en su defensa cuando estaba siendo increpado por un ministro al que sus viñetas irritaban sobremanera. ‘Deja en paz al señor Vázquez de Sola, porque si todos hiciéramos las cosas igual de bien que él, no tendría motivo para meterse con nosotros’.

Sí, son los hombres como Andrés los que, con el propio ejemplo de su larga trayectoria, con sus penurias y sus triunfos, vienen a decirnos que no todo está podrido. Mantienen, con su vida y con su obra, encendida una llama de esperanza en medio de tanta oscuridad.

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