Ramón Gener disfruta del sol cálido de invierno en la playa de la Barceloneta
Ramón Gener disfruta del sol cálido de invierno en la playa de la Barceloneta - Inés Baucells

Ramón Gener: «Me siento como en casa en cualquier lugar del Mediterráneo»

Su sueño es comprarse un barco para navegar de puerto en puerto por este Mare Nostrum de «puertas abiertas»

Madrid Actualizado: Guardar
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Ramón Gener se define como músico y humanista. Después de estudiar canto con los mejores profesores decidió dedicarse a la divulgación de la música. Se convirtió en un conferenciante de éxito y sacó adelante, con gran audiencia, programas que daban a conocer la música clásica, como «This is opera», que acaba de terminar en «La 2». Su libro, «Si Beethoven pudiera escucharme», ya va por la tercera edición. Pero ésta no es la única pasión de este barcelonés. La otra es el mar. Pero no le vale cualquiera. El suyo es el Mediterráneo, que le hace sentir en casa: «Puedo estar en la isla de Capri o en la costa malacitana y sé que sus gentes son de los míos, que me van a entender, independientemente del idioma.

Porque vivo como ellos, de cara al mar, con las puertas abiertas». Y cita a Serrat, cuando canta al Mediterráneo: «A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el recodo al camino (...) tengo alma de marinero. Qué le voy a hacer, si yo nací en el Mediterráneo».

Pese a que su ciudad natal es Barcelona, confiesa que ha elegido la playa de la Barceloneta porque en ese momento estaba ahí. Pero dice que podría haber sido cualquier otro lugar de la cuenca que baña el «Mare Nostrum», en España o fuera de sus fronteras: «El Mediterráneo es mi casa. Me da igual en qué sitio esté. Siempre que estoy a su orilla me doy cuenta de que, en cualquier parte, la gente es igual, es como un modo de ver el mar. Su luz, el azul especial, el olor a vino, a olivas negras, a arena salada... y muchas otras pequeñas cosas intangibles, incluso los tópicos, me reconfortan. Me encanta la idea de Serrat: el día que venga a buscarme la parca, que me entierren en una ladera muy alta, entre el mar y el horizonte, pero siempre viendo el mar».

Le gusta pasear por la playa. Y captar «estampas» típicamente mediterráneas, como la que pudo contemplar mientras posaba para las fotos: «Era la hora de comer y había jubilados jugando a las cartas en la playa, con la piel requemada. Esa imagen es típica del Mediterráneo. Allá donde vayas puedes ver personas con la piel curtida por el sol, intentando aprovechar sus cálidos rayos en invierno. Un turista del norte que llegue a Barcelona o a Nápoles no entiende esta forma de vivir».

Casa flotante

Su sueño es comprar un barco y establecerse en una casa flotante en este mar interior, que se extiende de Algeciras a Estambul, y alberga esa forma de ser tan sociable que tanto le gusta, de «puertas abiertas». «La ilusión de mi vida es comprarme un barco con los cuatro euros que pueda ahorrar, si es que algún día lo consigo, cosa que me cuesta por mucho que trabaje. Aunque no tengo ni idea de pilotarlo aprenderé. Quiero que sea grande, para que quepa un piano. Me gustaría instalarme en Menorca, en el puerto de Mahón o Ciudadela, y desde ahí dar vueltas por el Mediterráneo. Sería el plan ideal. Y si me llaman de Nápoles, porque tengo que dar una conferencia, voy con mi barco. En la vida tienes sueños y algunos no se cumplirán, pero éste sí», asegura decidido.

Inevitable pensar al oírle en la «Canción del pirata» de Espronceda: «Qué es mi barco: mi tesoro, / qué es mi dios: la libertad, / mi ley, la fuerza y el viento, / mi única patria la mar. / Allá muevan feroz guerra / ciegos reyes / por un palmo más de tierra, / que yo tengo aquí por mío / cuanto abarca el mar bravío». Aunque a diferencia del pirata de Espronceda, Ramón puntualiza: «Como soy muy miedica, yo voy a ir por la orilla, bordeando la costa. No voy a cruzar por medio del mar...».

Además del piano -«que no será de cola... Tendrá que ser un Casio»-, en el barco tiene que caber su biblioteca: «Navego en libros y partituras, y tengo cientos y cientos». La opción electrónica no le convence ni para los libros ni para las partituras, pese a que cada vez está más extendida: «No es lo mismo, porque tienen que oler, como el mar. Me gusta mucho comprar libros antiguos o partituras en librerías de viejo. Y hago viajes para conseguirlos. Una de las locuras que hago a veces es irme a Londres en avión a comprar libros. Puedes viajar muy barato. Bajo a los sótanos de las tiendas, donde a veces hay humedades, pero no hay nada más bestial que el olor del libro viejo en una librería».

Lo que no sabe es cómo podrá meter en el barco de sus sueños todo ese «equipaje», que no es precisamente ligero, porque sus libros se salen ya de las estanterías de su casa: «Los tengo por el suelo y el pasillo porque no me caben. Pero cuando decides consultarlos para una conferencia o un programa de televisión huelen al lugar donde los has comprado. Y la tablet nunca va a tener ese olor... El problema en el barco será cómo meter todo esto...». ¿Un trasatlántico quizá? Ramón ríe, ante la sugerencia.

En cualquier caso, será difícil que renuncie a sus pretensiones: «El libro te hace viajar, porque te recuerda dónde lo compraste, o la conversación que mantuviste con el librero. Y su olor tiene una pequeña historia, que vale más que el propio libro. Y el piano es otra máquina de viajar en el tiempo, porque si necesito saber cómo era la vida en la Rusia del zar Alejandro, me pongo a tocar una pieza de Tchaikovsky y enseguida estoy ahí».

Pese a estar inmerso en libros y partituras, se interesa por los problemas que afectan a la naturaleza. Le preocupa el cambio climático, al que asocia con música de Strauss, el principio de «Así habló Zaratustra», que Kubrick supo manejar magistralmente en la película «2001: Una odisea en el espacio», apunta Ramón. Poco podía imaginar el genial director en 1968 que en el siglo XXI la verdadera odisea no estaría tan lejos, sino en nuestra propia casa.

A la deforestación que asola algunas zonas del planeta no duda en asociar «El pájaro de fuego», de Igor Stravinsky. Y a los fenómenos extremos como los maremotos, le pondría «otro tipo de música muy vilipendiada que me gusta mucho, una banda sonora». En este caso la de «La tormenta perfecta», de James Horner. El tiempo pasa volando escuchando a Ramón. «Intento ser siempre un niño y no crecer, ser como Peter Pan y creer que puedo volar», confiesa. Una época, la niñez, en la que el almendro de su escuela le «enseñó» a presagiar la primavera.

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